Por Luis Junco
No me cuento entre las personas con capacidad de retener lo que sueñan. Cuando al despertar he sido consciente de algo que acabo de soñar, las imágenes se me desvanecen como un azucarillo, sin darme tiempo a recordar nada. Pero sé de personas que sueñan con prodigalidad y retienen detalles de sus sueños que me resultan inconcebibles.
El suizo Carl Gustav Jung fue uno de los interpretadores de sueños más cualificados y originales. Para él eran una clara manifestación del inconsciente: procesos de nuestra mente para los que no tenemos control alguno, que influyen decisivamente sobre nuestra vida y que emergen a través de lo que soñamos cuando nuestro nivel de conciencia se atenúa o aletarga. Sumergidos en ese inmenso océano desconocido, según Jung, no solo hay elementos de nuestra vida personal, sino contenidos de un inconsciente colectivo con el que nacemos y que él llamaba “arquetipos”.
Entre los años 1936 y 1937, primero en Bailey Island y luego en Nueva York, Jung dio once conferencias para explicar cómo se manifestaba el inconsciente en un caso concreto. Y como material utilizó los sueños de un hombre joven, de treinta y dos años, con un extraordinario desarrollo intelectual y elevada educación, que había acudido a consultarle a consecuencia de un trastorno de personalidad múltiple. Apenas poco más se decía del soñador, salvo que durante ocho meses había desvelado más de cuatrocientos de sus sueños y visiones, que, primero Erna Rosenbaum, ayudante de Jung, y después él mismo, habían anotado tratando de influir lo menos posible en el sujeto y eludiendo cualquier intento de explicación. El método de Jung era que el propio paciente atara cabos y llegara a conclusiones que al final ayudaran a su curación.
Con el tiempo se supo que el soñador había sido Wolfgang Ernst Pauli, físico austríaco, que recibió el Premio Nobel en el año 1945 como descubridor del llamado principio de exclusión. Lo que descubrió Pauli en 1926 fue que los electrones tienen aversión a compartir habitáculo con otros que tengan igual estado cuántico. Cuando un electrón intenta compartir órbita alrededor del núcleo con otros de iguales características es expulsado a órbitas de mayor energía. Y eso es la base de la formación de los distintos elementos químicos, que teniendo las mismas partículas elementales se comportan de manera tan distinta como lo hace un metal con respecto a un gas.
Desde ese año, 1926, Pauli comenzó a desarrollar una profunda depresión, que tenía como fundamento su exclusiva preocupación por la ciencia, que suprimía cualquier otra emoción humana. Un desequilibrio que le llevó a vivir dos personalidades contradictorias: por el día era un brillante, responsable y consciente físico; por la noche frecuentaba los bares, se emborrachaba y se enzarzaba en continuas trifulcas y peleas con otros parroquianos.
Para Jung, en caso de conflicto, la función de los sueños es establecer un equilibrio entre la conciencia y el inconsciente. Así, si en la mente hay un conflicto del que no eres consciente, en tus sueños aparecerán imágenes de tormenta, lucha o fuego. Y al contrario, si eres consciente de que tu espíritu no está en paz, se reflejarán en tus sueños imágenes de tranquilidad y símbolos que suponen la unión de contrarios. Jung lo llamó “relación de complementariedad”. Y es curioso que en la física exista un llamado “principio de complementariedad”, que bien conocía Pauli, porque lo había enunciado su amigo y mentor Niels Bohr. Para este no había contradicción en que la materia se comportara a la vez como onda y como corpúsculo, según había descubierto la física cuántica, eran “opuestos complementarios”, de la misma manera que la verdad es una mezcla de razón y sentimiento, análisis e intuición, innovación y tradición.
La lectura de este libro en que se transcriben las once conferencias que dio Carl Jung sobre los sueños de Pauli, no solo constituyen una apasionante viaje de descubrimiento por la compleja mente de un hombre contradictorio y científico genial, sino que es también una exploración de arquetipos y símbolos que tienen sus raíces en los albores de la humanidad.
Y más allá de eso, mientras leía crecía en mí la idea -mezcla de análisis e intuición- de que muchos de los descubrimientos que hizo Wolfgang E. Pauli de la realidad física (en particular, el principio de exclusión) se debieron a su propia neurosis, una especial sensibilidad de su mente -consciente e inconsciente- para detectar elementos opuestos. Me parece que el propio Pauli se dio cuenta de esto, pues desde que comenzó su trato con Jung hasta el final de sus días, su interés por la relación entre materia y mente fue en aumento.
(Dream symbols of the individuation process, de C. G. Jung, editado por Suzanne Gieser, en 2019)