Por Luis Junco
No voy a descubrir ahora que este blog es minoritario, de ahí su nombre desde su fundación, ya hace unos cuantos años, Náufragos en tiempos ágrafos. Pero es verdad que en estos tiempos también abundan los náufragos y a veces algunos leen las entradas del blog y nos honran con sus comentarios. Este es el caso de Carlos, a quien no conocía personalmente hasta hace unos días y que me hizo un comentario sobre una entrada mía de noviembre del pasado año, Laura y el volcán ( https://www.ladiscreta.com/2022/11/03/laura-y-el-volcan/). Bueno, en realidad, de dos, pues el comentario le llevaba a relacionarlo con otra entrada aún más antigua, de agosto de 2019, titulada Un rayo de luz. (https://www.ladiscreta.com/2019/08/20/en-un-rayo-de-luz)
Además de algunos comentarios generales sobre el blog y otros de carácter personal, Carlos se centró en Laura y el volcán para empezar diciéndome que la idea de fondo le llevaba a recordar un texto de Benjamin Franklin sobre la muerte y la resurrección. (Yo había leído las memorias de Franklin, pero no recordaba el texto.) Es este:
En lugar de una muerte ordinaria, yo preferiría ser metido en un barril de vino de Madeira con unos cuantos amigos hasta el tiempo en que resucitara de nuevo a la vida y al calor del sol de mi querido país. Pero mucho me temo que vivimos en un siglo muy poco avanzado al respecto, y con una ciencia aún próxima a su infancia para poder llevar aquel propósito a su perfección.
Carlos me comentaba que tanto este texto de Franklin como el mío del blog eran bellos literariamente, pero falsos en su fundamento. ¿Acaso no sabía yo, con mi formación científica, que la base de lo que somos no está en los átomos o moléculas de nuestro organismo, sino en la específica relación que hay entre ellas? ¿No sabía que estos componentes materiales elementales son sustituidos continuamente de nuestro organismo, de modo que podríamos decir que al cabo de poco tiempo somos un organismo diferente? Y además, ¿no había yo escrito en este mismo blog Un rayo de luz, en donde se señala atinadamente que lo que realmente somos es una pauta precisa de información, que es la que se mantiene mientras vivimos, evoluciona en el tiempo y se pierde con la muerte? Porque, añadía, eso de la resurrección puede ser un anhelo muy humano pero religión al fin y al cabo, no ciencia.
Carlos tiene razón. En efecto: se sabe con certeza que la mayor parte de nuestras células se sustituyen por otras en un plazo de semanas, incluso las neuronas, cuyos constituyentes moleculares cambian en el plazo de un mes. De modo que, en efecto, al cabo de un mes soy materialmente otro. No así la pauta organizativa de esos constituyentes, que también cambia, pero mucho más despacio. Y sí, la muerte de una persona supone la pérdida de esa particular estructura de información.
Así que le contesté a Carlos que le daba toda la razón. Bueno, no del todo.
Yo no estoy tan seguro de que la muerte sea una limitación insalvable desde un punto de vista científico. Los avances de la inteligencia, el conocimiento y la medicina en particular son tales, que algunos científicos auguran que los humanos que están naciendo en este momento llegarán a ser inmortales. Y hasta llegan a poner fechas, hacia finales de los años 40 de este siglo. Es lo que se conoce como la Singularidad. ¿Y los que no lleguemos a esas fechas o ya hayan fallecido, será posible la resurrección más allá de la esperanza religiosa? Pues algún científico también dice que todo lo que ha vivido podrá ser devuelto a la vida. Véase, por ejemplo, lo que dice Frank J. Tipler en su Física de la inmortalidad. Más allá de su creencia religiosa -que la tiene- su fundamento científico no me parece ninguna tontería.
Un debate este muy interesante, sobre la inmortalidad y la resurrección, del que quiero agradecer especialmente a Carlos, por sus sensatas apreciaciones.