El pasado 27 de noviembre se presentó en Barcelona el poemario Horas tangentes de Miquel-Lluís Muntané, en la que el autor estuvo acompañado por los escritores José Florencio Martínez, Silvia Rins (traductora y prologuista) y Santiago López Navia (editor de la obra, en representación de La Discreta). Con tal motivo, nuestro blog dedica sendas entradas a los textos de presentación de los dos primeros. Hoy reproducimos las palabras de José Florencio Martínez.
A propósito de Horas tangentes de Miquel-Lluís Muntané (1)
Por José Florencio Martínez
Es muy difícil definir qué es la poesía y, por lo tanto, es también muy difícil definir qué es un poeta. En todo caso, un ser extraño en el mundo. Aquí viene a cuento la célebre anécdota que yo le oí contar a Joan Brossa, cuando, al ir a renovar el carnet de identidad, el funcionario que le atendía le preguntó cuál era su profesión, y el susodicho escritor le contestó: “poeta”; pero el funcionario, que no las tenía todas consigo o padecía de sordera, escribió: “paleta”. “No, no, paleta no; poeta”, le replicó Brossa. “¿Y qué profesión es esa, si puede saberse?”, inquirió el funcionario. Y Brossa zanjó: “Vale, ponga paleta”. Tenía razón el funcionario; poeta no es ninguna profesión.
Si, como dijo Palau i Fabre: “El hombre es un ser que se busca”, podríamos decir del poeta que es un ser que se extraña. Y por eso es extraño él mismo. Tiene algo de niño que ve el mundo como recién creado y por eso busca la palabra recental para definirlo; para decirlo a su manera según lo ve él; para crearlo en su palabra. El poeta es creador, o no es nada. Busca la palabra trascendente, el decir nuevo, el verbo extrañado.
La poesía, en frase de Francisco Javier Irazoky “es una intensidad de la mirada que despierta a la conciencia”. La poesía es intensidad, es la intensidad de cuando las horas quietas, y ver pasar las cosas de otra manera. La realidad es poliédrica. Nuestros puntos de vista no pueden quedarse en una visión unilateral de las cosas, en un único punto de vista. Sería muy empobrecedor.
El poeta es un espejo. Y un espejo (speculum) especula. El paso del tiempo conserva nuestra identidad, pero en sus meandros vemos cómo se hace más y más complejo el misterio de todo. Mientras tanto, fluímos. Desnudos hacia la mar. Y el temblor de los poemas lo pone siempre la muerte. Que nos hace efímeros como las rosas y sucesivos como las olas.
El poeta pergeña rayas sobre el papel, trazos sobre el palimsesto de la escritura y, a la altura del tiempo, entrevé que aquellas rayas, aquellos trazos sobre la arena dibujan su propio rostro. Lo dijo Borges, Miquel-Lluís. Y yo, a través de la rejilla de tus poemas, puedo entrever tu rostro.
Horas tangentes es un texto de 43 poemas en prosa y un magnífico pórtico de Silvia Rins que, sabiamente, nos da acceso a ellos.
En Horas tangente” la mirada del poeta nos hace ver “lo que queda del día”, (hermoso título y película de James Ivory), es decir, lo que queda de nosotros después que ha transcurrido el tiempo. El poeta se fija en los detalles de lo que nos rodea mientras pasamos: en el “azul inmensurable”, “en las copas otoñales de los árboles”, “en la coreografía del petirrojo…”
El poeta recuerda la mirada de un niño cuando, en las horas quietas, “teníamos por único cometido conducir al esquife que imaginábamos galeón a través del estanque que suponíamos océano”.
O, en la hora del lubricán, “la hora absurda de los maniquíes sin sombra”, el poeta se fija en esa “bandada de golondrinas errática” “que proclama que el cielo se ha cumplido”, pero que también vuelve a alzarse el día en la última raya de luz del horizonte.
La poesía que emana de los textos de “Horas tangentes”, tangentes a nosotros, tangentes a nuestra alma, es muy sugeridora, muy creativa. A mí sólo me gustan los poetas que ponen en marcha mi motor creativo, que atizan con pequeños leños las calderas de la creatividad. Miquel-Lluís es uno de ellos.
¿Cómo consigue esto Miquel-Lluís?: Paseando con extrañeza (y sabiduría poética, ¡ese don!) la mirada por los detalles de lo que nos rodea, por la memoria del tiempo, “por los instantes que permanecerán”, por la delicada belleza de una gota que cabalga sobre una adelfa”, “por los márgenes del día”. Los márgenes nos muestran los límites de las cosas y del mundo. Por eso las entendemos, porque tienen márgenes. Por eso no entendemos palabras como eternidad o infinito, porque no tiene márgenes. Por eso, si el infinito no tiene márgenes, las “horas tangentes” son las que nos tocan, o, como dice el título de uno de los últimos poemarios de Caballero Bonald: “somos el tiempo que nos queda”. Y en ese tiempo, en esa proyección de futuro, Miquel-Lluís nos señala “pasarelas” (pág. 23), nos señala “puentes”, nos indica “vasos comunicantes”, nos apunta lugares de paso propicios.
Según nos desvela Silvia Rins en el magistral prólogo del libro, este poema de título “La pasarela”, que Miquel-Lluís garabateó en el dorso de una factura, sería el primer poema del conjunto y, por tanto, el poema germinal. Porque, según el poeta: “En el barbecho pedregoso que el ignaro juzgaría anodino respira un microcosmos denso, capaz de alumbrar algo parecido a la felicidad”. (Pág. 26).
Los poemas en prosa de Horas tangentes son como fotografías que el poeta dispara frente a tiempos y lugares ante los que se topa. O cuadros que el poeta colorea con la adjetivación de su poesía, de sus recuerdos, de su impresión.
Su impresión, tanto la que el poeta recibe en su retina, como la que el poeta vierte sobre ella, es lo que acaba yendo a la imprenta en este juego de espejos que es la poesía; y es la impresión que cada uno de nosotros extrae subjetivamente al leer el poemario.
Ver cuadros en un museo o leer poemas en un libro son actividades parejas, y ambas tienen que ver con la impresión.
El poeta es un sentidor, una cámara fotográfica con palabras que sabe ver –“saper vedere”, que decía Leonardo- la poesía del mundo, esa cosa tan extraña, tan mágica, o tan extrañamente mágica por la que vale la pena vivir; por la que vale la pena alzarse a la vida.
“La poesía, en frase de José Hierro, dice más de lo que dice”. Cuando Miquel-Lluís escribe como epígrafe: “Publicidad”, y cierra su breve texto con esta sencilla frase: “No cerramos al mediodía”, nos explica el significado de ambas en el texto intermedio: “Porque somos capaces de afinar el concierto del mundo con el diapasón de una mirada y encender las luces de la ciudad con un roce de manos”. ¿Cómo, pues, vamos a cerrar al mediodía?
De la composición “Ritual del frío” subrayo estas líneas que Miquel-Lluís denomina formas de felicidad: “acurrucado, hacer de una manta el nido de la abubilla, de una estufa el centro del sistema solar, y de una aldaba la frontera con el mundo”.
De “Luton Airport” es maravilloso su colofón: “Unos se lamentan por no haber vivido el viaje. Otros lo hacen por no haber viajado la vida”.
“Bengalas” y su siguiente prosema intentan captar aquello que el epígrafe de otro excelente texto del libro denomina “el alma de los instantes”: como el primer orgasmo (¿quién se acuerda –¡ay!– del primer orgasmo?), el postrer resuello del ahogado, el titilar hipnótico de los astros en una noche de agosto, el primer indicio de claridad anhelado en el útero de la madrugada, etc., etc., etc.
Tras la lectura de “Gracias por la sonrisa”, (pág. 42), comprendí, desde dentro, el significado y la belleza de la poesía. Me pregunté lo siguiente: Si todo, todo, todo en el universo es efímero, ¿por qué nosotros queremos durar?, ¿qué vana pretensión nos mueve a ello? ¿Es, sin duda, el amor? ¡Qué sabe nadie! Pero mientras nos acercamos a la mar, nos agarramos como náufragos a las tablas de salvación que nos ofrece la poesía de la vida: “Entonces salta, hecha añicos, la costra maltrecha y abrazas la probada frescura del pozo, la tenacidad de la sangre, el indicio de luna que proclama el levante, la vieja caricia guardada en cualquier pliegue de la piel, y cada una de estas palabras que perfilan una verdad que no sabríamos negarnos”. (Pág. 42).
Y es que, Miquel-Lluís, amigo, como decía Morente, “la vida siempre levanta”. Al menos en nuestro Planeta, la vida siempre levanta.
La pulcritud poética y la fuerza sugestiva de “Horas tangentes” hacen que para mí sea un festín su lectura, y espero y deseo que así lo será también para el perspicaz y agudo lector de poesía.