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Paul Ehrenfest: la trágica vida de un físico teórico (y 2)

Por Luis Junco

(Ya decíamos en la entrada anterior que la amistad de Albert Einstein con Paul Ehrenfest fue muy estrecha. Lo quería como a un hermano, lo admiraba y al mismo tiempo comprendía todas sus debilidades. Un año después del trágico final de la vida de Ehrenfest, Einstein publicó este obituario dedicado a la memoria de su amigo, que está recogido en el volumen 2 de ensayos escogidos que abarcan el periodo 1934-1950 y que fue publicado bajo el título Out of my later years. Intento reproducirlo desde la edición en inglés.) 

Paul Ehrenfest in Memoriam (1934)

Por Albert Einstein

Sucede tan a menudo que hombres de altas cualidades dejen esta vida por su propia voluntad, que ya no sentimos que tal conclusión sea algo inusual. Sin embargo, esta decisión de abandonar la vida generalmente proviene de una incapacidad, o al menos una falta de voluntad, para resignarse a unas nuevas y más difíciles condiciones de vida que nos impone el entorno. Negarse a vivir la vida natural debido a conflictos internos que se sienten intolerables es, incluso en personas en su sano juicio, un hecho raro, posible solo en el caso de las personas más nobles y moralmente más exaltadas. A un conflicto interno tan trágico sucumbió nuestro amigo Paul Ehrenfest. Quienes lo conocieron bien, como fue mi caso, saben que esta personalidad intachable fue víctima, sobre todo, de un conflicto de conciencia del que de una forma u otra no se libra ningún docente universitario que haya pasado, digamos, de los cincuenta años.

Yo lo conocí hace veintidós años. Me visitó en Praga, viniendo directamente de Rusia donde, como judío, no podía enseñar en instituciones de educación superior. Estaba buscando un ámbito de trabajo en Europa central u occidental. Pero hablamos poco de eso, porque era el estado de la ciencia en ese momento lo que ocupaba casi todo nuestro interés. Ambos nos dimos cuenta de que la mecánica clásica y la teoría del campo eléctrico habían fracasado frente a los fenómenos de la radiación de calor y los procesos moleculares (la teoría estadística del calor), pero no parecía haber una salida factible a este dilema. La brecha lógica en la Teoría de la radiación de Planck, que ambos, sin embargo, admirábamos mucho, era evidente para nosotros. Hablamos también de la Teoría de la Relatividad, a la que respondió con cierto escepticismo pero con el juicio crítico que le era propio. En unas pocas horas éramos verdaderos amigos, como si nuestros sueños y aspiraciones significaran lo mismo para ambos. En esta estrecha amistad permanecimos unidos hasta que partió de esta vida.

Su estatura intelectual residía en una facultad inusualmente bien desarrollada para captar la esencia de cualquier noción teórica, para despojar a una teoría de sus accesorios matemáticos hasta que la idea básica simple emergiera con claridad. Esta capacidad lo convirtió en un maestro sin igual. Por ello era invitado a congresos científicos; porque siempre aportaba claridad y agudeza a cualquier discusión. Luchó contra la confusión y los circunloquios, empleando, cuando era necesario, su agudo ingenio e incluso la franca descortesía. Algunas de sus declaraciones podrían haber sido interpretadas casi como arrogantes, pero su tragedia radica precisamente en una falta de confianza en sí mismo casi morbosa. Sufrió incesantemente por el hecho de que sus facultades críticas trascendían sus capacidades constructivas. Por así decirlo, su sentido crítico le robaba el amor por los hijos de su propia mente incluso antes de que nacieran.

Poco después de nuestro primer encuentro se produjo el gran punto de inflexión en la carrera exterior de Ehrenfest. Nuestro reverenciado maestro, Lorentz, ansioso por retirarse de la enseñanza universitaria regular, había reconocido a Ehrenfest como el maestro inspirado que era y lo recomendó como su sucesor. Una maravillosa esfera de actividad se abrió al hombre todavía joven. No fue simplemente el mejor maestro de nuestra profesión que jamás haya conocido; también estaba apasionadamente preocupado por el desarrollo y el destino de los hombres, especialmente de sus alumnos. Comprender a los demás, ganarse su amistad y confianza, ayudar a cualquiera que se viera envuelto en luchas externas o internas, estimular el talento juvenil, todo esto era su verdadero elemento, casi más que la inmersión en problemas científicos. Sus estudiantes y colegas en Leyden lo amaban y lo estimaban. Conocían su absoluta devoción, su naturaleza tan totalmente en sintonía con el servicio y la ayuda. ¿No debería haber sido un hombre feliz?

Pero la verdad es que se sentía más infeliz que cualquier otra persona cercana a mí. La razón fue que no se sentía a la altura de la elevada tarea que se le presentaba. ¿De qué servía que todos lo tuvieran en estima? Su sensación de insuficiencia, objetivamente injustificada, lo acosaba incesantemente, a menudo privándolo de la paz mental necesaria para una investigación tranquila. Tanto sufrió que se vio obligado a buscar consuelo en la distracción. Sus frecuentes viajes sin rumbo fijo, su preocupación por la radio y muchas otras características de su vida inquieta no surgieron de una necesidad de calma y pasatiempos inofensivos, sino más bien de una curiosa necesidad de escapar provocada por el conflicto psíquico al que he aludido. En los últimos años esta situación se vio agravada por el desarrollo extrañamente turbulento que ha experimentado recientemente la física teórica. Aprender y enseñar cosas que uno no puede aceptar plenamente en su corazón es siempre un asunto difícil, doblemente difícil para una mente de honestidad fanática, una mente para la que la claridad lo era todo. A esto se sumaba la creciente dificultad de adaptación a nuevos pensamientos a la que siempre se enfrenta el hombre pasados los cincuenta años. No sé cuántos lectores de estas líneas serán capaces de captar plenamente esa tragedia. Sin embargo, fue esto lo que ocasionó principalmente su deserción de la vida.

Paul Ehrenfest, Albert Einstein y el niño es el hijo mayor de Paul

Me parece que la tendencia a la autocrítica exagerada está asociada con experiencias en la niñez. La humillación y la opresión mental por parte de maestros ignorantes y egoístas causan estragos en la mente juvenil que nunca se pueden deshacer y, a menudo, ejercen una influencia funesta en la vida posterior. La intensidad de tales experiencias en el caso de Ehrenfest puede juzgarse por el hecho de que se negó a confiar a sus amados hijos a ninguna escuela. Sus relaciones con sus amigos jugaron un papel mucho más importante en la vida de Ehrenfest que en el caso de la mayoría de los hombres. Estaba virtualmente dominado por sus simpatías y también por antipatías basadas en juicios morales. La relación más fuerte en su vida fue la de su esposa y compañera de trabajo, una personalidad inusualmente fuerte y firme y su igual intelectual. Tal vez su mente no era tan ágil, versátil y sensible como la de él, pero su aplomo, su independencia de los demás, su firmeza frente a todas las dificultades, su integridad en pensamiento, sentimiento y acción, todo esto fue una bendición que él devolvió con una veneración y un amor como pocas veces he visto en mi vida. Un fatídico alejamiento parcial de ella fue una experiencia espantosa para él, una con la que su alma ya herida no pudo hacer frente.

Aquellos de nosotros cuyas vidas se han enriquecido con el poder y la integridad de su espíritu, la amabilidad y la calidez de su rica mente y, no menos importante, su humor incontenible y su ingenio mordaz, sabemos cuánto nos ha empobrecido su partida. Vivirá en sus alumnos y en todos aquellos cuyas aspiraciones fueron guiadas por su personalidad.

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