La poesía es la fuerza del lenguaje; no hay poesía sin las súbitas e intensas crecidas del lenguaje, sin las repentinas mareas que invaden la conciencia del poeta. Se podría decir que la poesía es inconcebible sin estas explosiones, tanto más intensas cuanto que están hechas del mismo vehículo de comunicación del que se ha servido la humanidad para constituir partes fundamentales de su experiencia y hoy podemos decir, sin temor a exagerar, que no hay hundimiento ni exaltación física que no se viva como una prueba impuesta a nuestro vocabulario. Me atrevería a decir que fue la propia dinámica del lenguaje lo que incitó a los hombres a acercarse a los dos extremos más antiguos de su experiencia emocional y moral, es decir, al cielo y al infierno, que constituyen las metáforas más antiguas para definir dos experiencias fundamentales de su existencia: la de la celebración del acierto de lo que se hizo (el cielo) y la de la condena por haberse comportado como se hizo (el infierno).
Ramón de la Vega