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Por David Torrejón

 

Hablar de un súper ventas de ensayo en España es una rareza, y más raro aun es traerlo a este blog, donde lo verdaderamente insólito sería leer de algo que conociera todo quisque.

Pero mis amigos discretos son muy convincentes y aquí estoy intentando decir algo inteligente de un libro muy inteligente, además de único en su género.

Por su título, cualquiera se imaginaría que estamos ante una obra sobre el despoblamiento del medio rural. Pues ese cualquiera, que fui yo mismo, estaría equivocado. Se habla del fenómeno, claro, pero en realidad se habla de su reflejo en la historia, en la sociedad y en la cultura, especialmente en la literatura, pues no en vano Sergio del Molino es escritor.

Como tal, usa muchas referencias literarias, desde los clásicos a la literatura actual, pasando por El Quijote. Y nos va mostrando y demostrando que la dialéctica campo (despoblándose), ciudad (masificándose) es una constante en nuestros autores. Algunos, dice, entienden de verdad el medio rural,  mientras que otros lo usan para arrimarlo a su idea de patria.

Alguien afeaba en redes sociales a la obra que no tenía una tesis. Creo que no es cierto. La tesis es esa: vivimos en un país marcado por esa relación desigual pueblos vs. ciudades. ¿Como todos los países? No. Su prueba del nueve es curiosa: los viajes en coche. Viajes que como periodista o turista le han permitido comprobar que Europa Central es un continuo de poblacion y la España vacía (meseta más Galicia, norte de Andalucía y Maestrazgo) es un desierto salpicado de poblaciones y dominado por la irresistible fuerza gravitatoria del gran agujero negro de la Corte.

El autor nos lleva de la mano por un recorrido aparentemente improvisado, pero muy metidado (excelentes las páginas en torno a “Las Hurdes, tierra sin pan”, la película de Buñuel) en una muestra de erudición a la que ahora no estamos acostumbrados en autores jóvenes, y que por tanto, me reconcilia con su generación, la de los que hoy están entre los 35 y los 45.

Justamente, a su generación literaria dedica unas cuantas páginas para mostrar como en muchos de sus colegas el fenómeno campo/ciudad está presente. A algunos he podido leerlos afortunadamente, como a Marta Sanz (“Daniela Astor y la caja negra”) o su complementario masculino, Javier Pérez de Andújar (“Los príncipes valientes”). Me hace gracia hasta qué punto lo son, complementarios, por dar respectivamente la visión femenina y masculina de la infancia y las primeras e inolvidables amistades en esas ciudades, donde las relaciones pendían y penden de factores incontrolables (un traslado, una mudanza, una enfermedad) y donde la estabilidad está aparcada en ese lugar más o menos remoto: “el pueblo”. No dejo de acordarme de otro autor que no cita, por ser de mi generación, Emilio Gavilanes, que nos ha dado dos obras magistrales, justo localizadas en ese territorio fronterizo y aventurero, los descampados, que separaban los nuevos barrios del auténtico y añorado por sus habitantes, campo, campos, pueblos. Son “La primera aventura” (1991), y más recientemente “Breve enciclopedia de la infancia”, premio Tiflos 2014.

Y no puedo olvidar a otros dos discretos como Luis Junco y su grandiosa “Una carta de Santa Teresa” (2005) en la que la dialéctica campo ciudad se hace isleña, ni tampoco a nuestro añorado Adolfo Martínez, que teatraliza el adiós de un mundo que se diluye inevitablemente en la tormenta de los tiempos en su alegórica “La sequía” (2016).

Y, claro, el libro de Sergio del Molino me ha hecho pensar también en mí y en mi obra. Criado frente a  los descampados hasta los 11 años, con idas y venidas de domingo a un pueblo cervantino de La Sagra, rastreo esa añoranza de aldea en la Julia de “Mi querida Don Juan” (2005), y pienso en la trama central de “Escríbeme una foto” (2015) como un drama provocado por el empeño de una familia de la ciudad por insertarse en un medio que le era ajeno.

Ese es, seguro, uno de los secretos del éxito del libro de Del Molino: a una gran mayoría de españoles nos cuenta cosas que nos ayudan a explicar nuestra pequeña historia. No hace falta que sea a favor o en contra, simplemente, es.

Posdata
Por mi mala cabeza tuve un olvido imperdonable al escribir este texto. Seguramente sean más de uno, pero este puedo subsanarlo. No podía dejar de citar al gran poeta Santiago López Navia que por mor de autobiografía ha dedicado algunas obras a esos territorios turbios y fascinantes entre el campo y la ciudad, como su poemario Ensueño y mediodía y su colección de relatos Cuentos de Barrio y estío.

7 Comments

  1. Emilio dice:

    Está feo elogiar un texto en el que se habla bien de uno, pero lo cierto es que me ha interesado y me ha gustado mucho y lo tengo que decir. Gracias, David.

    • David Torrejón dice:

      Gracias, Emilio.
      Los libros tuyos que cito son tan cercanos para mí que cuando los leo me veo a mí mismo con nueve años, de espectador o protagonista. Esa infancia llena de experiencias, en toda la extensión de la palabra -buenas, malas, terribles, emocionantes…- nos hicieron como generación. Y yo tengo la impresión de que la infancia actual vive, incluso en los barrios más desfavorecidos, en su burbuja virtual y, en el mejor de los casos, en un entorno más controlado: polideportivos públicos, zonas más o menos acotadas…. No digo que no tengan problemas y conflictos, seguro que sí, pero no creo que con nueve, diez, doce años los echen, como hacían con nosotros nuestras madres, a «la calle» un entorno sin límites y sin vigilancia. Miremos a nuestros hijos.
      Por otro lado, no sabíamos muy bien de dónde éramos. En el pueblo nos trataban como hijos pródigos, sin ser nosotros conscientes de habernos marchado nunca. Pero en la ciudad, cambiando de barrio, de colegio, de amigos, también estábamos siempre adaptándonos.
      No sé si nuestra infancia fue mejor o peor, pero sí creo que los «babyboomers» como dicen los anglosajones, nos libramos de la guerra, de la posguerra más dura, disfrutamos de algunas bendiciones del progreso (como la tele, dosificada por orden gubernativa) y, al tiempo, de esa libertad de acción que luego negamos a nuestros hijos. En mi caso, a mi pesar.

  2. Dativo D dice:

    Siempre es interesante leer sobre ese fenómeno de la despoblación rural, y sobre todo cuando se vive en un pueblo menguante. «El increíble pueblo menguante» sería buen título para este análisis, porque, efectivamente, esa mengua se prolonga indefinidamente, como una característica endémica del medio rural. Y creo que das en el clavo cuando lo apuntas como uno de los grandes temas de la literatura contemporánea, acaso no suficientemente advertido por los estudiosos.

    • David Torrejón dice:

      En el clavo da el autor, Dativo, que nos regala un amplio y ameno recorrido por el tema en nuestra literatura. Y también en la historia. Su análisis del Carlismo, no por menos conocida, es menos certera. El libro no tiene un enfoque político en general, aunque lógicamente se queje del abandono público. Mientras los pueblos se mueren, decenas de miles de personas están en las puertas de Europa dispuestas a sacarlos adelante. Ni siquiera nos ha servido la experiencia de los noventa (esas «Flores de otro mundo», de Bollaín) cuando tantos pueblos volvieron a ver niños corretear por sus calles gracias a la inmigración. No. Hasta la denostada Merkel entendió que en esos refugiados había una potencia económica que había que aprovechar (luego se enfrentó a la incomprensión interna). Pero desde hace mucho vivimos en un país sin proyecto y sin nadie al mando, donde las cosas se van haciendo sin ton ni son, o mejor, al ton y al son de las próximas elecciones, por no decir de la facilidad de enriquecimiento ilegal.

  3. Santiago López Navia dice:

    Gracias por esa coda innecesaria, querido David, y gracias por la magnífica reseña que has compartido con todos nosotros y los lectores de nuestro blog. Un fuerte abrazo.

    • David Torrejón dice:

      Era de absoluta justicia, Santiago. Como te comenté una vez, la lectura de «Ensueño y mediodía» convirtió una aburrida y tecnológica sala de espera de aeropuerto en un tren de cercanías hasta mi infancia. Tus palabras conjuraron recuerdos perdidos de esos años del frío, con las canillas expuestas al viento por los pantalones cortos de rigor (creo que hasta las catorce años era la costumbre), pero llenos de descubrimientos y en los que todo era posible en esos territorios fronterizos: desde encontrar desechos furtivos de materiales ciertamente peligrosos, a batallas campales que ríete tú de Bailén. Y esos olores sorpresivos, desde goma quemada a aromas de café de algún tostadero clandestino. Un abrazo fuerte

  4. Santiago López Navia dice:

    Si «Ensueño y mediodía» te ha regalado esas evocaciones es que yo he conseguido lo que me proponía, y me alegro. Otro para ti.

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