Por Luis Junco
No quisiera finalizar el comentario de este libro sin dar cuenta de una reflexión que en él se sugiere y que me parece de relevancia.
Abraham Loeb nos viene a decir que teniendo en cuenta el vasto número de galaxias y estrellas en el universo conocido, así como el número de planetas con posibilidades de albergar vida, el número de civilizaciones tecnológicas que hayan aparecido sea igualmente enorme. La nuestra es relativamente joven, pues el Sol, nuestra estrella, tiene una vida de 5 mil millones de años, y es el resultado de la muerte de estrellas anteriores. De modo que, habida cuenta la edad del universo, más de 13 mil millones de años, es muy posible que el número de civilizaciones tecnológicas existentes no solo sea enorme sino que pueden llevarnos miles de millones de años de ventaja tecnológica. Y muchas, seguramente, se hayan extinguido. Lo que podríamos hallar de ellas serían restos tecnológicos, una especie de búsqueda arqueológica en el cosmos.
Y se sugiere que siendo las leyes actuales de la física y seguramente de la vida comunes en el universo, lo mismo pasaría con la evolución en otros lugares. En nuestro planeta, el proceso de selección natural fue primero evolución biológica, para transformarse luego en evolución memética, cultural, mucho más rápida y acelerada. Esa misma evolución debería haberse producido en otros planetas similares a la Tierra pero en estrellas y galaxias muy lejanas. La sugerencia es que una vez la evolución haya llegado al nivel de la nuestra, la selección ya no se aplica a la supervivencia de la especie mejor adaptada biológicamente al medio, sino también culturalmente bien acomodada. Y aquí entra en juego el avance tecnológico. Solo aquellas civilizaciones que en su reproducción hayan adaptado su naturaleza a las condiciones del planeta sobrevivirán; las que no sean capaces de eso, se extinguirán. El avance tecnológico de nuestra especie ha creado la energía nuclear, la computación cuántica, la posibilidad de salir del planeta, pero también los peligros de la guerra nuclear, el cambio climático, una inteligencia artificial que puede ser muy beneficiosa pero igualmente catastrófica. Se ha acumulado conocimiento y tecnología, pero se requiere igualmente haber acumulado sabiduría. Sin esa sabiduría, que conlleva responsabilidad, el uso del conocimiento acumulado podría llevarnos a la destrucción. En unos cuantos años, la nuestra solo sería, como otras muchas que hayan florecido antes de la nuestra en otros lugares del universo, vestigios arqueológicos de una civilización extinta.
Si los restos de la nave Voyager 1, lanzada en 1977, llegaran al alcance de una civilización tecnológica que habitara en un planeta que orbita la estrella más próxima a la nuestra, Próxima Centari (lo que ocurría más o menos dentro de unos 70 mil años), tras un somero análisis llegarían a esa triste conclusión. Solo son vestigios de una civilización desaparecida hace mucho tiempo.