Por Luis Junco
Para muchas personas, esta no debería ser una recomendación para la época del año en la que estamos, una “lectura de verano”, algo ligerito y para pasar el rato sin necesidad de estrujarse mucho las meninges. Bueno, no sé, es posible. Pero si alguien busca algo interesante, que da una visión diferente de la realidad física de una manera muy original y clara, intercalados con referencias literarias e historias de ficción que tienen que ver con el asunto en cuestión, yo recomiendo este reciente libro de Chiara Marletto: La ciencia de lo que se puede y no se puede. Está publicado por Penguin y, en mi opinión, su originalidad estriba en centrarse en propiedades marginales de los sistemas físicos que hasta ahora han sido despreciadas por la ciencia. La autora, no solo les da el protagonismo, sino se atreve a calificarlas de esenciales para resolver los principales problemas que afectan en general a las grandes teorías actuales.
Ella las denomina, “contrafactuales”, porque no surgen de la descripción del estado físico actual del sistema y su ley dinámica, como se hace al uso en las teorías físicas, sino que lo que importa son “las transformaciones que resultan posibles o imposibles con dicho sistema”. Entre esas propiedades y los posibles principios que las gobiernan, Marletto nos habla de la diferencia entre la información al uso y la información cuántica -base del desarrollo de la computación cuántica-, del principio de la conservación de la energía y una interpretación de segunda ley de la termodinámica, de las diferentes transferencias de energía, y del conocimiento y la creatividad.
Interrumpí la lectura del libro de Chiara Marleto para asistir a la presentación de otro libro, en Soria, en este caso una novela, que escribió Ignacio Sanz. Vida de san Avelindo es la biografía novelada del también escritor soriano Avelino Hernández. La publicó La Discreta y se presentaba en el Casino Amistad Numancia de la capital soriana. Era la primera presentación a la que asistíamos después de la pandemia. Ya teníamos ganas. Y no nos defraudó. Además de David Torrejón, en representación de la editorial, participaron César Millán, librero; Fermín Herrero, poeta, y el autor del libro, Ignacio Sanz. Todos conocieron a Avelino Hernández, fueron cómplices de muchas aventuras culturales y sobre todo compartieron amistad. Se notaba, no solo en las palabras, sino en el especial ambiente que allí se respiraba. Ignacio nos contó que el libro, esta vida supuesta en la que Avelino queda canonizado y transformado en san Avelindo, fue resultado de un sueño. Un sueño convertido en un libro lleno de imaginación y sobre todo de afecto por quien fue entrañable amigo e inspirador. Después de la presentación nos fuimos a tomar unas cervezas, en la misma calle Collado, y me di cuenta de que al lado, en el escaparate de la Librería Las Heras, Avelino Hernández nos observaba, risueño, desde la portada del libro de Ignacio Sanz. Hablábamos de él, y en un momento dado me dio la impresión de que estábamos hablando con él. Es lo que tienen las presentaciones y por lo que hay que recuperarlas. Siempre está el factor humano y algunas veces se produce el milagro.
Esa noche no volvimos a Madrid. Pernoctamos en Calatañazor, localidad que ya hacía tiempo queríamos visitar y en la que decidimos pasar un par de días. Y allí, cerca de la plaza Mayor, en una calle que sube desde las ruinas del castillo, conocimos al personaje singular de la fotografía adjunta. No sé por qué, le preguntamos algo y estuvimos charlando con él más de una hora. Tenía ganas de hablar y nosotros de saber. Tiene noventa y cuatro años. Había sido carnicero, pescadero, vendedor ambulante, tabernero. También había sido figurante muy significado en películas y series rodadas en el pueblo. Nos contó muchos detalles de las filmaciones de Campanadas al anochecer, de Orson Welles, de El Cid, de Fuenteovejuna, de la serie de televisión El quinto jinete (la bruja)… Nos sacó de la cartera una foto de joven, parecía un actor hollywoodense. Ahora vive solo y tiene una huerta con tomates y pimientos que sigue cuidando y regando, “a mano”, puntualiza. Antes de despedirnos le pregunté por su nombre. “Yo no tengo nombre”, me dice, “y además no sirve para nada.” “Lo importante es el conocimiento”, continúa, “y eso es lo que queda aquí dentro”, y se da un golpecito en el pecho. Luego, ya tarde, lamenté no haberle preguntado por Avelino Hernández. Sabiendo que el escritor hacía tertulia en esta localidad, estaba casi seguro que no se le habría escapado este personaje.
A la vuelta a Madrid, acabé el libro de Chiara Marleto. En el penúltimo capítulo habla de la información y del conocimiento, y al tiempo de negar la visión antropocéntrica que se tiene de ellas, reivindica su realidad física:
La información y el conocimiento, por ejemplo, ha sido tradicionalmente considerados como meras abstracciones -como cosas que no pertenecen al mundo físico (…)
El conocimiento es una propiedad particular que la materia puede adquirir en nuestro universo -que aparece cuando lo hacen los catalizadores abstractos; y es fascinante estudiar sus regularidades: cómo aparecen, cómo evoluciona, y si puede sostenerse y crecer indefinidamente. Y se convierte así en un problema de la física (…) Tiene la propiedad de la resiliencia -de permanecer- y aunque no sabemos exactamente cómo se crea, sabemos que puede surgir tanto de un proceso de selección natural, como de lo que sucede en nuestro cerebro cuando pensamos.
Da muchas muestras de ambos procesos. Y en concreto, del que acumulan los sistemas como proceso físico no antropocéntrico.
Por ejemplo, conocimiento es una pequeña secuencia del ADN de una planta que hace que el color de la rama le permita sobrevivir mejor ante los depredadores de la zona. Como otras muchas variantes de este tipo, la estructura resultante tiene “apariencia de diseño”, parece haber surgido como resultado de una planificación, de un objetivo. Pero no es así, es ciega mutación que ha creado conocimiento.
Me acordé del hombre de Calatañazor y su golpe en el pecho: “Lo importante es el conocimiento”, nos había dicho.
En el último capítulo del libro de Chiara Marletto se nos habla del nostos griego, de que la vida en general y una lectura en particular deben ser nostos en que lo que cuenta es el acopio de conocimiento que hayamos acumulado para emprender el viaje siguiente. Y honestamente creo que de este nuestro a la España vaciada podemos quedar muy satisfechos. Volvemos llenos de nuevos afectos, de nuevos conocimientos, mejor preparados para lo que haya de venir.