Por José Miguel Junco
ALGUNAS CONSIDERACIONES TRAS LA LECTURA DE BAZAR, DE EMILIO GAVILANES – EDICIONES DE LA DISCRETA (PROSA NOSTRA), MADRID, 2020
Cuando uno comienza a adentrarse en Bazar lo primero que llama positivamente nuestra atención es su estilo fragmentario. Tal vez porque tenemos predilección por autores que no refieren la trama de sus obras de manera lineal. No porque rechacemos una buena historia bien contada, que no es el caso, sino porque tenemos la impresión de que tampoco es lineal la vida.
Nuestras preferencias lectoras se decantan por autores como Roberto Bolaño, Ricardo Piglia, Juan José Saer, Enrique Vila- Matas, William Faulkner y tantos otros que demuestran tener una visión más compleja, intercalada, simultánea, heterogénea del modo en el que se suceden los acontecimientos y que, en nuestra opinión, se asemeja más a cómo transcurre la propia vida. Cabe decir que, no obstante, en Bazar se “cuentan” cuentos tradicionales y otros del autor cuya lectura resulta muy gratificante.
Ese estilo fragmentario y el afortunado título de la obra, Bazar, nos suscita la misma ilusión que experimentamos cuando entramos en una de esas librerías en la que se venden libros antiguos y empezamos nuestra particular indagación convencidos de que en algún polvoriento anaquel, o quizá entre los libros amontonados en el suelo, vamos a encontrar una de esas “joyas” que tanto se valoran por parte de los que somos adictos a la lectura. Por eso entramos confiados, cómplices y pacientes.
Al tiempo, los que conocemos el buen hacer de Emilio Gavilanes no podemos decir que nos sintamos sorprendidos, confirmamos una característica del autor: la precisión y naturalidad de su prosa, que fluye sin que se tenga la sensación de que sobre o falte palabra alguna (están las que tienen que estar con la connotación que tiene que tener) y sin que se caiga en la tentación de recurrir al uso de palabras de “relleno” o a “excentricidades” que intenten, erróneamente en nuestra opinión, mostrar ingenio u originalidad.
En Bazar encontramos anécdotas, aforismos, reflexiones de diferente profundidad, alusiones a autores preferidos, citas, comentarios nacidos de la observación del paseante que se deleita con la visión de un paisaje concreto o comenta conversaciones oídas en un tren o en el autobús, realidades paralelas de la ciudad ahora transformada en las que se intercala “la visión” de aquella que ya no es pero que pervive en la memoria.
Algunas reflexiones profundas, como decíamos anteriormente, no exentas de un lirismo y un ritmo que delatan al poeta que también hay en el autor. A modo de ejemplo:
Del lago salen hilachas de niebla, y no parece que sea el invierno quien las crea, sino que son las almas de los marineros ahogados, que salen a secarse y comprenden que el alivio que les proporciona el sol es el primer paso hacia su desaparición definitiva, y que no son tan inmortales como creían cuando andaban por la vida.
¿Cómo no detenerse en la reflexión y cómo no quedar encandilados por su belleza a pesar de su sentido trágico?
Otro aspecto a destacar es la ternura y sensibilidad que subyacen en algunos de los comentarios:
Hoy hace 25 años que murió mi madre. Me acuerdo de que cuando yo tenía fiebre ella venía a la cama y me ponía la mano en la frente. Me acuerdo de sus manos ásperas y frías, que acababan de fregar, y de su voz tranquilizadora, dulce. Me sentía muy enfermo y a veces pensaba: Pobrecilla, cómo sufrirá cuando me muera.
¿Cómo no tener la impresión de que nosotros hemos evocado en algún momento los mismos recuerdos?
Alusiones reiteradas al tiempo aquel de la infancia en el que éramos “inmortales” y que en gran medida nos conformó tal y como somos ahora; opiniones sobre películas que forman parte de la memoria visual del autor; consideraciones irónicas, a veces mordaces, sobre asuntos que llaman la atención del autor; preocupaciones sobre lo divino y el carácter del “alma” que llevamos dentro; referencias autobiográficas sobre el momento presente; reiteradas alusiones a la poesía (particularmente al haiku como la composición capaz de expresar las más variadas y complejas imágenes en pocos y contados versos); pero también a Wallace Stevens o a Joan Margarit que suponemos debía de estar acordándose de su hija Joana cuando escribió estos versos que se citan:
Mucho tiempo traté de imaginar / que solo estabas lejos.
¿Y cómo evitar que el poeta que también es Emilio Gavilanes se manifieste en distintos fragmentos? A modo de ejemplo:
La procesión pasa junto a la iglesia. Desde el nido la cigüeña asoma la cabeza. Aquí está el espíritu del haiku.
Una última cita para demostrar que en este Bazar vamos a encontrarnos reiteradamente con esas “joyas” a las que aludíamos al comienzo. Refiriéndose a Van Gogh:
Los buenos pintores reflejan el mundo en sus cuadros. Pero los mejores hacen que sus cuadros se reflejen en el mundo. Amsterdam, toda Holanda, está intentando alcanzar el colorido de los cuadros de Van Gogh.
Hemos disfrutado con la lectura de Bazar, lo hemos recorrido lentamente, yendo de un lugar a otro, atraídos por tal o cual objeto para llegar a la convicción de que cada uno de los fragmentos que lo conforman son en realidad “hilos” que pertenecen a una madeja común: la vida. La del autor y la de los lectores. El modo en que se narra es lo que hace posible que se produzca “la comunión”.
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