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Por Luis Junco

El universo, en su estado más elemental, está formado por acontecimientos (events), flujos indefinidos de energía y momento (masa en movimiento) que se hacen determinados en un lugar del espacio y del tiempo y adquieren sus especiales atributos físicos en la relación con los que le rodean. Estos acontecimientos -entes individuales, partículas, conjuntos, subsistemas- tienen una duración, y se transforman con el tiempo -en armonía con el principio de conservación de la energía-, dando lugar a otros acontecimientos o eventos. Todo es un continuo proceso de transformación, cambio, evolución. 

En los primeros momentos del universo estos eventos o acontecimientos no tenían precedentes y podríamos decir que eran “nuevos”. Pero con el paso del tiempo, los acontecimientos con relaciones parecidas se hicieron abundantes y eran menos “nuevos”, tenían precendentes en su causalidad. 

Quienes defienden esta visión de la realidad, también sostienen que, en ese continuo cambio de todo lo que existe, las leyes físicas, lejos de ser las rígidas normas eternas que gobiernan el mundo, también son cambiantes. Y dicen más que eso: que las propias leyes emergen del propio proceso de cambio. Lo llaman principio de precedencia y, a riesgo de caricaturizarlo al tratar de explicarlo a través de un ejemplo, voy a intentarlo. 

Imaginemos una superficie lisa y extensa y flexible, sin nada. En un momento determinado dejamos en ella una bola pequeña de poca masa. Su movimiento resulta muy indeterminado, puede ir a cualquier sitio y ahí se queda. Sería un acontecimiento nuevo -en la superficie, universo- sin precedentes, y es como si pudiera elegir su futuro, libre, sin condicionamientos. El resultado de su movimiento no es causal, sino azaroso. Si ahora ponemos otra bola de iguales características, ya no sería un acontecimiento sin precedentes, por la presencia de la bola anterior. Su movimiento sobre la superficie sería más o menos parecido, casi sin causalidad. Pero si repetimos lo mismo muchas veces, la nueva bola se movería hacia los lugares de la superficie en donde haya más masa, por la deformación de la superficie. En esta ocasión lo haría siguiendo una ley: la de la relatividad general que descubrió Einstein. Se habría creado una ley a partir de la repetición de acontecimientos y resultados anteriores.

(Los que postulan el principio de precedencia explican los resultados estadísticos de la física cuántica por la repetición de acontecimientos con similares condiciones de inicio). 

¿Pero qué tiene que ver todo esto con la creatividad poética?

Para explicarlo, volvamos a la idea de que el universo es un continuo proceso de cambio y evolución, una transformación en el tiempo que, por lo que podemos juzgar por el conocimiento que tenemos de los más de trece mil millones de años desde el big bang, ha llevado a una mayor y constante complejidad: plasma original, partículas elementales, formación de átomos elementales, materia, estructuras galácticas, estrellas, átomos más pesados, moléculas orgánicas, la vida, la conciencia… Una marejada de acontecimientos en los que la mayoría tiene precedentes y son gobernados por leyes -la relatividad de Einstein, la mecánica cuántica-, determinados por la estadística de resultados anteriores, pero en la que continúa estando presente la novedad, base de la transformación, un grado de libertad que el universo se reserva como principal baza para continuar con su creatividad. ¿Y dónde se encuentra ahora lo nuevo? Ya no se encontraría en los átomos simples, sino en las estructuras más complejas de las que aquellos son sus constituyentes. 

Para los que abogan por esta visión del universo que estamos describiendo, estos estados “nuevos” del universo podrían haber encontrado un lugar de refugio en las biomoléculas complejas (en una parte de cuyo funcionamiento parece estar involucrado el entrelazamiento cuántico, lo que le hace estado más complejo y “nuevo”). El acceso a una libertad de elección del futuro por encima de las leyes deterministas a través de estos acontecimientos “nuevos” daría a un animal una ventaja selectiva. La emergencia de la conciencia se debería a esto. Nuestros estados conscientes están asociados no a los acontecimientos habituales, sino a la “novedad”. 

En ciencias suele decirse que a veces es más importante la pregunta que se hace uno al enfrentarse a un asunto oscuro que se investiga, que la propia respuesta. Porque detrás de la pregunta siempre hay una realidad aún desconocida que pugna por manifestarse. Y en muchas ocasiones un lenguaje, el de las matemáticas, ayuda a descubrir lo que estaba oculto. 

Pero el ser humano también creó otro lenguaje, el que le sirvió para comunicarse y expresar cosas de las que era testigo y que aún no tenían nombre. Entre esas cosas innominadas están todos aquellos acontecimientos “nuevos y sin precedentes” que el universo crea en su infatigable e incesante transformación. Son cosas que pugnan por manifestarse y hacerse realidad y que aún no tienen nombre. Muchos tenemos la convicción de que además de las matemáticas, la literatura y en especial la poesía es el medio a través del que el universo seguirá manifestando su creatividad. 

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