Por José Miguel Junco Ezquerra
En la incertidumbre y la aridez de un descampado (espacio de lo marginal, lo inseguro, lo precario) la aparición de montones de trastos, basuras, residuos genera una expectativa que es posibilidad, y cuya acumulación puede convertirse en el germen de habitáculos, asentamientos más o menos desordenados, caóticos, hacinamientos de gente que procurará enfrentar la vida en condiciones precarias y desfavorables.
Es en este terreno donde transcurre la trama de Memoria del descampado, una novela relativamente corta cuyo autor es David Torrejón y que acaba de ser publicada en Madrid por Ediciones La Discreta.
Dos protagonistas principales, Alfredo y Enrique. Este último ha sufrido un grave accidente del que consigue sobrevivir, aunque con la secuela de haber olvidado todos sus recuerdos. Es por eso que el título de la novela pasa a tener un significado especial.
Lo onírico se convierte en el elemento que va a permitir a Enrique recuperar sus recuerdos a través de los sueños de Alfredo, en los que se cuela para poder encontrar referencias de su pasado que se hace presente y que condiciona un futuro en una constante mezcla temporal que obliga al lector a dejarse llevar por ese no tiempo, sin saber con claridad qué etapa es la que se está evocando.
“El mayor llamado Enrique sigue entrando en mis sueños sin pedir permiso, pero yo ya casi no le hago caso. Piensa que yo le procuro recuerdos más poderosos que los suyos”…
Un extraño personaje (una niña que a veces se transforma en gato -la niña gato-) parece ser la encargada de ir situando a los personajes para evitar el descarrilamiento, la dispersión absoluta, o la locura. Sus apariciones son referenciales y permiten que la trama pueda avanzar sin que se produzca una atomización irreversible.
Así, cómo no asociar la narración con el poema Kubla Khan, de Coleridge, en el que sueño y vigilia aparecen íntimamente relacionados; o con la novela No toda es vigilia la de los ojos abiertos, de Macedonio Fernández.
Y, en otro orden de cosas, ¿cómo no evocar nuestras propias lecturas de Pumby, los casos sufridos directa o indirectamente de bullying o las alusiones a una transición democrática que resultó ser menos ambiciosa en su plasmación de lo esperado?
Una historia apasionante en un terreno hostil en el que se lucha por la supervivencia expresada en un lenguaje coloquial y preciso; sin adornos innecesarios y en la que resulta imprescindible tener la capacidad de pasar del presente al futuro o al pasado en una mezcla continua de los tiempos que viven los personajes. Una vez más, la opinión de Borges en el sentido de que por fortuna existe un tiempo que permite que las cosas transcurran o puedan ser concebidas sucesivamente, ya que de lo contrario nos enfrentaríamos a la eternidad, a la locura.
Una edición muy cuidada, sello reconocido y reconocible de La Discreta, con unas exquisitas ilustraciones a cargo de Isabel Pérez Jurado.