Por Luis Junco
Comparto la opinión de que las mejores ideas resultan ser sencillas en su estructura y profundas en su alcance. Y por eso me parece que los buenos libros tienen esa cualidad. Su armazón sorprende por su simplicidad y claridad, su lectura nos descubre verdades recónditas. A mi entender, eso es lo que ocurre con el nuevo libro de Emilio Gavilanes, Bazar, con el que este autor añade una pieza más al gran puzzle tan personal y único que comenzó a armar desde su primera obra, La primera aventura (Seix Barral, 1991).
Bazar comienza con un vuelo de aves migratorias con el que también emprendemos la lectura:
Pocos espectáculos de la naturaleza hay tan bellos y tan simbólicos como una bandada de aves migratorias cruzando el cielo rumbo a otro continente. A veces las vemos cuando las sombras ya han caído sobre la tierra, y el sol, invisible a nuestros ojos, aún puede iluminar objetos muy altos. Las vemos pasar, brillantes, como espíritus.
Si estás en el campo, puedes oír su batir de alas, lo que las devuelve a la realidad. Una vez vi un bando que bajó al suelo, se agruparon, parlotearon yendo de un lado a otro y después de un rato volvieron a remontar el vuelo para proseguir su viaje, en un orden perfecto. En el suelo quedaron sus huellas mezcladas.
Esas huellas mezcladas en el suelo, esos rastros de la propia existencia, constituyen los elementos del relato de Emilio Gavilanes. Como quien entra en un gran bazar oriental atraído por la llamativa mercadería que allí se exhibe, el narrador se adentra en el espacio de su propio mundo interior y rebusca entre recuerdos y experiencias. Expurga de entre el variado contenido y saca a la luz distintos objetos que hace girar entre sus dedos para que podamos considerarlos y observar desde distintas perspectivas, los agrupa, coloca cuidadosamente unos junto a otros, los vuelve a desordenar. Recuerdos de la infancia, sueños, libros, películas, opiniones, voces queridas, cuentos, títulos, animales de un especial bestiario, colores, haikus, personas detestables, muestras de belleza y bondad, ejemplos de horror y destrucción, lecturas, Dios, la creación literaria… Seguramente, como a muchos de los inadvertidos clientes que entran a curiosear por el bazar, la mayor parte de las cosas que se muestran parecen baratijas. Pero hay que acercarse a ellas con la misma actitud con la que, siendo niños, observábamos una canica de cristal. Descubrimos entonces que son tesoros que nos alumbran la vida. Y no solo eso, sino que en ese abigarrado conjunto de elementos tan dispares, se adivina un orden escondido y cierto.
Con esta atrayente insinuación acaba Bazar:
En El mundo del sexo, cuenta Henry Miller que en un momento de su vida, en París, de pronto toda su vida anterior se ordenó y pudo ver cómo todos los episodios adquirían un sentido, ocupaban su sitio en el conjunto. Las personas que había conocido, los animales, los acontecimientos, todas sus experiencias formaban una totalidad. Los ríos, las ciudades, las montañas, los bosques… todo formaba parte de esa totalidad y no estaban aisladas. Se conectaban, todas tenían relación unas con otras, se iluminaban mutuamente, se explicaban. Todo era necesario y significativo.
No a todo el mundo le ocurre. De pronto tu vida no es un caos de cosas que ocurren al azar, una acumulación de hechos inconexos. Ves que las cosas se suceden, no suceden meramente. Ves la forma de tu vida. Sabes por qué, para qué ocurrieron todas las cosas. Es un momento extraordinario. Todo fluye sin esfuerzo y tú estás dentro de ese fluir. Y lo bueno y lo malo que te ha ocurrido son igualmente justos, necesarios. Ves que los episodios independientes forman una historia. Significan juntos.
En medio, 244 páginas de sentimientos, de emociones, de lo mejor de la literatura.