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Por Luis Junco

Hace unos días, en un programa de radio de Manuel Martín (“Diálogos de medianoche”) hablamos sobre aspectos extraordinarios de la teoría cuántica, como la superposición cuántica y el entrelazamiento. E hicimos referencia a Helgoland, libro de Carlo Rovelli. (Si a alguien le interesa, aquí: https://go.ivoox.com/rf/130617327).

Entre otras muchas cosas interesantes, en ese libro, publicado en 2021, Carlo Rovelli nos habla de la misteriosa y escondida relación de todo lo que existe. Y en concreto, del entrelazamiento cuántico, vínculo no local entre objetos del universo que se sale de la relación habitual que llamamos clásica. Esto dice al respecto:

Mi buen amigo Lee me cuenta que cuando era joven se tendía en su cama durante horas, mirando al techo, después de haber estudiado lo del entrelazamiento. Pensaba cómo cada átomo de su cuerpo debía haber interactuado en algún lejano pasado con algunos otros átomos del universo. Cada átomo de su cuerpo tenía que estar entrelazado con miles de millones de átomos dispersos a través de la galaxia. Sentía una unión con el cosmos. 

(…)

Esta interconexión entre los componentes del universo es algo desconcertante. 

¿Sería posible que en detrimento de nuestros avances sociales y culturales los humanos hayamos perdido esa especial sensibilidad de sabernos unidos a lo más remoto del cosmos?

Y como me parece a mí que el entrelazamiento también tiene que ver con las lecturas que hacemos, este pensamiento me lleva a otro libro, Una filosofía de la soledad, de Cowper Powys, al que también nos hemos referido en este blog. Y en ese libro libro, Powys habla de lo que denomina the expectancy mood que manifiesta la naturaleza en su conjunto. 

Merece la pena transcribirlo, porque se refiere a lo dicho más arriba:

The expectancy mood

Un aspecto, en particular, de la vida terrenal, podría mencionarse al paso, como un ejemplo de la clase de secreto planetario que nuestros ancestros de los siglos diecisiete y dieciocho -¡sí!, e incluso antes de ese tiempo- normalmente despreciaban. Me refiero a lo que podríamos llamar “expectancy-mood” de la Naturaleza. Es el espíritu más característico del Cosmos, algo que solo puede ser captado en completa soledad. 

Procedentes de la ciudad o del campo, casi cualquier niño de nuestra raza puede, si es lo suficientemente paciente y busca algún solitario lugar bajo los cielos, adentrarse en este misterio. 

Pues parece ser un aspecto recurrente del universo, este curioso “modo de aguardar”, ese silencioso y mudo estado de aliento contenido, esta tensa expectación. 

No solo entre los altos pinos de cornisas montañosas, no solo entre los cabeceantes sauces junto a arroyos solitarios, sino dondequiera existe una trozo musgo o brizna de hierba, si eres capaz de capturar la vida terrenal en un hora descuidada, la sorprenderás aguardando algo. ¿Quién no ha llegado por casualidad a un solitario charco escondido entre las colinas y ha sorprendido este modo en su froma más pura?

Los tallos reflejados en el agua, los flotantes tritones suspendidos bajo la superficie, y sobre todo las grandes e inmóviles ranas de cabezas verdes con sus lomos color barro llevando las temblorosas líneas entre el aire y el agua mientras descansan en su quietud terran, como los saurios de los primeros eones -todas estas cosas dotan a tales lugares con tal paciente expectación, que transforma tu presencia humana allí en la invasión vulgar de una antigua vigilia cuya esperanza ha sido medio olvidada en medio de edades interminables. 

Incluso en el corazón de las ciudades más ruidosas hay fragmentos y vestigios de este misterioso y primordial modo terrenal, tan despreciado por nuestra generación tan mentalizada socialmente. 

¡De los troncos blanqueados por el humo de árboles enanos de la ciudad, desde los penosos y banquecinos parches de la hierba de la ciudad, se alzan vagas insinuaciones de esta extraña expectación de toda la vida planetaria!

Es como si las piedras y las rocas y la vegetación que las cubre llevaran en sí un secreto que no poseen los animales, los pájaros, los humanos: el verdadero molde de la tierra, el verdadero esperar de la tierra y el mar, en muda seminconsciencia, inquietos ante un vasto y catastrófico acontecimiento. 

Podrías decir que esto es una ilusión; incluso que si hubiera tal secreto hubiera sido revelado antes a grupos socialmente mentalizados y científicos, más allá que a solitarios y oscuros reflexivos y antisociales; pero ¡qué pocos de aquellos buscadores gregarios son capaces de captar los procesos de la naturaleza con aquel ojo fisiogónico que Spengler alaba de manera tan elevada en el caso de Goethe!

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