Pedro Luis de Gálvez: El sable. Arte y modos de sablear (Sevilla: Renacimiento, 2018)

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Pedro Luis de Gálvez: El sable. Arte y modos de sablear (Sevilla: Renacimiento, 2018)

 

Por Emilio Gavilanes

Este es un libro mítico entre los bibliófilos. La primera vez que oí hablar de él fue en uno de los deliciosos libros del bibliófilo aragonés José Luis Melero, en los que habla a su vez de libros, de libros raros y curiosos. Ponderaba allí la rareza de la obra que nos ocupa, que no se había reeditado nunca, y aclaraba que no era un tratado de armas blancas, sino un libro sobre los pedigüeños y la técnica del sableo.

De Pedro Luis de Gálvez se ha escrito mucho, desde La novela de un literato, de Cansinos Assens, y las memorias de González Ruano, hasta el estudio que le dedicó Quico Rivas. Es un personaje que da mucho juego, con una vida llena de peripecias, con una actuación en la Guerra Civil muy significada, una vida de novela (de hecho es el protagonista de una conocida novela), y con una obra (sobre todo poética) de gran calidad, pero quizá insuficientemente valorada.

Pepe Esteban (sobre quien hace unos años escribió un libro precioso nuestro discreto amigo Carlos Manuel Sánchez), que es seguramente el mejor conocedor de la literatura de la bohemia española (acaba de publicar en esta misma editorial, Renacimiento, un Diccionario de la bohemia interesantísimo), escribe en la introducción: “El año 1925, aparece en Barcelona uno de los libros más deliciosos, por su originalidad y su desparpajo, por su cinismo y su caradura, así como por su sinceridad y autoconfesión”.

Pepe Esteban dice que es un libro misceláneo. Pero a mí ese adjetivo en este caso me parece un eufemismo. El libro es más bien una sucesión de capítulos que muchas veces no tienen nada que ver unos con otros. Quizá sería más justo decir que es un libro descabalado, o descabezado.

Gálvez comienza de una manera un tanto forzada, hablando de Caín como primer antepasado de los sablistas (que yo sepa, la Biblia no habla de un Caín pobre y pedigüeño), pero enseguida se desdice y hace descender a los sablistas del mandato cristiano “Pedid y se os dará”, a partir del que, dice Gálvez, “una horda de sablistas se derramó desde Galilea por toda la tierra”. Se ve que es al principio del libro donde Gálvez tiene el impulso más lúcido y escribe las frases más brillantes: “El hombre abre su bolsa por dos únicos sentimientos: la vanidad o el miedo”, “Nadie pide por vicio. Todo el que pide necesita, aunque sea para vicios”, “De buen grado emigraría el sablista; pero ¿a dónde ir? Todo es ya de alguien”. Pero rápidamente el discurso se vuelve confuso, farragoso, con muchos párrafos en los que no se entiende bien lo que dice, aunque nos imaginamos lo que quiere decir y que está intentando provocar.

Gálvez nombra a algunos de sus amigos: Buscarini, que acabará en un manicomio, Xavier Bóveda, que se volverá fracasado a su Galicia natal, Carrere, al que salvará la vida en la Guerra Civil y que será el destinatario de la última carta que escriba Gálvez, la víspera de que lo fusilen en Porlier, en 1940, una carta en la que le pide a Carrere que cuide de su hijo Pepito, carta impresionante, profundamente conmovedora

En el capítulo “Andanzas y malandanzas”, Gálvez pasa a hablar de algunos sablistas que él había conocido: Pozas, que dedicaba a sus “víctimas” El criterio, de Balmes, como si lo hubiese escrito él; y sobre todo, Diego Peral, sobre el que escribe muchas páginas, en las que cuenta, por ejemplo, cuánto se alegraba del atropello de su suegra, por la indemnización que iba a cobrar, y algunas miserias más, como que llegó a publicar la noticia de su propia muerte, para ablandar a sus donantes, u operables, como se les llamaba en la jerga de la época. Gálvez tiene acceso al libro de notas de Diego Peral, del que transcribe frases, “La víscera más importante del cuerpo humano es la cartera”, y un montón de notas extravagantes (“Un fraile, dos frailes, tres frailes… Cuatro sería peor”), la mayoría idiotas, sin gracia, ni interés, ni siquiera cuando hace el catálogo/clasificación de la gente a la que se puede acudir para pedir dinero (más adelante Gálvez dará su propio catálogo, en el que destaca el cándido Cansinos Assens, “que lo da todo”). Le dedica muchas páginas a Diego Peral, como digo, contando cosas, pero uno saca la impresión de que son páginas infladas. Escribe, escribe, escribe, pero cuenta pocas cosas de sustancia. Todo en el libro está inflado. Es más, para mí eso es lo que caracteriza el libro. Todo el tiempo hincha el discurso para que ocupe más espacio, hasta cuando parece que está contando algo de interés. Por ejemplo, para contar un sablazo a Maura dedica un número excesivo de páginas e historias adyacentes sin apenas interés, insulsas. Incluso su vida, a la que dedica el capítulo “Carne a la fiera”, unos apuntes de autobiografía desgarrada, que dejan entrever una vida aventurera, viajera, llena de desgracias y necesidades, donde explica que en varias ocasiones le han suplantado para dar sableos, está contada sin fuerza, sin garra, para salir del paso (es aquí donde da su versión de la famosa historia del hijo muerto al que lleva por los cafés para pedir dinero). Él mismo dice que el que haya llegado al libro para aprender procedimientos de sableo se sentirá defraudado.

Que todo él es un libro inflado queda claro con lo siguiente: Gálvez había contratado doscientas páginas con el editor y al llegar a la ciento veintidós se le acaba el material y entonces mete poemas, ya publicados con aterioridad en otros sitios, que no tienen nada que ver con el libro, y cuando estos se le acaban mete una conversación con el editor dispuesta en escalera, con una palabra en cada línea, de manera que rellena una página con quince palabras. Esa conversación ocupa más de veinte páginas. Este es el el colofón del libro, con el que ocupa una página entera:

¡EL

LI

BRO

DE

NUES

TRA

É

PO

CA!

El libro es curioso y original por el tema que trata, pero después de lo que llevo dicho,  ¿es que no tiene nada realmente valioso? Sí. Primero, el prólogo de Pepe Esteban, verdadera enciclopedia del sablista bohemio español, lleno de noticias interesantes y divertidas, o al revés. Segundo, el encuentro con el payaso Rámper, escena en la que Gálvez trata de sacarle dinero y va comparando su estrategia y las intervenciones del contrario con una corrida de toros. Es genial. Y tercero, y aunque parezca paradójico, lo que mete de relleno: los poemas (la mayoría sonetos) que rescata de publicaciones anteriores, poemas extraordinarios. Con razón se ha dicho que el anciano Borges, que conoció a Pedro Luis de Gálvez en la España de los años 20, aún recordaba y era capaz de recitar algunos de aquellos sonetos de su amigo de juventud.

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