Leonardo da Vinci, El hombre, la naturaleza, la mirada (Madrid: Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2014). Edición y traducción de Clara Janés.

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Leonardo da Vinci, El hombre, la naturaleza, la mirada (Madrid: Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2014). Edición y traducción de Clara Janés.

Por Emilio Gavilanes

 

 

Hay muchas ediciones de los famosos cuadernos de notas de Leonardo da Vinci. Y aunque unas son más extensas que otras, siempre hay un núcleo de anotaciones que aparecen en todas (quiero decir que las observaciones y conclusiones que uno haga de estos cuadernos no van a depender gran cosa de la edición que lea). Esta que nos ocupa tiene la ventaja de que los textos están traducidos directamente del italiano (muchas otras lo hacen del inglés o del francés). Y de que tiene un prólogo (de Clara Janés, la traductora y editora del libro, académica de la Española desde hace unos años), maravillosamente apasionado.

Los cuadernos de Leonardo contienen anotaciones de lo más variado. (Todo el mundo conoce esos cuadernos en los que Leonardo alterna dibujos y texto, o ilustra con dibujos lo que escribe, unos manuscritos preciosos que a mí me han fascinado siempre, independientemente de lo que digan los textos). Hay, por ejemplo, alegorías y fábulas protagonizadas por animales, por plantas, por objetos (es conocida la de la lima que poco a poco convierte el duro hierro en polvo que el viento dispersa); lo que cuenta en esas historias siempre es interesante e ingenioso (obsérvese que digo “lo que cuenta”). Hay también descripciones de animales, algunos fantásticos, otros reales (algunos desconocidos por él, seguramente leídas en autores de la antigüedad, quizá Plinio, con lo que eso supone de transmisión de falsedades y fantasías), otros conocidos, pero de los que cuenta cosas desconocidas (algunas muy curiosas: por ejemplo, dice que el icneumón, una especie de mangosta, se reboza en barro y espera a que se seque y entonces se vuelve a revolcar en barro y a esperar a que se seque, y así hasta tres veces, de tal manera que se fabrica una coraza durísima para enfrentarse al áspid, la temible serpiente, y así salir victorioso en la pelea con ella; a los elefantes les atribuye unos comportamientos conmovedores, no ya humanos, sino de sabio oriental).

Hay también reflexiones científicas o filosóficas sobre el mundo natural (el origen del movimiento o de la luz…), que están llenas de conceptos absurdos, de filosofía anticuada, medieval, aristotélica, superada, que repiten errores de su época, con una estilo pesado, de filósofo escolástico, que nos impacienta. Veamos un ejemplo de esa retórica arcaica, de ese estilo anticuado, poco atractivo (en esta anotación se plantea si el espíritu puede hablar o no): “Si queremos probar si el espíritu puede hablar o no, es necesario primero definir qué es voz y cómo se genera. Y diremos de este modo: la voz es movimiento del aire en fricción con un cuerpo denso o el cuerpo denso en fricción con el aire (lo que es lo mismo); la cual fricción de lo denso con lo poco denso condensa lo poco denso y causa resistencia…” Yo hace un rato que ya me he perdido, o que he dejado de escuchar. Muchas de esas anotaciones, además de ser farragosas, contienen errores, no sabemos si procedentes de su tiempo o de su propia inventiva. Por ejemplo, Leonardo dice que la luz de la Luna es luz del Sol reflejada en agua. O sea, que la superficie que vemos de la Luna es agua. Y también dice que la Luna está compuesta de agua, de aire y de fuego (como la misma Tierra), y que se sostiene (la Luna) sin caer al centro del mundo (donde está la Tierra) por sí misma. También pensaba que las estrellas son planetas con agua en la superficie y que al incidir en ella la luz del Sol brillan y se ven desde la distancia. Y que en ese sentido la Tierra no es más que una estrella. Es difícil encontrar ideas más alejadas de lo que descubrió, o comprobó, la ciencia posterior.

Obsérvese que Leonardo piensa que la Tierra es el centro del mundo. Es lógico, pues el modelo heliocéntrico de Copérnico sería conocido años después de que muriese Leonardo. Pero quiero insistir en que Leonardo es mucho más hijo de su época “precientífica” que padre de la ciencia actual, pues a menudo se presenta a Leonardo como un espíritu adelantado a su tiempo, un científico moderno, casi un contemporáneo nuestro. Es verdad que daba mucha importancia a la observación de la naturaleza y a la experimentación directa y que sus dibujos anatómicos son de una precisión pasmosa. Pero nada desmiente tanto ese “espíritu actual” como leerle directamente. Toda su retórica, el estilo y el tono en el que escribe sus anotaciones, incluso las que más nos interesan, tienen ese aire que, como decía antes, nos suena anticuado, añejo, de otra época. Es difícil encontrar pasajes que hoy nos suenen frescos, que leamos como recién escritos, en los que no se note el rancio paso del tiempo, aunque algunos se acercan, como por ejemplo este en el que compara las olas del mar con el movimiento ondulatorio que se ve en los trigales: “[La ola del mar es] a semejanza de las ondas creadas en mayo por el curso de los vientos en las mieses: las ondas se ven correr por el campo mientras las mieses no se mueven de su sitio.” O esta otra: “Yo vi ya en Florencia a un sordo por causa de un accidente, el cual si tú hablabas alto, no te entendía, y si hablabas en voz baja sin sonido de voz, te entendía solo por el movimiento de los labios. Ahora me podríais decir: «¿No mueve los labios uno que habla alto, como el que lo hace en voz baja? Y moviéndolos en un caso como en otro, ¿no se entenderá el otro como el uno?» Y entonces yo dejo que la respuesta la dé la experiencia.” Para mí estas son las más interesantes, las que se acercan al apunte de diario, en el que tenemos cerca al hombre, no tanto al pensador que no se ha podido sacudir de encima a Aristóteles. Alguna vez, después de una anotación farragosa, resplandece una línea muy sencilla. Por ejemplo, hay un texto en el que explica con conceptos medievales por qué vuela una especie de buitre. Es un párrafo que no nos dice mucho. Pero al final añade: “ave de rapiña que vi yendo a Fiésole sobre Barbiga en 1505, el día 14 de marzo”. Habría que hacer una antología con esos pocos textos en los que no refleja un oscuro pensamiento, o una pesada reflexión, sino que cuenta de manera sencilla algo que ha visto (que los hay; recuerdo que en los códices de Madrid hay una breve anotación preciosa, muy descriptiva e intensa, en la que cuenta cómo un anochecer se levanta un gran viento de tormenta que rasga las telas que cubren una obra en la que está trabajando).

Leonardo tiene también observaciones sobre el arte de pintar, muy interesantes. Explica cómo se ve un paisaje bajo la lluvia, con indicaciones de pintor, por ejemplo que lo que está lejos se vuelve azulado, o cómo son las sombras, dependiendo de dónde procedan; son observaciones que muestran que veía el mundo en clave de pintor, no en clave de científico: los objetos, las personas, son sucesiones o combinaciones de luces y sombras, de colores. No olvidemos que tenía el proyecto de publicar un tratado de pintura, que finalmente se compondría en el siglo XVIII con sus notas. Y aunque no formen el grueso del libro, creo que estas anotaciones son las fundamentales, explican todas las demás. Leonardo es por encima de todo un pintor. Todos sus escritos, desde los de anatomía a los de mecánica, los de botánica, o los que explican el vuelo de las aves, tienen como objetivo pintar mejor, o aplicar sus descubrimientos a su pintura.

A mí me parece que la fascinación que producen los manuscritos de Leonardo procede en parte de que vemos en ellos a un hombre solitario que anota en secreto sus pensamientos y observaciones y no se los da a leer a nadie. Es la fascinación que sentimos por los escritos de Kafka, o de Pessoa. Y sobre todo la fascinación la producen los dibujos que acompañan a las anotaciones. Dibujos bellísimos, llenos de actualidad y de verdad, de misterio. Dibujos que han resistido el paso del tiempo y que nos siguen asombrando, y que para mí son una de las formas de la felicidad.

 

 

 

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