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Por Luis Junco

Hace unos días acabé la lectura de un libro de relatos, Trentacuentos, proyecto de la editorial Casabierta y publicado en el año 2005. Me lo regaló Teresa Ordinas, con ocasión de una reciente visita a nuestra casa en Collado Villalba. Una preciosa edición, en la que colaboraron treinta y cinco narradores y narradoras de nuestro país y Latinoamérica, algunos nombres de reconocido prestigio -como Luis Mateo Díez, José María Merino, Antonio Pereira, Cristina Cerezales, Julio Llamazares, Sergio Ramírez, Avelino Hernández, Ignacio Sanz, Tomás Sánchez Santiago…-, otros menos conocidos pero con textos de gran calidad, y una publicación acompañada de las ilustraciones de la artista plástica Mònica Fuster. 

Se dice en el Prólogo:

Portada del libro

Trentacuentos es un sueño compartido que empezó en una cena en Casa. Lo imaginamos abierto y, de nuevo, atrevido. Por eso pensamos que poner en diálogo de papel a autores reconocidos por su letra ya publicada con otros que todavía son sólo atisbos de alfabeto sería un atrevimiento, un reto; jamás una competencia. Desde el principio, la idea fue creciendo gracias al aliento recibido por todos ellos. Fueron llegando manuscritos, relatos rescatados del tiempo, incluso dos de ellos póstumos, el de Avelino Hernández y el de Guillermo Martín de Oliva. Los quisimos, o fue el azar viajero. De ahí que el lector se encuentre con el castellano de distintas orillas, el de España y el de Latinoamérica. No buscamos paridades porque en esta Casa no somos políticamente correctos. Escapamos de la moda de crear una generación X o Y porque el tiempo de la buena letra atiende a todas las edades. 

Cuando acabé la lectura, me di cuenta de que además del agradable poso que siempre deja la buena literatura, algo más había allí que tenía que ver con el motivo por el cual todas aquellas personas contribuían aportando su granito de creatividad en pos de un objetivo común y la editorial Casabierta a llevarlo a cabo. Y creo que no tardé en dar con ello.

Ya dije arriba que el libro me lo dio Teresa Ordinas, quien también participa en el conjunto con una relato especialmente significativo. Se titula Las copas rotas, me resultó conmovedor y emocionante y está inspirado en los años de convivencia con una persona muy querida y en su reciente ausencia. Y también supe que la editorial Casabierta se había fundado al poco del fallecimiento de aquella persona y con el principal objetivo de dar salida al poemario que había escrito en el último año de su vida. 

Esa persona era Avelino Hernández, un hombre que, como él mismo proclamaba repetidamente, tenía como vocación principal el vivir y en la que escribir era igual que respirar, igual que amar, compartir “amistad, placer, sosiego, disfrute de lo bello y bueno, gozo de lo cotidiano, mirada solidaria al mundo que padece y lucha”. Todo este proyecto está teñido de ese espíritu, de esa férrea voluntad de aunar inquietudes y sentimientos que trasciende su propia muerte y se sigue manifestando en iniciativas colectivas como son Trentacuentos y la editorial Casabierta. 

No es fácil decir en pocas palabras lo que fue la vida de Avelino Hernández y resumir la obra que dejó como escritor. Yo me tropecé con él, casi sin saberlo, hace ya muchos años, algo que describí en este mismo blog: https://www.ladiscreta.com/2020/07/27/avelino-hernandez-y-nuevos-entrelazamientos/.

Se aprende y se siente mucho conociendo de su vida y leyendo su obra y por ello os animo a leer el libro Avelino Hernández, desde Soria al mar (Ed. Rimpego, 2021), de Teresa Ordinas. 

Y precisamente para finalizar la primera parte de esta entrada, tomo prestado de este mismo libro una de aquellas iniciativas de Avelino que ejemplifica perfectamente lo hasta aquí apuntado:

En 1983 Avelino puso en marcha una iniciativa preciosa: el encuentro anual en Calatañazor, Soria. Se celebraba la noche de Ánimas (o de Todos los Santos) en la taberna de Ondátegui. 

Convocaba a amigos que trabajaban en heterogéneos campos de la creación: escritores (Ignacio Sanz, Julio Llamazares, Ramón García Domínguez, Maribel Rodicio…), pintores (Cristina Cerezales, Manolo Gómez Zía…); músicos (María Salgado, Joaquín Díaz, Miguel Ángel Palacios, Miguel Manzano…); artesanos (Evelio Arnanz, Lola Barasoain, Encarna Martín…). Y todo tipo de intelectuales: Doreen Metzner, Luis Vicente Elías, Carlos Altés…

El principal valor era la convivencia, el intercambio sincero de ideas, opiniones y pareceres. Las veladas duraban hasta altas horas de la noche. Mientras, en la gran mesa del comedor, Sacramento iba dejando ambrosías. Después de la cena dábamos un largo paseo, a veces bajo la luz de la luna. 

A la mañana siguiente, el desayuno de migas nos convocaba alrededor de la gran chimenea cónica de los Ondátegui. Entonces cada artista ofrecía a los otros su “obra del año”. El propósito era poner en común los logros de cada campo… Y escuchar la opinión de los otros que, muy a menudo, ya sabían de ella. 

Se timbraban por cosechas: “Cosecha del 83”, “Cosecha del 84”… Hasta 1994, que creo fue el año de la última reunión. 

Quise saber más sobre Casabierta y le pregunté a Teresa. 

Lo que me contó lo veremos en la próxima entrada de este blog.

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