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Por Juan Varela-Portas de Orduña

El pasado martes 13 de diciembre tuvimos el placer de recibir como visitantes en nuestro Seminario de Dantología de la Facultad de Filología de la UCM a los profesores Elisabetta Tonello (Università eCampus) y Ciro Perna (Università degli Studi di Campania “Luigi Vanvitelli”), y a la investigadora Beatrice Mosca (Università eCampus), los tres pertenecientes a ese admirable tipo de filólogos que tratan de ecdótica, es decir, el trabajo directo con manuscritos para desentrañar sus misterios y recabar de ellos las muchas informaciones que contienen en sus variantes textuales, sus errores, sus por lo general deliciosas miniaturas y en las anotaciones privadas de sus lectores (campo de investigación este último bastante reciente que está aportando interesantes novedades al conocimiento de la recepción literaria y de la cultura cotidiana en tiempos pasados). Me encantó la relación íntima que los profesores mostraban con algunos manuscritos especialmente bellos o especialmente interesantes, de los que hablaban como si fuesen seres familiares o allegados, tratando de ellos con un afecto intenso que hacía percibir a quienes los habían elaborado, leído, anotado…, quienes habían vivido con ellos y a través de ellos, como hacen ahora los propios profesores.

Entre las muchas cosas apasionantes de que tratamos durante tres intensas horas me llamó la atención algo en lo que no había reparado antes: la Divina comedia es la primera obra de la historia de la literatura de la que se produce una reproducción amanuense de tipo mercantil, es decir, distinta de la que hasta entonces se realizaba en los monasterios. Desde el primer momento, se crean botteghe (talleres) para la copia y venta de manuscritos de la magna y popular obra que realizan el trabajo a la manera precapitalista y, por lo tanto, en modo serial. Es decir: el taller pertenecía a un padrone que decidía el tipo de producto a elaborar, adquiría el material para la copia y luego, una vez realizada, lo vendía y obtenía un beneficio de su venta; un ordinator concebía el proyecto iconográfico y dirigía la copia (aunque a veces una y otro se hacían en talleres distintos, e incluso en lugares y momentos distintos); unos garzoni amanuenses copiaban el texto, no sin un gran esfuerzo físico (aunque quizás no mental ya que en la mayoría de los casos copiaban el texto, sí, pero no  lo leían). De este modo, los copistas y el ordinator aportaban en el proceso productivo su propia vida (su tiempo, su esfuerzo físico, sus conocimientos…), y la copia resultante se convertía inmediatamente en una mercancía. Al darme cuenta de esto, lo primero que se me vino a la cabeza es la cruel paradoja –que habría aterrado al propio Dante– de una obra concebida y realizada para combatir la forma-mercancía y la degeneración del deseo humano (la cupidigia) que ella produce, convertida en mercancía y destinada, no a su uso, sino “a la posesión del hombre”, como Dante denuncia para las “riquezas”.

Pero luego me di cuenta de otra cosa más. Una Comedia tardaba en copiarse unos seis meses, por lo que la producción era lenta y costosa. Sin embargo, pronto los ordinatores se dieron cuenta de que si la subdividían en fascículos que daban cada uno a un copista diferente, la copia se podía acelerar muchísimo, y por supuesto no pensaron en los problemas que eso iba a producir a los filólogos del futuro. El resultado fue que la copia de la Comedia se convirtió en una actividad serial, fordista avant la lettre, si se me permite decirlo así. Es conocida entre los estudiosos la llamada Bottega dei Cento, cuyo dueño, según la leyenda, se propuso hacer copiar en breve tiempo cien manuscritos de la obra para poder financiar la dote de su hija. De lo que me di cuenta al oír todas estas informaciones es de que, en realidad, la imprenta ya estaba inventada antes de la propia imprenta, es decir, que antes de inventar una máquina que reprodujese serialmente la copia de un texto, había habido un proceso social, cultural y mental que había hecho necesitar, imaginar y organizar la copia como un proceso serial. O, en otras palabras, que antes de una invención tecnológica está la imaginación que la concibe como necesaria y útil; que antes de la técnica está la técnica-ficción.

Aunque, por supuesto (y aquí vuelvo a mis raíces ideológicas materialistas), para hacer posible y deseable, y por tanto imaginable, la copia serial de manuscritos, antes fue necesario el nacimiento de unos procesos productivos y de distribución, y unas relaciones sociales ligadas a ellos, que creasen la forma mercancía y su inevitable cupidigia, que produjesen las condiciones materiales y psíquicas sine qua non para la imaginación del nuevo producto.

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