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Por Luis Junco

El gran cuadro: orígenes de la vida, su significado y el del universo entero es un interesante libro de Sean Carroll, publicado en 2016, en el que se mezclan filosofía y ciencia y que hay que leer entero para obtener la visión global que promete en su sugerente título. 

Yo aquí solo voy a referirme a uno de sus capítulos, aquel que se titula Planeta de creencias, porque me parece que pone en la buena pista sobre un tema de actualidad: la utilización de los bulos y la importancia (y a la vez la dificultad) de la argumentación.

Señala Carroll en ese capítulo que las ideas, modos y modas habitan las mentes humanas apoyándose y reforzándose unas a otros para formar estructuras lo más coherentes y estables posible. Y los denomina “planetas de creencias¨, para asimilarlos a los objetos astronómicos constituidos por diferentes componentes cuyas masas se aglutinan por la fuerza de la gravedad, haciéndose así estables. Y de la misma manera que estos planetas son continuamente bombardeados por asteroides y otros materiales extraplanetarios que amenazan su integridad, una constante información, nuevas ideas, usos y costumbres asedian de forma reiterada y constante los “planetas de creencias” humanos. En muchas ocasiones esos objetos externos son destruidos o expulsados del planeta, pero otras veces son asimilados en su conjunto y vienen a formar parte de él, añadiéndole integridad y coherencia. Pero ¿qué ocurre cuando el nuevo objeto no es “domesticado” e impacta con violencia sobre nuestro planeta?

Decía más arriba que esta idea de Sean Carroll puede dar luz al asunto de los bulos y los intentos de combatirlos, y trataré ahora de explicarme.

Para empezar, habría que fijarse en que esa noción de coherencia y estabilidad de un “planeta de creencias” en una persona no implica que esté basado en postulados verdaderos. Las creencias pueden ser falsas o erróneas y sin embargo el conjunto puede ser perfectamente coherente y estable. 

Una cosa que sorprende de los bulos o las falsas ideas, una vez criticado el argumento que las sustentan, es que sigan difundiéndose, que siga habiendo anfitriones que las siguen recibiendo con los brazos abiertos a pesar de su evidente falsedad. ¿Cuántas veces, al escuchar a alguien que defiende un bulo, no hemos dicho, “Pero hay que ser cazurro para decir esa barbaridad” o “Pero cómo puede hacerse o decirse esto o aquello” y cosas del estilo? Pues la primera reacción es descalificar a la persona, juzgando a partir de un cuadro de creencias que en realidad es el nuestro y que por regla general nunca coincide con el que presenta la persona criticada. Las ideas navegan de aquí para allá, colonizan mentes, se utilizan por unos y otros según sus intereses, en muchas ocasiones generan en los anfitriones falsos mundos y seguridades y confundimos a las personas con sus ideas. Son ellas, las ideas, las criticables. Caer en la tentación de hacerlo al anfitrión es humano pero en realidad mucho más complejo. (No se trata de justificar esas ideas, sino “comprender” las actuaciones de quienes las manifiestan.)

Por otra parte, combatir las ideas tampoco es sencillo, porque no solo se trata de luchar contra la idea desnuda, sino contra todo un sistema de creencias o planeta de creencias de los anfitriones de los que esa idea forma parte. Y como ya hemos dicho esos sistemas de creencias pueden ser muy estables y coherentes. El ataque a una idea puede ser percibido como un peligro a todo el sistema y la reacción que se produce está en relación a ello. Por todo ello, en los debates, raras veces se centra la discusión en el asunto en cuestión, sino que son normales las alusiones a otras ideas que alimentan o sostienen de manera indirecta la idea discutida; y otras muchas veces, cuando la discusión se enquista, a otros muchos asuntos e ideas que nada tienen que ver con la discusión original. Las discusiones más enrevesadas en este sentido son las que tocan temas políticos y/o religiosos, porque en ellos el sistema integral de creencias de los anfitriones suele estar muy comprometido. Los contendientes suelen debatirse con un ardor inusual, como si en la discusión se jugaran la vida. Y en cierto sentido así es, cuando todo el sistema de creencias en el que basas el sentido de tu vida puede venirse abajo. Nadie acepta de buen grado el desmoronamiento de todo tu sistema de creencias en una discusión.

(En un debate -discusión (alegar razones) de opiniones contrapuestas-, por regla general no tratamos de adquirir nuevos conocimientos o ideas de la persona con la que debatimos, sino que primordialmente tratamos de defender las que ya tenemos del ataque al que presuntamente se les va a someter. Además, si formalmente se acepta que el método es el de presentar argumentos y pruebas que los sustenten, la mayor parte de las veces, y sobre todo cuando faltan esos argumentos o pruebas, se hace utilizando todo tipo de armas: interrupciones a la exposición del contrario, insultos personales, gritos y exabruptos, etc.)

Y vuelvo a una pregunta que dejé pendiente: ¿qué ocurre cuando una nueva y poderosa idea golpea con violencia tu sistema de creencias? Pues que una parte o todo tu planeta al completo salta por los aires. El error es una parte consustancial a nuestro conocimiento y a nuestras creencias. De hecho, nuestro progreso personal y como especie se ha basado en la capacidad para aceptar sin temor las nuevas ideas, y recomponer con paciencia y humildad los restos de nuestros naufragios. ¡Pero qué difícil es adquirir esta actitud con nuestro propio planeta de creencias!

En su libro, Sean Carroll aboga por planetas habitables, además de coherentes. Esos planetas habitables compartirían un mínimo de creencias basadas en la lógica, la razón y el apoyo en datos objetivos. Si se compartieran estas ideas dentro del sistema de creencias, la posibilidad de compartir planetas coherentes se ampliaría enormemente. 

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