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La muerte de los dinosaurios, los años del cometa y los ejércitos de las sombras (4)

Por Luis Junco

Capítulo 4 – La búsqueda del cráter anunciado por Luis W. Álvarez

Aquellos de nosotros que estuvimos involucrados nos sentimos como detectives resolviendo un misterio. Pero el crimen había ocurrido hacía tanto tiempo que las evidencias se habían ocultado. Era como si, al tiempo que luchábamos por entender lo que había pasado, la Naturaleza construyera un montón de pruebas falsas y equívocas. Los científicos no se resisten a un buen misterio.”

En la búsqueda de aquel cráter aparecen dos historias paralelas. Hebras de un mismo ovillo que acabarán por entrelazarse. Nada importa que la madeja tenga una antigüedad de 65 millones de años. 

La primera historia discurrió durante los años 80, después del fallecimiento de Luis W. Álvarez, que como ya comentamos en el capítulo anterior, de nuevo había abierto la vía a la posibilidad de un impacto extraterrestre como causa de la extinción de los dinosaurios. Su hijo, el geólogo Walter Álvarez, y su equipo continuaron con la búsqueda del cráter, tesis esta del impacto a la que poco a poco se iban adhiriendo equipos de geólogos y antropólogos en diferentes lugares del mundo. Del estudio de los sedimentos hallados en la ya famosa capa K/T de las distintas geografías, se apuntaban dos conclusiones contradictorias. Del análisis del sedimento, una señalaba que el impacto había ocurrido en el mar, por lo que durante un tiempo se buscó en el océano un cráter de impacto de unos 200 km de diámetro y 40 km de profundidad. Pero nada pudo hallarse de tales características en los datos proporcionados por los buques oceanográficos, y se concluyó que teniendo en cuenta que la quinta parte de los fondos marinos se ha hundido y desaparecido por el movimiento de subducción de las placas tectónicas, el cráter nunca podría ser hallado. Sin embargo, si esta hipótesis era correcta, el impacto tenía que haber producido un enorme tsunami de cuyos efectos aún quedarían huellas en las costas cercanas al impacto. Otro grupo de geólogos, sin embargo, concluía que el impacto había sucedido en tierra. La presencia de cuarzo aplastado y vidrio eran indicios claros de una enorme onda de choque producto de un poderoso impacto sobre la tierra. 

Glen Penfield y Antonio Camargo

Los defensores de cada una de las posiciones contradictorias avanzaban hacia su objetivo por caminos diferentes. En 1985, en Brazos River, Texas, cerca del Golfo de Méjico, un grupo detectó lo que parecían las consecuencias de un enorme tsunami, ocurrido hacía unos 65 millones de años, algo que fue confirmado por la geóloga Joanne Bourgeois, que llegó a determinar que el tsunami producido llevaría una velocidad de 1 metro por segundo, una ola de 100 metros de altura y que había sido provocado por un impacto a 100 metros de profundidad. La colisión tendría que haber ocurrido a unos 5 mil metros de donde se encontraron los sedimentos, en las costas del Golfo de Méjico, del mar Caribe o del oeste del Atlántico. Mientras que, en 1987, los geólogos Bruce Bohor y Glen Izot, que buscaban pruebas de impacto en la tierra, hallaron que los mayores depósitos de cuarzo aplastado estaban en el oeste de América, sugiriendo una colisión cerca del continente. Y aún más se acercaron el geólogo haitiano Florentin Maurrasse y el estudiante Alan Hildebrand, con hallazgo de nuevos sedimentos de cuarzo aplastado de medio metro de espesor y alta concentración de iridio, que acababan señalando hacia la península del Yucatán. Las dos posiciones podían tener razón: un impacto en el mar pero muy cercano a tierra. 

Y nos fijamos ahora en la segunda hebra de la misma madeja, a la que como historia separada seguimos la pista en los años 50. En 1952 la compañía Petróleos Mexicanos (PEMEX) decidió hacer estudios de gravedad en el Yucatán. Se trataba de determinar estructuras escondidas en el subsuelo que pudieran contener petróleo, por las pequeñas variaciones que la densidad diferente de las rocas ocasionan en la fuerza gravitatoria. ¡Y descubrieron un enorme cráter de más de 100 km de diámetro en el subsuelo! Excavaron y sacaron muestras geológicas que no se correspondían con depósitos de petróleo, y pensaron que lo que habían descubierto era un antiguo volcán.

En 1970, un geólogo de la zona, Antonio Camargo, y Glen Penfield, un consultor americano contratado por PEMEX, hicieron un estudio del supuesto volcán. Del estudio dedujeron que el cráter no era volcánico, sino resultado de un impacto. Y en 1978 consiguieron permiso de PEMEX para presentar los resultados de su estudio, lo que hicieron en la Sociedad de Exploraciones Geofísicas de Los Ángeles, en donde expresaron su opinión de que el cráter era el resultado del impacto de un asteroide. Pero los pocos que atendieron aquella exposición eran ajenos a la hipótesis que ya entonces defendían los Álvarez. (Se daba además la circunstancia de que en la zona de tierra que sobresalía del mar, había una anillo circular de cenotes -pozos de agua dulce de los que bebieron los mayas- que marcaban en superficie lo que era el contorno del cráter escondido.)

Como más arriba adelantábamos, estas historias paralelas estaban destinadas a unirse en algún momento. Las maneras en que lo hacen suelen ser sorprendentes y nos parecen fruto de la casualidad. En esta ocasión, la débil fibra que llevó a unirlas fue un modesto periodista tejano, Carlos Byars, que escribía en el Houston Chronicle, que casualmente había asistido a la exposición del consultor de PEMEX en Los Ángeles en 1978, y también casualmente conocía a aquel estudiante de geología, Alan Hildebrand, quien en los años 80, junto con el geólogo haitiano habían hallado pruebas en la capa K/T de que el gran impacto señalaba a la península del Yucatán. Carlos Byars, el periodista, puso en contacto a Hildebrand con el consultor Glen Penfield y todo lo demás fue unir las últimas piezas de un puzzle que había que completar. Penfield logró al fin recuperar parte de las muestras que la compañía petrolífera había obtenido del subsuelo del volcán en los años 50 y que se creían perdidas, y la datación fue inequívoca: sesenta y cinco millones de años. ¡La prueba definitiva del impacto de un asteroide o cometa de 12 km que hacía 65 millones de años había colisionado contra la Tierra provocando una de las mayores catástrofes de su historia se había encontrado!

Pero la historia no acaba aquí. Como sucede con las novelas policiacas, hallada el arma homicida, ¿cuál fue el móvil del crimen?

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