Sobre nosotros

Ediciones de La Discreta es una reacción contra el "destino de mercancía" que se le impone a la literatura.
Pero, ¿cómo luchar contra ese "destino" sin caer, por un lado, en la automarginación ni, por otro, en la sublimación elitista de la Cultura?
Es la pregunta a la que Ediciones de La Discreta trata de enfrentarse en su actividad cotidiana.

Nuestras colecciones

  • OBRAS MAYORES: recuperación de obras y autores que por alguna razón no se conocen o han caído en el olvido (por citar algún autor: el poeta dominicano Pedro Mir o el poeta medieval italiano Cecco Angiolieri)
  • PROSA NOSTRA: Narrativa
  • BASTARDILLA: Poesía
  • ENSAYO Y ERROR: Ensayo literario
  • BULULÚ: Teatro
  • BÁRTULOS: Libros universitarios
  • CRÊT-À-DISC: Discos

Preguntas y respuestas

Respuestas enviadas por el colectivo editorial de Ediciones de La Discreta a la revista Delibros
para el reportaje sobre editoriales pequeñas publicado en el número de noviembre de 2004 y firmado por Eva Orúe.

Una tiende a pensar que en editoriales pequeñas publican autores pequeños, también noveles, que tienen difícil acceso a las editoriales más comerciales. ¿Verdadero o falso?


Hombre, pues evidentemente si un autor o autora puede publicar en Alfaguara o Anagrama, no lo va a hacer en La Discreta, a qué negarlo, y que Saramago o García Márquez, por muy de izquierdas que sean, no van a dejar de trabajar para Random House y monstruos así (ni nadie se lo pide, claro). Sin embargo, sí tenemos algún caso de autores que no han querido someterse a las esclavitudes que editoriales grandes les imponían (cambio de finales, de título, cortes y pegues aquí y allá, etc.) y han preferido publicar con nosotros. En todo caso, lo que es muy discutible es la noción de “autores pequeños”. Estamos completamente seguros de que, por poner un ejemplo, los novelistas publicados por La Discreta tienen una calidad muy superior al 90% de lo que se publica por ahí adelante (¿quién alaba a la novia? ....). La clave está en el método y la finalidad de la selección de publicaciones: la selección en Ediciones de La Discreta es radicalmente libre y abierta, lo que da una línea editorial algo variopinta, pero que no está sometida a los gustos o caprichos de un “editor genial” (huelga dar nombres) ni a los del mercado editorial.

¿Qué le impulsó a meterse en esta aventura?


No lo tenemos muy claro. Probablemente, en un primer momento, simplemente el dar “sentido a nuestro ocio” y luchar contra el aislamiento individualista que nos impone cada vez más intensamente la sociedad. Fue no más que una lucha por mantener una amistad que venía de lejos, pero que necesitaba de nuevo sentido o de nuevo contenido. Y la literatura, la música, la pintura, etc., era nuestro mayor vínculo. Nunca pretendimos vivir de la literatura, sino vivir la literatura, que es muy diferente. Después, todo se complicó y los objetivos se hicieron más ambiciosos, pero seguimos sin vivir de la literatura y manteniendo esa necesidad inicial de crear un espacio intermedio, entre lo público y lo privado, un espacio al mismo tiempo de conflicto y de ternura.

¿Qué ofrecen ustedes de diferente? Preguntado de otro modo: ¿cómo “compiten” con los grandes grupos editoriales?


Ante todo, a nosotros no nos interesa competir: a ellos les dejamos el espacio público, mediático, y el espacio del mercado. Nosotros buscamos crear otro ámbito, autosuficiente pero no autárquico, a medio camino, como decíamos, entre la individualidad aislada y la frialdad y el navajeo de los espacios culturales. Para ello ofrecemos ante todo la participación en una red cultural, la de los llamados Amigos y Amigas de La Discreta, quienes, si gustan, intervienen en la selección de publicaciones y en los actos culturales que surgen de la publicación (o divulgación más bien) de nuestros libros y les dan sentido. Así, por un lado, los/las discretos/as evitan el convertirse en una rancia élite cultural (de esas en las que el do ut des es la norma primordial), y, por otro, el libro se convierte en un objeto de relación, en una cuerda tendida a través de la que dialogar y discutir, y divertirnos con sentido y racionalidad, y deja de ser una mercancía que nos mira muda y patética desde las estanterías de un Centro Comercial. Ediciones de La Discreta no es más que el apéndice de un proyecto mayor, La Discreta Academia (misteriosa institución creada en el siglo XVII y estrechamente vinculada a la Casa de Abascal), en el que llevamos a cabo actividades culturales de variada índole (cabaret literario, teatro, cuentacuentos, música, vídeo y fotografía, proyectos de animación a la lectura en centros educativos y bibliotecas, etc.) que tienen a los libros que publicamos como excusas o protagonistas.

“editoriales pequeñas”. ¿Se atreve a hacer un retrato robot de este segmento editorial?


Pues la verdad es que no nos atrevemos mucho. Suponemos que, por un lado, están las marcadas ideológicamente (editoriales alternativas como Virus o Traficantes de sueños, etc.), y, por otro, las que se suponen que ofrecen excelencia y calidad. Pero no estamos muy seguros.

¿De qué terreno profesional proceden?


La mayoría somos maestros, profesores de instituto o universidad, y diplomáticos. Pero también hay entre nosotros/as periodistas, barrenderos, médicos, astrónomos, músicos, amas/os de casa, arquitectos, chupatintas, etc. Ah, y luego está el Conde de Abascal, que, como noble, se dedica a sus labores.

¿Reciben algún tipo de ayuda pública?


No.

¿Cuáles son los “trucos” para reducir costos y ser viables?


Hay dos trucos básicos:

Ante todo, el hecho de que los/as Amigos/as de La Discreta aportan una pequeña cantidad (40 euros anuales), a cambio de la que reciben todas nuestras publicaciones (entre 5 y 7 al año) e información sobre eventos y saraos de La Discreta Academia. Así, eliminamos intermediarios, que son los que se llevan siempre la parte del león. Sobrevivimos, pues, gracias a la venta directa (para la que aprovechamos los antedichos eventos y saraos). Tenemos, por supuesto, distribución comercial, pero supone una parte mínima de nuestros ingresos.

El otro “truco” es el del trabajo voluntario, no remunerado, de muchos de nosotros. Recibimos de él otras satisfacciones que las económicas, y, como somos muchos, sólo es cuestión de repartirse bien el trabajo y organizarse convenientemente. Y de reducir los costes de organización empresarial al mínimo.

Y nos va bastante bien, por cierto....

Náufragos en tiempos ágrafos

Escrito por Luis Junco

Hazte amigo de La Discreta
Las publicaciones, elegidas sin otro criterio que el gusto por la palabra y la buena literatura y para las que no cuentan con más medios que los de sus suscriptores, se convierten de esta manera en peculiares cartas de esperanza y deseos que se envían unos a otros


Hace un par de años, un grupo de hombres y mujeres jóvenes (algunos de ellos profesores como yo de esta zona de Madrid donde vivo) me invitó a lo que llamaban un cenáculo, con el pretexto de presentar un proyecto cultural del que pretendían que pasara a formar parte. Después de una cata de vinos y una lectura de poemas (pude comprobar lo bien que armonizan el buen vino y la buena poesía), hicieron la presentación de su proyecto en unos términos que aún tengo anotados. Pretendemos reunir a los náufragos de estos tiempos ágrafos que nos han tocado en desgracia -decían- con el fin de recuperar la inteligencia, la discreción, el gusto por la holganza ilustrada y la pausada conversación. Y añadían: Como las Academias barrocas del pasado, queremos crear un espacio intermedio entre la intimidad individualista y solitaria y el ruido público y superficial del mercado. Desde luego, me pareció un proyecto interesante, pero creo que lo que más me atrajo en aquellos momentos fueron unas palabras que entonces subrayé: náufragos en tiempos ágrafos. No sólo por la evidente eufonía que componían, sino porque comprendí que contenían un buen caudal de ideas que yo compartía, y sobre las que más tarde me prometí reflexionar.

Por ágrafos entendía yo tiempos adversos a la expresión escrita, tanto en su vertiente creativa como de lectura, y al acudir a un diccionario pude corroborar lo ajustado de la interpretación y el rico contenido de aquella frase. Dice el Diccionario de la Real Academia para el término agrafia: Incapacidad total o parcial para expresar las ideas por escrito (y, por tanto, para percibirlas) a causa de lesión o desorden cerebral. ¿Hay mejor diagnóstico para describir este aspecto de los tiempos que vivimos?

Las sociedades llamadas avanzadas padecen de galopante agrafia. Y eso a pesar de la aparente contradicción que supone el que tal vez no haya precedentes para la cantidad de publicaciones que hoy nos inunda, y que no nos debe engañar. Pues, más que una lesión indeseada, la agrafia viene bien a un ordenamiento social al que incomoda la palabra que induce a la reflexión, al que disgusta enormemente el poder que la palabra auténtica confiere al individuo. Con la sutileza propia de estos tiempos que vivimos, no combate a lo que se le opone de la manera brutal y directa de otros órdenes y otros tiempos, sino que lo hace eficaz y elegantemente aparentando hacer lo contrario de lo que realmente se propone: bajo el estandarte de una denominada libertad de mercado nos atiborra de publicaciones que nos aturden con una constante e implacable verborrea. ¿Pues que mejor modo hay de silenciar la palabra que rodearla de un tupido coro de voces hueras y altisonantes, de sepultarla bajo el peso de una parafernalia de colorines, oferta de dos por uno y campañas publicitarias a golpe de millones? ¿Existe manera más eficiente de desposeerla de todo su sentido que dotarla de un supuesto valor de información? Pues en estas sociedades avanzadas la palabra valiosa, la única palabra que tiene sentido es la que viene cargada de información. Estamos en la era de la información, se nos repite una vez y otra, una información con valor en el mercado, claro, una información con tintes economicistas y contenidos esencialmente técnicos, que, dicho sea de paso, poco tienen que ver con la auténtica ciencia.

Vientos de palabras, dice el autor de El Principito en Ciudadela, su obra póstuma, libro grávido de palabras esenciales y olvidadas. Al capricho de los vientos que más soplan las palabras son lanzadas de acá para allá sin más orden ni concierto que los intereses del mercado y el entretenimiento: estando presente la palabra, parece que el propósito último es dispersarla, que no germine, que acabe por convertirse en una semilla inútil con valor de mercadería.

Y lo que prueba que estamos en un mundo ágrafo no es solamente lo que antes he reseñado, sino también el propio ritmo que imponen estos tiempos. O, tal vez, para adecuarnos más a los mismos, deberíamos de decir la dimensión espaciotemporal que los caracteriza. Hecha para habitar en la distancia y la morosidad, la palabra sucumbe en este mundo donde ya casi no cabe la distancia y donde para medir el tiempo se ha tenido que inventar el nanosegundo. Conformada para la grafía y la reflexión, ha quedado relegada en un universo donde impera la imagen y en donde hasta para el ocio se nos acucia. Si hubiera que hacer caso a Santa Teresa cuando dice que quince minutos de reflexión diaria nos garantizan el cielo, no habría la menor duda de que vamos de cabeza al infierno. Pues, ¿quién en este mundo de locura tiene tiempo para reflexionar?

En esta atmósfera apremiante y corrosiva, la palabra se asfixia y, de paso, fenece con ella un tipo de relación humana que sólo bajo su protección podía habitar. Porque, ¿acaso no suponen relaciones distintas la misiva que, después de un peligroso viaje de semanas en las húmedas bodegas de un buque, es recibida con ansia al otro lado del océano para leer: "¡Te echo tanto de menos!", que aquel otro mensaje e-mail que en un abrir y cerrar de ojos recorre las amplias autopistas de la información para llegar a un par de manzanas de distancia y decir: "Te espero a las 7 en el McDonald para arreglar lo nuestro"? ¿Y no deja relieves diferentes en el alma la frase escrita con pulso tembloroso y leída en el silencio de la noche y que dice: "Te quiero", que aquella otra escrita a golpe de teclado y leída después de un bip bip de anuncio en la luminosa pantalla de un teléfono móvil y que dice: "T q ero"? No se trata de ir contra el imparable avance de los tiempos, sino de restituir el rostro impar de la palabra.

Dicen algunos que la casualidad no existe, sino que hechos y cosas se precipitan hacia nosotros por la pendiente creada bajo el peso de nuestras inquietudes y deseos. Lo cierto es que, aun en la etapa de estas ideas, recibí un manuscrito de un profesor de Didáctica de la Lengua de la Universidad de Las Palmas que trataba de la lectura. En él, Oswaldo Guerra, que así se llama el autor, reflexionaba sobre la lectura en nuestra época, y, más concretamente, sobre el significado que el acto de leer tiene como una experiencia personal que abarcaba a toda una generación a la que pertenezco. Me enganchó desde un primer momento, y me lo leí de un tirón. No me resisto ahora, al hilo de estas ideas, a transcribir algunas de las palabras con las que comienza su libro:

En la lectura hay ... algo mucho más edificante que la tosca información enciclopédica que se logra a través de los libros. En el momento que leemos somos sinceramente nosotros mismos, engranamos en lo leído no sólo nuestros conocimientos previos, sino también anhelos y frustraciones. En cada lectura proyectamos así nuestros estados de ánimo ..., estamos solos frente al texto, como así lo atestigua el aparente silencio que nos acompaña frente al libro, en un rincón de la casa, en un banco del parque.

Silencio aparente éste, pues más adelante añade:

... junto al rumor más o menos convencional que produce el hacer vivas en la mente las letras que antes eran mudas ... hay ... otro murmullo que nos acompaña, frases aparentemente sueltas que no provienen de la escritura que tenemos frente a nuestros ojos, fragmentos del texto de nuestra propia vida que se han intercalado involuntariamente en medio del otro rumor que las líneas impresas en la página provocaban ... Si se pudiera reproducir el acto íntimo y aparentemente silencioso de una persona cualquiera, descubriríamos cómo el texto que emerge del libro, el conjunto de palabras que el lector devuelve al exterior, no es en ningún modo idéntico al que estaba allí impreso ... sino fugaces reflexiones sobre lo que está escrito, comentarios casi imperceptibles, pequeñas glosas totalmente a salvo de la falsa erudición y de la gratuidad... ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo asintiendo o rechazando con una mueca lo que en ese instante estaba leyendo? ... Por eso, concluye, la lectura es un diálogo con el texto: tras escuchar lo que nos dice, pero sólo si hemos sabido escuchar, seremos un poco otra persona.

Después continuaba descubriéndonos los oscuros y misteriosos senderos que llevan de una lectura a otra, de los primeros cuentos infantiles a la poesía, que es primeramente música y ritmo de la palabra, de Alicia en el País de las Maravillas o Tintín a Julio Verne y las primeras lecturas de Herman Hesse, y del Demian de éste al Crimen y castigo de Dostoyevski, a La metamorfosis de Kafka, a La muerte en Venecia de Thomas Mann, a La Náusea de Jean Paul Sartre o a Oscuro como la tumba donde yace mi amigo de Malcom Lowry. Una lectura apasionante y que reafirmaba mi fe en la palabra.

Mientras tanto, aquel proyecto cultural del que hablaba al principio se había ido asentando, y el grupo de personas que lo había promovido, contagiado de ilusión, aparte de tertulias variopintas, conciertos, lecturas de poemas, cenáculos, etc., se embarcó en un apoyo decidido a la palabra a través de una editorial que hoy se llama Ediciones de La Discreta y que en su corta vida ya lleva publicados más de veinte títulos. Las publicaciones, elegidas sin otro criterio que el gusto por la palabra y la buena literatura y para las que no cuentan con más medios que los de sus suscriptores, se convierten de esta manera en peculiares cartas de esperanza y deseos que se envían unos a otros. Tuve la osadía de proponer también mi carta, y hoy tengo la fortuna de ver el manuscrito de Oswaldo Guerra publicado bajo el título de Senderos de lectura.

Hace algunos días, en un artículo que firmaba Gonzalo Hidalgo Bayal, escritor y profesor de instituto, se subrayaba el hecho de que la demostración de que la lectura ( y la escritura) quedaba relegada al pasado era el que los propios alumnos le adjudicaban este tiempo verbal para referirse a ella. "Ha estado bien", dicen para referirse a la lectura de un libro, como quien se refiere a la retransmisión de un partido de fútbol televisado. Náufragos en estos tiempos ágrafos, muchos aún mantenemos la esperanza y, con renovada fe, nos aferramos a iniciativas como las que representan el libro de Oswaldo Guerra o la ilusión de Ediciones de La Discreta, maderos de la palabra que aún flotan en este mar turbio y proceloso que nos agita.