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Por Luis Junco

La visión de varios episodios de la reciente serie televisiva homónima producida por Ridley Scott, me llevaron a recordar la novela de Philip K. Dick, que leí hace muchos años.

El libro parte de una realidad alternativa: Alemania, Japón e Italia ganan la Segunda Guerra Mundial y son sus fuerzas las que ocupan y se reparten el territorio americano después de la guerra. Los nazis tienen papel preponderante en el reparto y aunque Adolf Hitler está incapacitado por una enfermedad cerebral, el partido nacionalsocialista alemán, con Martin Bormann a la cabeza, sigue con su política de exterminio de razas que considera inferiores, y el desarrollo de una tecnología que incluye la exploración espacial y la obtención de la bomba atómica. En ese escenario, se presentan en la novela los personajes de la trama, entre los que destacan: Frank Frink, obrero artesano que vive en San Francisco y tiene que eludir la persecución nazi por su origen judío; Juliana, exmujer de Frink, mujer inquieta que entabla relación con un camionero italiano, Joe, que es en realidad un agente nazi; Robert Childan, anticuario, que intenta sobrevivir en la zona dominada por los japoneses; Nobusuke Tagomi, de elevada posición en la administración japonesa en San Francisco, budista, consciente de la amenaza que supone para el Japón el dominio nazi; el señor Baynes, que tras su disfraz de comerciante sueco esconde un agente de la Abwher opuesto sin embargo a las intenciones alemanas de acabar con su aliado japonés.

En estos territorios ocupados, ya lleva tiempo que, de manera clandestina, se difunde con sorprendente éxito un libro de ficción titulado La langosta se ha posado. En él se habla de un mundo diferente, en el que las fuerzas del Eje han sido derrotadas por los americanos y sus aliados europeos, una realidad parecida a la que nosotros (lectores del blog) hemos experimentado, aunque con variaciones (Roosevelt fue sustituido por otro presidente; los ingleses, con Churchill a la cabeza, dominaron entre los aliados). El autor de ese libro es un tal Hawthorne Abendsen, a quien se conoce como “el hombre del castillo”, pues, se dice, consciente de la amenaza a su vida por casusa del libro, vive en un castillo fortificado en la zona neutral.

En los últimos tiempos he leído opiniones que sugieren que en la base de esta ficción de Philip K. Dick está la Teoría de los Muchos Mundos de Hugh Everett, una interpretación de la física cuántica según la cual la realidad que experimentamos es solo una de las múltiples alternativas que conviven al mismo tiempo y de las que no somos conscientes. Son otros universos en los que todas las alternativas físicas que no contradigan las leyes de la física se realizan.

No sé si Philip K. Dick conoció la teoría de Hugh Everett, que, aunque desarrollada a finales de los años 50, no tuvo plena difusión hasta los 70. A mí me parece que cuando Philip K. Dick escribió esta novela, a principios de los años 60, no estaba influenciado por esta teoría científica, sino que, como ha ocurrido con otros escritores imaginativos –véase en este mismo blog lo que dijimos sobre El jardín de los senderos que se bifurcan, de Borges-, su intuición literaria alumbró un aspecto de la realidad al que también accede el científico aplicando sus métodos.

En la serie televisiva a la que me refería al principio, hay variaciones significativas respecto de la novela. Seguramente para incrementar la acción y la intriga, en la serie se inventan un supuesto grupo de resistencia americana que lucha contra los invasores y en el que los principales personajes se ven involucrados en mayor o menor medida. Los personajes principales pierden el carácter y rica complejidad de la novela para adaptarse a ese aspecto de la trama, cuando no cambian casi por completo su personalidad. Así, la promiscua y al mismo tiempo contradictoria e inteligente Juliana de la novela, se convierte en la honesta Juliana Crain de la serie, que, por el ejemplo y recuerdo de su hermana asesinada, abraza sin reserva la lucha rebelde; mientras su amante en la novela, Joe, el camionero que en realidad es un frío agente nazi que antepone su misión a cualquier sentimiento, se transforma en la serie en el Joe Blake atormentado por el amor que siente hacia la rebelde Juliana. Tal vez el personaje de la novela más reconocible en la serie sea el Ministro de Comercio japonés, Nobusuke Tagomi, en una excelente interpretación del actor Cary Tagawa. Hay otros dos personajes relevantes en la serie que no aparecen en la novela, John Smith, jefe alemán a cargo de la represión rebelde en Nueva York, y Takeshi Kido, jefe de la policía japonesa en San Francisco.

Pero más allá de los personajes y esos detalles de la trama, hay otra diferencia que a mi entender supone el mayor acierto de la novela y, por contra, el defecto más grave de la serie. Me refiero al “hombre del castillo” en sí, que da título a las dos versiones. Pues, si en el libro es el autor de una novela –La langosta se ha posado–, Hawthorne Abendsen, que en clave de ficción narra la historia de un mundo en el que la guerra ha sido ganada por los Aliados, en la serie, éste, Abendsen, es un señor que recopila cintas de película que muestran esa realidad alternativa en forma de documentales (el desembarco de Normandía, la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki, la rendición de Japón, la caída de Berlín, etc.), en algunos de los cuales parte de los protagonistas se reconocen en circunstancias dramáticas distintas a las que han vivido en su realidad.

De esta manera, toda la elegante “sugerencia” de una realidad alternativa presentada por un libro de ficción se desvanece en la serie, en una -me atrevo a decir- “grosera” presentación de mundos paralelos a los que protagonistas e información acceden de manera muy poco creíble (lo que, habría que añadir, la Teoría de los Muchos Mundos de Everett no admite).

A mi entender, la mejor cualidad de la novela El hombre del castillo, y la mejor muestra del genio de Philip K. Dick, es su capacidad para decirnos que en toda obra literaria genuina y de calidad no tiene sentido preguntarse qué es realidad y qué es ficción. Todo es verdad.

Y como muestras de esta idea, dos ejemplos de entre los muchos que pueden encontrarse en la novela.

Una se refiere a cuando Hugo Reiss, cónsul del Reich en San Francisco, lee a escondidas el libro de Abendsen y se estremece con la lectura:

Cómo escribe este hombre, pensó. Lo había llevado a otro mundo, un mundo real. La caída de Berlín en manos de los ingleses, tan vívida como si hubiese ocurrido de veras.

Y una última secuencia, cuando Juliana Crain, lectora apasionada de La langosta se ha posado, se encuentra con el autor y muestra la verdad que irradia del libro.

Alzando la cabeza, Hawthorne observó a Juliana un rato. Tenía una expresión casi salvaje en la cara.

–Significa que mi libro dice la verdad, ¿no es cierto?

–Sí –dijo Juliana.

Había cólera en la voz de Hawthorne:

–¿Alemania y Japón perdieron la guerra?

–Sí.

Hawthorne cerró entonces los dos volúmenes y se puso en pie; no dijo nada.

–Ni siquiera usted se ha enfrentado a la verdad –dijo Juliana.

Durante un tiempo pareció que Abendsen reflexionaba. Tenía una mirada vacía, vio Juliana; vuelta hacia adentro. Preocupado, por él mismo… y de pronto los ojos volvieron a aclararse. Abendsen gruñó, sacudiéndose.

–No estoy seguro de nada –dijo.

–Crea –respondió Juliana.

1 Comment

  1. Emilio dice:

    Muy interesante esta entrada

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