La hija del tiempo
La hija del tiempo, de Josephine Tey (Barcelona: RBA, 2012; la edición original es del año 1951)
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Caleb Williams, novela de William Godwin
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Por Luis Junco

 

De un tiempo a esta parte vengo obsesionado por la oculta relación que une a personas o acontecimientos en apariencia sin conexión. Suelen surgir de asuntos igualmente independientes que resultan de mi interés por razones muy variadas. Una vez en el foco de mi atención, casualmente encuentro un débil rastro que los une y cuyo seguimiento me muestra, en muchas ocasiones, una compacta y rica red de relaciones en la que los dos (o tres o cuatro) elementos conectados adquieren un significado más completo y cabal.

 

Últimamente, eso me ha ocurrido con dos personajes disímiles: George Glas, un aventurero y explorador escocés que visitó en varias ocasiones las Islas Canarias durante la segunda mitad del siglo XVIII, y Michael Faraday, el científico inglés del siglo XIX, descubridor, entre otras cosas, del campo electromagnético. Al cabo de estar un tiempo indagando en sus respectivas existencias, descubrí que había algo notable que los unía. John Glas, el padre de George, había sido un ministro disidente de la Iglesia de Escocia que se había separado de la ortodoxia presbiteriana y fundado una pequeña secta en Escocia, en 1730, con el nombre de iglesia glasita. Veinte años más tarde, su hijo George -que ya era capitán de navío y pasaba la mayor parte de su tiempo explorando la costa africana- fundó en compañía de John Barnard, otro ministro disidente de la iglesia presbiteriana, el primer templo de la iglesia glasita en Londres. El número de miembros de esta secta siempre fue muy pequeño. Pues bien, al leer una de las biografías de Michael Faraday, descubrí que además de científico, fue un hombre muy religioso, vertiente ésta que profesó toda su vida como anciano de la iglesia glasita de Londres. Resultaba, además, que la esposa de Michael Faraday fue Sarah Barnard, bisnieta de aquel John Barnard que, junto con George Glas, había fundado la iglesia en Londres.

 

Pero entre otros llamativos e interesantes lazos que he podido desentrañar de la madeja que une las vidas de Glas y Faraday, quisiera dedicar el último párrafo de esta breve reseña a William Godwin. Descubrí que después de las extenuantes jornadas en la Royal Institution, Michael Faraday solía relajarse leyendo en voz alta a su esposa Sarah libros de autores de su predilección. Entre estos, Shakespeare, Coleridge, Byron, William Godwin… ¿Godwin? Sí, el padre de Mary Shelley, la autora de Frankestein. Con sorpresa y regocijo leí que también William Godwin había pertenecido a la iglesia glasita (ya hemos dicho que era una secta muy minoritaria). Igualmente había sido ministro disidente, pero pronto había abandonado la labor pastoral para dedicarse enteramente a la literatura. Me puse a leer algunos de sus libros: Ensayos sobre la naturaleza humana y una novela, William Caleb. De este último libro hablaré en una próxima entrada en este blog.

1 Comment

  1. Emilio dice:

    Qué interesante, Luis. Me dejas con ganas de saber más.

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