Por Luis Junco
Esta es una pregunta que suele hacerse al fabulador de historias, a la persona que escribe y crea mundos. Y hay muchas respuestas, cada una seguramente con una parte de razón.
Yo quisiera utilizarla hoy para dar cuenta de un hombre atípico y bastante desconocido. Filósofo, escritor, político, divulgador de la ciencia, a mí me parece que encarna a un auténtico intelectual.
Como respuesta a la pregunta del inicio, transcribo unos párrafos de La religión del futuro, de Roberto Mangabeira Unger.
(Las conclusiones del libro pueden ser contradictorias en cuanto a las soluciones propuestas, pero, a mi entender, acierta plenamente al poner de manifiesto y sin vendas en los ojos los principales sinsentidos a los que se enfrenta el ser humano. También me parece bien ilustrado el repaso histórico de cómo las principales religiones han dado respuesta: monoteísmos semíticos, budismo e hinduismo, y confucionismo).
El universo, el mundo natural -el escenario de nuestro atormentado paso desde el nacimiento a la muerte- es indiferente al ser humano e impenetrable a la mente. Para nosotros, es inhumano y inmensamente desproporcionado. Incapaces de atisbar ni el principio ni el final del tiempo, ni medir los límites y profundidades ocultas de la realidad, quedamos confinados a porciones explicadas del mundo, sin ser siquiera capaces de imaginar la relación que hay entre esa porción de lo que podemos tener algo de luz y lo indefinidamente inmenso que permanece sin ser visto. Nos engañamos en vano al pensar que nuestras más o menos exitosas formas de explicarnos partes pequeñas de la naturaleza nos capacita para explicarla en su conjunto. Ese conjunto permanece eternamente fuera de nuestro alcance.
Con respecto a nuestro bien más grande, el de la vida, la naturaleza parece ir en nuestra contra. Nos engaña en lo que más nos importa. Responde a nuestra experiencia de fecundidad ilimitada, de poder sorprendernos y asombrarnos, condenándonos a la vejez y a la destrucción. Resulta poca consolación el que la vida sea negada al individuo para garantizar la de toda la especie. Vivimos como individuos, y no sobreviviremos para ser testigos del destino colectivo por cuya persistencia se supone que es indispensable nuestra aniquilación.
El mundo resulta sin significado.Y su falta de sentido tiene que ver con nuestra falta de capacidad para dar sentido a su realidad e historia en términos que tengan que ver con los que nos importa: nuestros compromisos, afectos y relaciones. Si el mundo resulta así algo sin sentido, de la misma manera, y hasta una visión posterior, así lo es nuestro lugar en él. ¿Ensombrecerá esta vasta falta de significado -la falta de fundamento y de objetivo de la vida humana vista desde fuera, en su contexto cósmico- todo aquello de lo que somos capaces de experimentar y lograr en nuestra realidad como humanos? ¿O lograremos superar el que la falta de sentido del mundo socave nuestra capacidad de darnos fundamento a nosotros mismos?
Podemos dar un paso atrás desde el borde del abismo y construir un reino humano en sí mismo. En este reino, los humanos crean significado, a pesar de hacerlo en un mundo sin sentido. El poder y la autoridad de esa creación de claridad puede ser aún mayor por su contraste con la oscuridad que lo rodea y por la urgencia y el valor de la intervención salvadora. Solo de esta manera podemos rescatarnos del absurdo de nuestra condición.