Matarife
29 julio, 2023
Robert Oppenheimer y Paul Dirac, dos maneras de ver el mundo
1 agosto, 2023
Mostrar todos

Las Meditaciones de Marco Aurelio, después de dos mil años

Por Luis Junco

Como sé que hacen algunas personas que conozco, vuelvo en muchas ocasiones a las Meditaciones de Marco Aureliolibro que parece que fue escrito en los últimos años de la vida del autor, mientras luchaba contra las tribus germánicas sublevadas a orillas del Danubio. Falleció cuando apenas contaba 60 años. Había nacido en Roma en el año 121, hace pues casi dos mil años. Se casó con Faustina, hija de Antonino Pío (a quien Marco Aurelio admiraba enormemente). Ambos tuvieron trece hijos, de los que sobrevivieron cuatro hembras y un varón. Este fue Cómodo, que luego sería su sucesor y que tanto se alejaría del carácter de su padre. El dogma fundamental de Marco Aurelio: la sumisión del individuo al conjunto, la adaptación a un kosmos regido inmanentemente por un designio divino y racional. Y la continua retirada al daimon interior, en donde encontrar la racionalidad, la serenidad y la paz necesarias para volver a la lucha diaria. 

Seguramente muchos la considerarán una metafísica errónea, pero ¿cómo juzgar equivocada aquella práctica de sus meditaciones?: en medio de los mayores ruidos y trabajos, saber recluirse en lo más íntimo, despejar de un solo soplo de la voluntad todos los pensamientos y debates, penurias y preocupaciones, que normalmente batallan de manera incansable en la mente, y así, limpio el paisaje como un campo luminoso y solitario, dirigir el espíritu a la reflexión dirigida por el pensamiento racional, como el buen timonel que sabe convertir un mar embravecido en un lugar plácido en donde habita la paz interior.

¡Cómo me sigue impresionando ese final del Libro Primero!: 

Entre los cuados, a orillas del Gran.

Y teniendo en cuenta este paisaje de campamento militar, de lucha y muerte, también impresiona leer el inicio del Libro Segundo:

Al despuntar la aurora, hazte estas consideraciones previas: me encontraré con un indiscreto, un ingrato, un insolente, un mentiroso, un envidioso, un insociable. Todo esto les acontece por ignorancia de los bienes y de los males. Pero yo, que he observado que la naturaleza del bien es lo bello, y que la del mal es lo vergonzoso, y que la naturaleza del pecador mismo es pariente de la mía, porque participa, no de la misma sangre o de la misma semilla, sino de la inteligencia y de una porción de la divinidad, no puedo recibir daño de ninguno de ellos, pues ninguno me cubrirá de vergüenza; ni puedo enfadarme con mi pariente ni odiarle. Pues hemos nacido para colaborar, al igual que los pies, las manos, los párpados, las hileras de los dientes, superiores e inferiores. Obrar, pues, como adversarios los unos de los otros es contrario a la naturaleza. Y es actuar como adversario el hecho manifestar indignación y repulsa. 

Esto es lo que soy: un poco de carne, un breve hálito vital, y el guía interior. 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *