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Por Luis Junco

En una entrada anterior de este blog, quedó pendiente el papel de las galaxias en el proceso de “selección natural cosmológica” que postula el escritor y físico Lee Smolin. Recordemos que según ese proceso, las características físicas de nuestro universo están ajustadas a una continua creación de nuevos universos a través de estrellas y agujeros negros.

(Mi narración ahora será muy sencilla, simplificada y hasta tosca. En su libro, Lee Smolin describe todo lo que sigue con mayor extensión, detalle y mucho más rigor.)

Las galaxias son enormes estructuras giratorias de estrellas, gas y polvo que suelen tener distintas formas geométricas: lenticulares, elípticas, globulares… Las más abundantes y activas son las espirales, como la nuestra, y en ellas se producen la mayor parte de las estrellas. En los grandes brazos espirales de las galaxias se concentra el nacimiento de las nuevas estrellas, pero a la vez son su cementerio. Allí mueren las estrellas, como ocurrirá con nuestro sol dentro de cinco mil millones de años, y su materia, cargada de elementos orgánicos y pesados, se unirá al polvo cósmico que gira con toda la galaxia. Mucho de este polvo estelar se diluye en el espacio interestelar, pero otra parte muy importante se concentra en nubes con más o menos materia. En las zonas más densas de esas nubes, por la acción gravitatoria -y por algo que comentaré en un momento- el  gas y el polvo se concentran, aumenta la presión y la temperatura y acaba por “encenderse” una nueva estrella. La mayor parte de las estrellas que nacen en los brazos espirales galácticos son de tamaño medio, como nuestro sol, y tienen combustible para durar decenas de miles de millones años (tiempo suficiente para que en los planetas que nazcan de los restos de esa concentración de polvo estelar, surja la vida por el proceso de selección natural). Pero en esas concentraciones de materia en las nubes galácticas también se crean -en menor proporción que las ordinarias- estrellas de masa muy superior a la de nuestro sol. Duran mucho menos (decenas de millones de años), porque consumen su combustible mucho más rápidamente, y mueren de forma muy violenta: las explosiones supernovas. El efecto de una explosión supernova es devastador. Acaba con las estrellas cercanas y dispersa la nube galáctica en la que se encuentra, impidiendo ahí y durante mucho tiempo la formación de nuevas estrellas. Pero a la vez tiene un efecto beneficioso y esencial. 

Decíamos en el párrafo anterior, que en las zonas más densas de una nube galáctica se concentra la materia por la acción de la gravedad y ahí nace una nueva estrella. Pero, por regla general, la acción gravitatoria no es suficiente para que comience la fusión nuclear. Es necesario algo más. Y ese algo es la onda expansiva generada por las explosiones supernovas que se extiende por la galaxia. Desde el lugar en que se produce con efecto devastador, su efecto alcanza las nubes de polvo cercanas y ayuda a “prender la mecha” de la fusión nuclear en las zonas más densas, impulsando así el nacimiento de nuevas estrellas. Y aquí es donde Smolin se hace eco de una relación que compara lo que ocurre en la galaxia con la diseminación de un virus en una población. La analogía consiste en asimilar la formación de estrellas a un proceso que “infecta” las nubes de gas y polvo y se propaga por toda la galaxia. Los problemas que se le presentan al virus para propagarse y permanecer en la población y el de las estrellas para seguir creándose y permanecer en la galaxia, resultan así muy similares. 

Si el virus infecta y mata a muchas personas, acaba desapareciendo porque no puede esparcirse más. Pero si infecta a poca gente, no se extiende lo suficiente y también acaba desapareciendo. Para vivir continuamente en la población no debe matar a demasiadas personas, debe infectar a un ritmo adecuado, ni demasiado alto ni demasiado bajo. 

¿Y cómo consigue eso un virus? Pues no matando a todas las personas que infecta. Las personas que infecta y no mata se convierten en inmunes, suponiendo un freno a la infección y permitiendo así no acabar con los necesarios huéspedes. Pero si el freno es demasiado grande y el número de inmunes crece demasiado, el virus deja de propagarse debidamente. ¿Qué hace entonces para poder seguir viviendo? Mutar. Una pequeña variación en su genoma le permite superar de nuevo la inmunidad de los huéspedes y comenzar de nuevo la infección en la siguiente temporada. 

Lo mismo hacen las galaxias espirales. Las nuevas estrellas infectan las nubes moleculares de la galaxia y propagan la infección de nube en nube por las explosiones supernovas. La inmunidad de la población la consiguen las propias supernovas, pues su violenta explosión, al tiempo que catalizador de formación de estrellas en esa nube próxima, acaba con las estrellas de su propia nube y la disemina hasta hacerla estéril. Solo después de un tiempo esta materia diseminada vuelve a juntarse y a reiniciar el proceso. Así, al igual que el virus debe diseminarse en la población que infecta a un ritmo adecuado -para lo que utiliza la inmunidad del huésped infectado y la mutación genética- para mantenerse indefinidamente en la población, la galaxia utiliza el ritmo de creación y explosiones de supernovas para seguir creando estrellas, agujeros negros y nuevos universos indefinidamente. 

Y llegamos a la literatura. Pues una secuela de esta original teoría de Lee Smolin la encontré en una estupenda novela de ciencia ficción que recomendó mi estimado Miquel Barceló en su Ciencia Ficción: nueva guía de lectura. Se trata de Cosmo, de Gregory Benford. 

Alice Butterworth, una física americana, hace un experimento en el Colisionador de Iones de Long Islands. El objetivo es conseguir la materia gluón-quark, que estaba presente en los primeros momentos del big-bang. Pero algo falla. Hay una explosión y en el lugar de la colisión de los haces de uranio aparece una pequeña esfera de 30 cms. Esta extraña esfera resulta ser el inicio de un nuevo universo que por error ha sido obtenido artificialmente. 

Y me resulta una consecuencia de la teoría de Smolin porque de la misma manera que la aparición de la vida y la inteligencia ha supuesto un salto cualitativo y aceleración de la evolución biológica, la misma inteligencia se presenta en esta novela como un salto similar en la selección natural cosmológica. La presión selectiva en los nuevos universos que se creen a través de agujeros negros se desviará ahora hacia aquellos universos creados en los laboratorios. Los universos más abundantes serán aquellos en que exista inteligencia. 

2 Comments

  1. Carlos dice:

    No se si Smolin diferencia a un humano de una estrella en su libro para suponer que aquél se podría comportar diferente pues el ser humano no es inanimado, aunque podría serlo. OJO, esto de no ser inanimado podría se cursi.
    Alguien que no sepa absolutamente nada sobre virus podría pasar por ser inanimado y seguir siéndolo incluso si resulta inmune. El caso actual es bastante diferente pero vale la pena compararlo. Por ejemplo, ¿porqué si existe un amplio mercado para introducir vacunas e inmunidades, para la muestra un botón de la actual crisis; la empresa privada se abstiene de dejar de ganar dinero con ellas; sobre todo si como está demostrado existen los fondos de financiación estatal para tal fin; incluso cuando en las crisis pelechan, lo mismo que los bancos, de los fondos públicos? Es indudable que eso por sí solo eso nos diferencia de ser una estrella. En ese sentido el neoliberalismo es tan imperturbable e insensible como el Universo.
    Pero hay algo en lo que coincido con Smolin: el absoluto desinterés del Universo en su conjunto sobre cualquiera que sea el resultado. No es la vida el interés del Universo, ni del neoliberalismo. De manera que cuando un virus ataca a un ser humano lo hace en tanto materia, independiente de la subjetividad que solo hace parte de la visión, y creencia antropocéntrica del conocimiento, (véase Stephen Hawkings) no del interés del Universo.
    Sin embargo, aun así la teoría de Smolin es supremamente reductora. Muy a pesar de que el virus es, para todos los fines menos uno, un ser abiótico, busca o propicia su reproducción. Igual puede decirse de aquellas químicas que siendo puramente minerales, abióticas puras, resultaron combinándose con el agua o algunas moléculas orgánicas abióticas también, mucho antes de nuestra existencia.
    Y entonces, súbitamente, despierta una clave que es el más importante derivado de la teoría de Smolin: el origen de la muerte.
    Pero, por lo que veo, Smolin no se interesa por ello.
    Tocará leer el libro. ¿Qué editorial lo vende en español? Gracias.

  2. Luis Junco dice:

    Gracias a ti por tu comentario, Carlos. Y la verdad es que no sé si hay edición español. Yo leí el libro en inglés y he rastreado por la red pero no encontré edición española. Una pena, la verdad, porque para mí es un libro que merece la publicación en español.

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