Pretendemos
reunir a los náufragos de estos tiempos ágrafos que nos han
tocado en desgracia con el fin de recuperar la inteligencia, la
discreción, el gusto por la holganza ilustrada y la pausada
conversación. Como las Academias barrocas del pasado, queremos
crear un espacio intermedio entre la intimidad individualista y
solitaria y el ruido público y superficial del mercado.” Así
reza uno de los textos programáticos de La Discreta Academia,
misteriosa institución nacida en el reinado de Felipe III y
renacida en los años 80 en los bares de la Universidad
Complutense. Para lograr sus propósitos, La Discreta Academia
realiza dos actividades principales: por un lado, la edición de
libros, a través de Ediciones de La Discreta; por otro, la
presentación de funciones que tienen como característica común
el uso de la palabra inteligente y sensible para provocar el
humor, la diversión y la participación de los asistentes.
Con estos actos se
pretenden fundamentalmente dos cosas: en primer lugar, dotar de
“vida” a los libros publicados, de manera que se conviertan en
un objeto de relación, en una cuerda tendida a través de la que
dialogar y discutir, y dejen de ser una mercancía que nos mira
muda y patética desde las estanterías de un comercio; en segundo
lugar, crear un espacio autosuficiente pero no autárquico, a
medio camino, entre la individualidad aislada y el
distanciamiento de otros espacios culturales. Se trata, por
tanto, de crear un ambiente recogido pero distendido en el que
el público no se sienta espectador sino que se vea envuelto en
una actividad que por su proximidad le permita sentirse uno más
del grupo. Además, se intenta que la diversión venga acompañada
de un pensamiento crítico y mordaz que cuestione la lógica
tantas veces absurda que nos construye.
Entre estas
actividades, podríamos destacar las siguientes: |
|
|
|