(Agradecemos a Antonio Sánchez por su permiso para reproducir en este blog sus palabras en el acto de presentación del libro La conducta del soñador, de Ramón de la Vega, que tuvo lugar el pasado día 10 de enero en el Centro de Arte Moderno de Madrid.)
Poetas y filósofos
Por Antonio Sánchez, Doctor en Filosofía
ἐφήμεροι· τί δέ τις; τί δ’ οὔτις; σκιᾶς ὄναρἄνθρωπος.
“Efímeros, ¿qué es uno?, ¿qué no es?; sombra de un sueño es el hombre”.
La copia sombría de un ser que también es una copia. Un remedo oscuro de un desvarío. Eso es el hombre. ¿Y a qué vienen ahora estos versos de Píndaro? Son versos dedicados a una victoria. Pero, ¿un ser sombrío cuya naturaleza consiste en ser soñado puede permitirse el lujo de creerse victorioso? ¿A quién vence?
Pongo muchos reparos a la poesía. Es más, los poetas rara vez me pillan desprevenido. Espero que explicando por qué estoy hoy aquí y no he renunciado a esta presentación pueda ofrecer razones que les sirvan a ustedes para abrir este libro y adentrarse en él.
Porque con la poesía yo suelo encontrarme con dos tipos de inconvenientes, los personales y los filosóficos, y unos y otros logran que no me resulte cómodo el género poético y me preocupe poco de él. Entiendan ustedes que de lo que no me preocupo es de la poesía actual, en definitiva, de la de los amigos y allegados; la otra, la poesía eterna, esa aprendió uno a amarla en el colegio, como diría un pedantón, y anda sin remedio dando tumbos por las entretelas de mi conciencia y causando grandes estropicios.
Como iba diciendo, me asaltan tremendas aprensiones de carácter personal cuando topo con un libro de poemas, tanto que si éste fuera un libro de poemas al uso yo no habría aceptado el trance. Si fuera un libro de poemas líricos, de esos en los que un sujeto nos abre su alma de par en par y nos pone en comunión directa con sus emociones, yo no habría venido. No soporto la expresión pública de los sentimientos, eso que ahora está tan de moda. Me parece una exhibición entre cursi y obscena. Odio sin reservas la tan cacareada “inteligencia emocional”. Pero, para mi bien y creo que para bien de todos, resulta que Ramón de la Vega no hace lírica; Ramón no se entretiene en observar sus propios entresijos y mirar cómo se retuercen ante el amor, el desdén, la melancolía, la dicha o la desilusión. No. Ramón explora ideas. Es un ideólogo en el mejor sentido de la palabra. Límite, palabra, tiempo, naturaleza, inmortalidad, yo, nosotros, vida, caída, identidad… Casi el repertorio de Heidegger.
Cierto que esto podrá parecer a estas alturas normal, después de Rilke y todos los metafísicos, un a modo de poesía conceptual, abstracta… Pero es que Ramón de la Vega también es capaz de hacerlo con lo presuntamente sensual: fatiga, oscuridad, niebla, muerte, fuego, piel, espejo, deseo, ceniza, mano… Las cosas también se transmutan ideas cuando entran en la redoma poética de Ramón y se vuelven conceptos. Y esta es característica que a mí me place, porque ya apuntara Gilles Deleuze que lo propio del filósofo es crear conceptos.
Diríamos que Ramón emprende un ejercicio de definiciones. Veámoslo. Cito.
Límite:
“No son los límites
sino las formas
que éstos adoptan
lo que despierta nuestras pasiones,
refleja nuestras necesidades,
da de qué rumiar
a lo que cada uno
llevamos en esa herida
que es el alma”.
Fatiga:
“Esa fatiga que merodea las vigilias
y escuchamos gotear lentamente
en el sueño, que nos hunde
y sin embargo no nos elimina,
esa imperdonable lejanía del trabajo
de ser que veníamos realizando
desde hace tanto”.
Lluvia:
“Esa lluvia única de ser,
a la que he asistido tantas veces,
y en ti tantas veces
se volvía a derramar”.
Frío:
“El frío, me digo,
agita la conciencia, pero no
entorpece su movimiento, añade
tensión a nuestras representaciones de las cosas,
pero no nos ciega: su intensidad
facilita el encuentro de nuestra identidad
con lo real”
No, por fortuna. Ramón no nos va a hacer pasar el mal trago de ofrecernos su corazón en carne viva. Quizás sólo va a compartir con nosotros el esfuerzo de intentar entender mejor las cosas y a sí mismo. “Chercher plus d’autre science que celle qui se pourrait trouver en moi-même, ou bien dans le grand livre du monde”. La esencia de la modernidad. René Descartes.
En segundo lugar, me tendría que molestar un libro de poemas profesionalmente. Como de todos es bien sabido, los filósofos, por boca de Platón, expulsamos de la ciudad perfecta a los poetas. ¿Pero quiénes son los poetas y por qué los largamos con viento fresco? ¿Ramón es un poeta y, por consiguiente, expulsable? El vocablo griego “poiesis” significa “producir”. ¿Y qué produce el poeta? Imágenes miméticas. Imágenes de cosas que han pasado y que ya no nos pueden sorprender porque el poeta canta lo ya sido y nosotros eso lo conocemos bien. Sabemos quién es Edipo y sabemos de su tragedia. Sabemos lo que le ocurrirá a Ulises si sacrifica el ganado de Poseidón. Sabemos que a Electra le sienta bien el luto desde el primer momento. El poeta no dice la verdad. El poeta dice lo que hay. La verdad, por el contrario, no está ahí a la mano. Hay que buscarla. No hay regla para la verdad. La búsqueda es una “praxis”, una acción que no termina nunca porque no hay ninguna regla que nos permita saber que ya hemos acabado de buscar y que la tarea está cumplida. Por eso la “idea”, que es la Verdad y es el Bien, no se encuentra nunca en ninguna de las representaciones dadas. El carácter de la idea, de la forma de ser, es ir siempre en camino de ser.
El poeta, ya que no la tiene, finge la verdad y además nos presenta una imagen que pretende constituir su vivo retrato. La valía del poeta dependerá entonces de la calidad de la copia. Será mejor poeta cuanto más se parezca lo que ofrece a lo que es. Los pájaros se lanzaban a por las uvas pintadas por Zeuxis como si éstas fueran de verdad. El poeta nos engaña dos veces. Primero porque nos hace creer que lo que ve es la verdad. Segundo, porque con su taumaturgia nos entrega una imagen que pretende ser la copia fiel de lo que ve.
¿Es Ramón un poeta así? ¿Un engañador? No. Desde el principio está claro que no. Lo suyo es la persecución de la sombra. La sombra de un sueño. Abrimos el libro y nos encontramos no lo de siempre, sino otra cosa. La sombra, el sueño, la niebla, la noche. Ramón tiene la intención de sacarnos de nuestras casillas y llevarnos a otro lugar, a una vida diferente, como un duende socrático que te estuviera soplando siempre al oído: “no, todavía no”.
Ramón es un poeta verdadero. Como Platón. Desde el fondo, desafiando a las sombras.
Cito:
“No la creí cuando me dijo
que se sentía extraña
a sus propios sentimientos,
pero era cierto: tímida,
apasionada, con una imaginación
que a ella misma le inspiraba temor,
había momentos en que vivir
le parecía como no vivir,
como dar vueltas a un círculo
que no dejaba huella de su trazo,
lo que la obligaba a seguir
buscando no sobre lo conocido,
y sobre las viejas creaciones
de su intimidad, sino en otra parte,
en algún otro lugar”.
Muchas gracias a todos ustedes por acompañarme en esta lectura y a Ramón, por hacérmela tan placentera.