(El pasado 23 de octubre, en la Sala de Grados de la Facultad de Filología de la Universidad de Las Palmas, se presentó el libro “La palabra y la imagen”, de Dan Munteanu. Además del autor y del editor del libro (Luis Junco), participaron en el acto Ana María Pérez Martín, Decana de la Facultad, y José Antonio Samper Padilla, Catedrático de Lengua Española de la citada universidad. A él debemos este texto, que compartió con los asistentes al acto y ahora tiene la deferencia de hacerlo con nuestros lectores del blog de La Discreta.)
Presentación de La palabra y la imagen de Dan Munteanu Colán. Madrid: Ediciones de La Discreta (Colección Bártulos, 14), 2019
(Primera Parte)
José Antonio Samper Padilla
Fue en Medina del Campo donde conocí a Dan Munteanu en el verano de 1991. En aquella villa Clara Eugenia Hernández y yo participábamos en una excelente reunión de investigadores, organizada por el catedrático de la Universidad de Valladolid César Hernández Alonso, para hablar sobre el español de América en vísperas de la celebración del Quinto Centenario.
Dan Munteanu había pasado el curso anterior (1990-1991) en la Universidad de Oviedo como profesor visitante y quería verme en mi condición de director del departamento de Filología Española de una universidad que en aquel momento estaba implantando el segundo ciclo de la licenciatura de Filología Hispánica (precisamente en esta mesa nos acompaña una alumna de aquella primera promoción, la actual decana de nuestra facultad). A mí me había hablado de Dan un maestro y amigo, estrechamente vinculado a nuestra universidad, Humberto López Morales. Recuerdo todavía el restaurante de Medina del Campo en el que nos encontramos Dan, Clara Eugenia y yo para hablar de la posibilidad de que él viniera a Las Palmas para colaborar en la consolidación de unos estudios que llegaban a su último curso y que necesitaban contar con el apoyo de un profesorado que nos aportara su rica experiencia y su contrastado saber; en el curso 1991-92 contamos (eso fue un logro complicado, pero del que nos podemos considerar completamente orgullosos) con el magisterio de Humberto López Morales en la asignatura de Dialectología hispánica, de Ramón Trujillo, que impartió Gramática española, y de Dan Munteanu, que se encargó de Filología Románica. Era un plantel envidiable.
Bien, este fue el comienzo de la andadura vital de Dan Munteanu y de Eugenia entre nosotros, entre todos los que formamos esta familia académica. El resto de la historia ya la conocen todos y por eso no me voy a extender: el profesor Munteanu se adaptó perfectamente a las necesidades de nuestra facultad, impartió las asignaturas más acordes con su perfil, se incorporó a la vida cultural de nuestra comunidad con una destacada actividad en el centro La Regenta, fue embajador de nuestra universidad en muchos congresos en España, en el resto de Europa y en Hispanoamérica, y ha llevado el nombre de nuestro centro en sus muchas publicaciones. Y ahora, pasados ya algunos años desde que fuera nombrado profesor emérito de nuestra universidad, nos ofrece este fruto magnifico que, como veremos, no está totalmente desligado de esa andadura académica que les acabo de indicar.
Porque en varias páginas de este libro resuenan algunas de las enseñanzas de las clases de “Gramática del texto”, que durante una serie de cursos tan brillantemente impartió Dan Munteanu, de tal manera que determinados apartados de esta obra merecerían ser adoptados como lectura obligatoria en determinadas materias de nuestro plan de estudio. Porque este libro cumple con todas las virtudes que debemos exigirle a un buen manual universitario, sobre todo la de la claridad, claridad que no está nada reñida con la amplísima erudición que derrochan estas páginas y que tan bien ha sabido transmitir Munteanu en sus años de docente en esta facultad.
Los dos aspectos que acabo de señalar, el didáctico y el erudito, se aúnan armónicamente en las diversas ocasiones en que Dan Munteanu elige un texto para abordar un aspecto teórico relativamente complejo y añade la explicación de todas las referencias culturales, las palabras clave, que son necesarias para su verdadera comprensión. Es lo que hace, de forma muy sistemática, con una página de La consagración de la primavera, de Alejo Carpentier, dedicada al surrealismo (vid. pp. 58-59). En ese caso, el texto no se podría entender cabalmente si el receptor no conociera (no tuviera en su biblioteca mental) conocimientos sobre la vanguardia literaria, el Apocalipsis, Rimbaud, Yahvé, Victor Hugo, Jonathan Swift, Alfred Jarry, el Marqués de Sade, Edgar Allan Poe, Baudelaire y una docena de referencias culturales más. Munteanu ha elegido al novelista cubano porque lo conoce muy bien, porque ha sido traductor al rumano de varias obras del autor de Los pasos perdidos o El siglo de las luces y porque, como saben todos sus lectores, es un creador que destaca precisamente por la riqueza de referencias culturales y estéticas que atesora cada una de sus páginas. Desde luego, una explicación de este tipo, como la que recoge el libro, es una verdadera lección cultural para los alumnos (y para el lector en general), que enriquecen de forma extraordinaria su competencia sociocomunicativa, su conocimiento del mundo.
Otro pasaje del mismo autor, ahora del Concierto barroco, da pie a Munteanu para analizar qué conexiones se deben activar en el receptor para entender esas seis líneas que me permito leerles (vid. p. 63).
[…] Al pasar frente al palacio Vendramin-Calergi notaron Montezuma y Filomeno que varias figuras negras – caballeros de frac, mujeres veladas como plañideras antiguas –llevaban, hacia una góndola negra, un ataúd con fríos reflejos de bronce. “Es de un músico alemán que murió de apoplejía –dijo el Barquero, parando los remos: Ahora se llevan los restos a su patria. Parece que escribía óperas extrañas, enormes, donde salían dragones, caballos volantes, gnomos y titanes, y hasta sirenas puestas a cantar en el fondo de un río. […]
Como muchos de ustedes ya habrán deducido, el mecanismo de la intertextualidad nos debe llevar desde la góndola, que nos indica que se habla de Venecia, hasta ese músico alemán que escribió óperas muy extensas, con personajes fabulosos y mitológicos, es decir, hasta Richard Wagner (1813-1883). Magnífica explicación que combina la gramática del texto con la literatura y con el mundo cultural.
Lo que reflejan estos ejemplos es una idea que reitera Munteanu a lo largo del texto y que viene a reflejar fielmente la perspectiva de la teoría de la comunicación: un texto no está completo hasta que es asimilado por el receptor, que nunca puede ser concebido como un actor pasivo; por el contrario, debe colaborar con el productor poniendo en funcionamiento su biblioteca virtual para interpretar adecuadamente el texto. Como dice el bibliotecario de la cárcel de Quatrecamins, uno de los personajes de Terra Alta, la novela de Javier Cercas premiada con el Planeta este último año, “la mitad del libro la pone el autor y la otra mitad el lector”. Realmente, si el receptor no posee el nivel de competencia intertextual necesario, el texto no puede cumplir con su esencial finalidad comunicativa.
Es verdad que tampoco puede olvidarse que hay autores más herméticos que otros: pensemos que un poeta como Gabriel Celaya que dirige su obra “a la inmensa mayoría” o ciertos poemas, como el que lleva precisamente el título que acabo de señalar (“A la inmensa mayoría”) de Blas de Otero, o los numerosos ejemplos que podemos encontrar en el movimiento de poesía social de la posguerra española serán más accesibles al lector medio que las creaciones de un Juan Ramón Jiménez, que con su propósito de dirigirse “a la minoría siempre” incorpora unas dificultades, propias de la poesía pura, que no todos los lectores pueden interpretar y valorar.
Hasta ahora, no les he comentado la estructura del libro, La palabra y la imagen, que presentamos hoy. Paso a hacerlo brevemente. Además del prólogo de Emilio Gavilanes y de unas consideraciones preliminares del autor, el libro se articula, como nos anuncia su título, en dos partes, dedicadas, respectivamente, a la palabra, la más extensa, y a la imagen. Dentro de la palabra, que centrará más nuestra atención, se destina un apartado a la comunicación en general y otro, muy amplio, a la intertextualidad, en el que se abordan aspectos de tanto interés como las relaciones semánticas entre lexemas, el marco (frame), las presuposiciones (implicaturas convencionales y conversacionales), la metáfora, los mitos, los refranes y la traducción. He querido exponer todo el contenido a través de los epígrafes del libro, porque así se pueden hacer una idea de por dónde navegan estas páginas dedicadas al fenómeno comunicativo. Ustedes habrán descubierto ya que esta obra no olvida el apasionante mundo de la traducción, un ámbito que conoce muy bien Munteanu tanto desde el punto de vista teórico como desde la propia práctica, y que estudia dentro del concepto de la intertextualidad, que se convierte en el núcleo esencial del libro porque es desde esa perspectiva desde donde se va a interpretar el fenómeno comunicativo. Debemos aclarar que Munteanu concibe la intertextualidad como un concepto amplio que integra todos los conocimientos que una persona va almacenando en la memoria individual o colectiva desde que tiene conciencia de sí mismo: “desde los primeros consejos y cuentos oídos en la tierna infancia hasta los conocimientos adquiridos mediante experiencias personales y lecturas” (23).
Son muchos los aspectos destacables de esta obra. Por eso me van a permitir que, en esta presentación, dada la extensión del trabajo, me centre solamente en las ideas que me han llamado más la atención.
Digamos, de entrada, que la posición lingüística de Munteanu lo lleva a rechazar la visión chomskiana del hablante-oyente ideal, algo esperable por la orientación de sus investigaciones; pero sí utiliza la oposición estructura latente o profunda/ estructura patente o superficial como una base útil para la explicación de los elementos comunicativos de las distintas manifestaciones artísticas.