Tras un tiempo de incertidumbre en el que Amazon parecía tener secuestrada la última película de Woody Allen, terminada en 2018, por fin llega el estreno a salas de cine y debo decir que es un auténtico gustazo encontrarse de nuevo con un gran Woody Allen.
Si hay algo que siempre me ha gustado de Woody Allen, y que había echado en falta en sus últimas películas, es su capacidad de escribir guiones inteligentes, con diálogos rápidos. Esta ha sido siempre una de las características más representativas de sus mejores películas, como Annie Hall, Manhattan o Hannah y sus hermanas, sin embargo era algo que parecía haber perdido en sus trabajos de los últimos años. En su defensa también hay que decir que su metodología de trabajo hace difícil mantener esa dinámica. Es conocido que Woody Allen no descansa nunca. Para él hacer cine es un trabajo de 8 horas diarias y según termina una película abre el cajón donde tiene las ideas anotadas en pequeños papeles, elige uno y se sienta a escribir su siguiente guión. Esta disciplina de trabajo le permite estrenar una película al año, pero es imposible que todas sean obras maestras.
En el caso de Día de lluvia en Nueva York nos encontramos ante una película que, si bien no es una obra maestra, sí ha vuelto a recuperar esa frescura de diálogos y ritmo que tanto se echaba en falta. La historia es muy entretenida, sin contar nada transcendental, pero consiguiendo un ritmo muy interesante gracias al viaje en paralelo que tienen los dos protagonistas. Pero sobre todo lo que más me ha gustado es que ha recuperado esos momentos, que tan bien resuelve Woody Allen, en los que cuenta conversaciones rápidas y divertidas con un solo plano, donde una cámara prácticamente fija registra los movimientos de los actores, sus réplicas y contraréplicas, sin necesidad de los clásicos planos y contraplanos. Casi como si fuera una obra de teatro. Gracias a esto consigue que el espectador centre su atención en unos diálogos rápidos y llenos de referencias y humor. Esto se consigue no solo con una planificación y realización inteligente, sino con una gran dirección de actores, que siempre ha sido uno de los puntos fuertes del director.
Otro acierto ha sido sin duda el casting. Timothée Chalamet, que interpreta a Gatsby Welles, el personaje masculino protagonista, consigue algo que pocos han conseguido hasta ahora, y es interpretar su personaje, que claramente habría interpretado Woody Allen si tuviera 50 años menos, sin caer en parecer una burda imitación de lo que habría hecho Allen. Timothée consigue hacer suyo el personaje brillante y excéntrico, centrado en sí mismo y anclado en la música antigua y la nostalgia, pese a que en ocasiones es inevitable ver a Woody Allen en el papel.
La otra gran protagonista es Elle Fanning, interpretando a Ashleigh Enright, que recuerda en ocasiones a la más divertida Diane Keaton con situaciones hilarantes. La historia de Ashleigh por el submundo artístico neoyorquino es un no parar de situaciones surrealistas para una chica de un pequeño pueblo rural americano. Elle Fanning consigue una interpretación divertida y cándida que hace que empatices con ella de inmediato.
Y no podemos olvidarnos del “tercer actor” de la película, ese Nueva York lluvioso que tantas veces ha estado presente en las películas de Woody Allen y que tan bien le ha funcionado siempre. Una vez más el escenario se convierte en protagonista, reflejando parte de la personalidad de Gatsby Welles, y maravillosamente retratado por Vittorio Sotoraro, director de fotografía de referencia de Bernardo Bertolucci y que parece haberse convertido también en el de Woody Allen.
En resumen una gran película de Woody Allen, que vuelve a retratar sus preocupaciones y sus fobias a través de grandes personajes, tanto principales como secundarios, diálogos hilarantes y un Nueva York lluvioso que lo envuelve todo.
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Gracias, Tamarán, por la magnífica reseña. No sabía si tenía que verla y me has despejado las dudas.