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Por Luis Junco

De Susan Blackmore y de su libro La máquina de los memes, publicado en 1999, ya hablamos en otra entrada de este blog: https://www.ladiscreta.com/2023/10/07/la-maquina-de-los-memes-de-susan-blackmore/

Y no hace mucho, en otro libro colectivo del año 2010, que bajo el título Cosmos y Cultura y la coordinación de Steven J. Dick reúne el análisis de varios significados autores/as sobre la evolución de la cultura en un escenario cósmico, volví a encontrarme con esta interesante psicóloga británica. 

Su extenso artículo lleva el inquietante título El peligro de los memes o lo que los pandoranianos han dejado suelto. Y como me parece que complementa muchas de las ideas que reflejaba en su libro y que comentamos en aquella entrada, transcribo aquí algunos párrafos con las ideas principales del mismo.

Para cualquier especie, la evolución cultural es como un niño peligroso dejado a su arbitrio. Y la especie parental, sea la que sea y en dónde haya aparecido, no podrá prever lo que vaya a ocurrir con sus hijos hasta que las criaturas hayan crecido y comiencen su andadura por el mundo. Para entonces, sin embargo, ya será tarde para volver atrás. A estas especies yo las llamo “pandoranianos”, a propósito del mito helénico de aquella caja de la primera mujer que al ser abierta dejaba escapar de su interior todos los males para la especie humana. Los humanos somos una especie Pandora, que hemos abierto la caja y dejado suelta la evolución cultural. Tal vez en otros planetas unas criaturas diferentes a nosotros podrían estar haciendo algo parecido.

Abrir esa caja puede incluso ser letal, y considero que al respecto se producen varias situaciones peligrosas. El primer punto crítico tiene lugar cuando en una especie aparece la capacidad de imitación, o algún otro proceso que suponga copiar con variaciones y posibilidad de seleccionar entre esas variaciones. Esto crea un nuevo replicador y pone en marcha, haciendo inevitable, la evolución cultural. Esta es la primera situación peligrosa -la extensión de las conductas copiadas y la competición por mezclarse y fabricar más copias- pues puede escaparse del control. Algunas de las conductas pueden tan extravagantes, o caras, o dañinas, que hasta pueden matar a los anfitriones y a sí mismas. Este tipo de desperdicio forma parte de cómo funciona la evolución. En realidad, la selección natural podría denominarse “diseño para la muerte”, a tenor de las miles de millones de creaciones que tienen que morir para la expansión y éxito de unas pocas.

Si este primer peligro es superado, los pandoranianos y su nueva extensión cultural pueden comenzar a adaptarse entre sí, y coevolucionar hacia una relación más simbiótica, como hacen algunas enfermedades y sus anfitriones. Si esto tiene éxito, el resultado puede ser un mutualismo estable que dure indefinidamente. Alternativamente, con suficiente tiempo y bajo condiciones favorables, otro paso puede producirse. Esto es, fuera de los propios pandoranianos, nuevos mecanismos de copiar, variar y seleccionar información pueden llevarse a cabo, dando como resultado una segunda situación crítica. Por ejemplo, aquí en la Tierra, la especie humana ha inventado la impresión, la grabación de sonido y fotografía, una vasta red de comunicaciones, emisiones e Internet. (Convendría añadir aquí el creciente desarrollo de la IA, de tanta actualidad).Todos estos son métodos selectivos de copia, que significa un nuevo paso evolutivo, que conlleva un nuevo peligro. Al tiempo que el proceso de copia se acelera, la sed de innovación que se desata no solo puede afectar a los propios pandoranianos que lo comenzaron, sino a todo su entorno. Esto es lo que ha sucedido aquí en la Tierra, a consecuencia de una superpoblación y una explosión tecnológica que amenaza la integridad y el clima de todo el planeta.

Esta situación crítica puede ser superada o podría resultar fatal. Aún no sabemos cuál será el resultado en nuestro planeta; podría ocurrir cualquier cosa. Sin embargo, este ejemplo de un planeta nos permite pensar en un escenario más amplio y especular sobre lo que podría ocurrir en cualquier otro lugar del cosmos en el que haya aparecido la vida.

Quiero imaginar un vasto universo que contiene muchos planetas con las condiciones adecuadas para que la vida evolucione. En algunos de ellos una especie evoluciona con la capacidad de copiar lo que otros hacen, dando lugar al siguiente paso evolutivo. En algunos de ellos la especie no sobrevive a esta primera etapa, pero en otros sí, abriendo la posibilidad al siguiente paso evolutivo y a sus correspondientes situaciones críticas. Con este panorama, ¿qué esperaríamos ver en nuestro entorno cósmico?

Y bajo este punto de vista de la evolución cultural, Susan Blackmore especula sobre el destino de especies que hayan evolucionado en otros planetas del cosmos, poniendo de relieve la importancia de la aparición de nuevos y múltiples replicadores más allá del genético. (Si al primer replicador después del gen -los comportamientos, ideas, modos, modas, palabras- hasta aquí se le ha denominado meme, al segundo, que tiene que ver con la copia, variación y selección en un contexto tecnológico, es decir, cuando ese proceso de copia, variación y selección es realizado fuera del cerebro humano y a través del propio instrumento tecnológico, Blackmore lo denomina teme. Estaríamos, pues, hablando de un primer replicador, el gen, puramente biológico, y otros dos de siguiente generación: el meme, en el que interviene el cerebro humano, y el teme, en el que aquel ya no interviene. Ambos pueden coevolucionar y favorecer el desarrollo del anfitrión original; pero también pueden acabar con él.)

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