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Por Emilio Gavilanes

Consuelo Triviño es una interesante narradora y ensayista colombiana de reconocido prestigio que lleva afincada en Madrid una buena porción de años. Quien no la conozca puede leer una introducción a su biografía y a su obra en su página personal o en su entrada de Wikipedia.

Su última obra publicada es la colección de cuentos El ojo en la aguja (Granada: La Mirada Malva, 2019). Se trata de 8 relatos que no sé si pertenecen a distintas épocas o si la autora ha querido practicar con diferentes estilos y maneras de enfocar una historia. En todo caso, esa variedad enriquece el libro.

Los que ocupan la primera mitad del libro quizá muestran un mayor interés que los de la segunda en el modo de contar, un modo que se desenvuelve mediante sugerencias, una escritura mucho más impresionista que realista, sin dejar de ser “figurativa”. El lector puede ver las escenas, los episodios narrados, no mediante las palabras, sino a través de ellas. De estos primeros cuentos uno destacaría las reflexiones sobre la soledad del sexo (“el sexo es un extraño que viene a visitarnos”, leemos), del primer relato, “La muñeca”; la atmósfera, o la visión, onírica del segundo relato, “Una va sola”, en el que parece demostrarse la imposibilidad de que pase algo; la rememoración lírica y melancólica de “Carpe diem”, a partir de una foto a la que dan ganas de pedir que los retratados se abracen entre sí y dejen de abrazarse a sí mismos; la irrealidad de “Yo no la maté” en que el cuento se piensa a sí mismo y se descubre que la manera de matar a alguien es quemar las páginas del cuento.

Los tres últimos cuentos, que son más largos, casi la mitad del libro, ofrecen una escritura más realista, pero que presenta dramas íntimos: “La sonrisa de Lilith”, por ejemplo, reflexiona sobre el conflicto entre la realidad y la verdad, mediante un fotógrafo que no se lleva bien con una persona real, su vecina, y sí con la imagen que tiene de ella, lo que él entiende que es la verdad; “Solo para hombres”, una fábula sobre la frustración, de una escritura impecable, de línea clara, podríamos decir, por utilizar el símil del cómic; y el espléndido “La casa imposible”, también un tanto onírico, de una gran fuerza alegórica, que presenta una casa cruzada por odios, donde nadie hace nada por los demás, quizá solo la hermana, que lo sostiene todo, y que a la vez es la culpable de impedir que la casa se hunda, como se merece.

Uno se queda al final de la lectura de este libro con la impresión de que el conjunto es un mapa del interior humano, que en ocasiones recurre a presentar hechos externos solo para que el interior se haga más visible.

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