Giorgio Samorini: Animales que se drogan (Barcelona: Cáñamo Ediciones, 2003)

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Giorgio Samorini: Animales que se drogan (Barcelona: Cáñamo Ediciones, 2003)

Por Emilio Gavilanes

Conocía a Giorgio Samorini por un libro que editó La Liebre de Marzo hace bastantes años, Los alucinógenos en el mito, un recorrido por el uso que distintos pueblos han hecho de una serie de sustancias alucinógenas, un poco en la línea de los fascinantes libros de Robert Gordon Wasson, el fundador de la etnomicología, del que un día hablaré en este blog.

Este es un librito que no llega a las 80 páginas, pero pese a su brevedad está lleno de noticias y de ideas interesantes.

Casi todos los capítulos recogen ejemplos de distintas especies animales que buscan sustancias que alteran su comportamiento. Samorini empieza recordando los testimonios de quienes entraban en los antiguos fumaderos de opio y veían a los gatos y a las ratas empinados sobre las patas traseras para oler el humo que exhalaban los que estaban fumando y que cuando tardaban en volver a oler ese humo mostraban algo parecido a un síndrome de abstinencia. También recuerda los monos que fuman, por imitación del hombre (hay un episodio de The Big Bang Theoryen el que sale uno que lo hace muy bien). Y los experimentos que se han hecho con arañas a las que se da de comer moscas inyectadas con LSD (y que después hacen unas telarañas muy elaboradas y con tramas de tipo arabesco), o con cocaína (y hacen unas telarañas con una trama angulosa y amplios espacios vacíos), o con hachís (y tejen unas telas completas y funcionales, aunque con lagunas). También cuenta que el LSD, suministrado a los delfines, tiene un efecto socializante, pues se vuelven extraordinariamente “habladores” y comunicativos.

Pero no es en estos experimentos inducidos por el ser humano en los que se centra el libro de Samorini, sino de las sustancias que buscan muchos animales de manera espontánea y voluntaria.

De los primeros que habla es de vacas y caballos que buscan unas hierbas que los aturden y trastornan, que provocan en ellos conductas anormales, que les vuelven locos, y que sin embargo buscan con ahínco.

Habla después de elefantes que buscan frutos que fermentan y producen alcohol, y que los elefantes consumen en tan gran cantidad que acaban cayendo al suelo borrachos. Incluso hay animales de dieta estrictamente carnívora que buscan esa embriaguez, y cuenta el caso de un tigre en la India que atacó a un niño para robarle una cesta de estos frutos fermentados y que no hizo nada al niño.

También habla de los gatos que iban a su jardín a comer una hierba que les excitaba sexualmente y que les producía visiones, pues veían e intentaban cazar cosas que no exitían y que sin duda estaban viendo, a juzgar por sus movimientos y su actitud.

Habla de renos y caribúes que comen amanita muscaria (uno de los hongos alucinógeno que más ha consumido el ser humano desde la prehistoria), que les hace agitar las patas traseras y retorcer la cabeza (gesto de intoxicación que se repite en muchas especies animales) y les hace desatender a las crías, que quedan a merced de los lobos. Ellos mismos se vuelven presas fáciles (ya volveremos a este comportamiento tan difícil de explicar evolutivamente).

Habla de cabras en los Alpes que comen hongos alucinógenos, y no accidentalmente, pues en cierta ocasión un macho cabrío le atacó a él para arrebatarle los que él llevaba recogidos en un cucurucho, y que la cabra comió con avidez. Y de cabras de otros lugares, que afrontan riesgos para conseguir las plantas tóxicas que persiguen. O que consumen bayas de café (en Etiopía), que es excitante. O las de Yemen, que comen un euforizante que también consume la población de la zona, seguramente tras observar a los animales (parece que en muchos lugares los indígenas han descubierto muchas de estas plantas observando a los animales que las buscan). Cuenta que en las grandes llanuras de Norteamérica hay caballos  que consumen un alucinógeno que usan los indios desde hace 9000 años.

Cuenta también el caso curiosísimo de unos petirrojos que cuando en su emigración anual llegan a California se ponen ciegos de una baya que no fermenta, pero que es embriagante. Se atiborran de tal manera que después se golpean con la gente y con los coches, que los atropellan a cientos. Cuando se examina el aparato digestivo de los que mueren atropellados se ve que están llenos de esa baya. Hay parejas de esos pajaritos que se regalan de pico a pico las bayas en plena embriaguez. También se embriagan las palomas rosa de isla Mauricio con otros frutos. Y se ha observado que los gorriones, después de comer semillas de cáñamo, cantan más y tienen más actividad “amorosa”.

Habla Samorini de babuinos que comen bayas embriagantes en períodos en que no tienen problemas de hambre (esta es otra de las constantes en todas las especies: que esas hierbas y frutos no son alternativas en época de hambre a la comida habitual). Los efectos de esas bayas en los babuinos son tan fuertes que se dejan cazar bajo sus efectos. Pero más interesante aún es el caso de unos mandriles machos que toman una raíz que han visto buscar a los jabalíes, y que esperan de una a dos horas hasta que les hace efecto para lanzarse a pelear por las hembras. Esto supone que tienen una conciencia previsora, que planean o premeditan, un grado alto de conciencia, parece.

Cuenta que hay ratones a los que les encanta la semilla de la marihuana, con la que se intoxican. A veces entran en los almacenes de quienes la cultivan y comen hasta hartarse. Después son presas fáciles. Las mangostas, que conocen su debilidad, los esperan en las inmediaciones y los cazan sin problemas. Durante un tiempo se creyó que quienes saqueaban esos almacenes eran las mangostas porque los dueños encontraban las semillas en los estómagos de las que cazaban, pero lo que encontraban eran las semillas que estaban en los estómagos de los ratones que cazaban las mangostas. En cierta ocasión se observó que una pareja de mangostas consumieron una vez semillas embriagantes y no volvieron a buscarlas durante meses. Pero entonces una de ellas murió y la otra volvió a tomar semillas, como para emorracharse.

Pero también los animales pequeños buscan sustancias intoxicantes. Hay mariposas que liban el néctar de plantas alucinógenas, lo mismo que algunos ciervos volantes. Y no se trata de un consumo erróneo, de una equivocación, pues repiten la búsqueda de la misma sustancia. Y para ello corren peligro, pues durante la intoxicación se vuelven torpes y es fácil cazarlos. También se conocen hormigas que crían larvas de otros insectos porque segregan alcohol. Y si hay peligro en el hormiguero salvan antes a las larvas de esos insectos que a las propias larvas de las hormigas.

En el penúltimo capítulo Samorini trata el caso de las moscas y la amanita muscaria, la amanita matamoscas, como se llama en muchos lugares. Las moscas buscan la amanita y tras succionar de ella quedan inmóviles y patas arriba, lo que el observador humano interpreta como muertas por intoxicación (de ahí el nombre). Pero realmente no están muertas. Están drogadas. Y este comportamiento no es accidental, pues las moscas vuelven una y otra vez a la amanita, y siempre lo han hecho. Se embriagan con toda intención. Los sapos lo saben y se quedan junto al hongo a la espera de esas moscas fáciles de cazar. De ahí la asociación que hay en muchas tradiciones entre la amanita muscaria y los sapos (algunos pueblos hacen una interpretación errónea de la secuencia y piensan que la amanita es venenosa por crecer en terrenos en los que abudan los sapos, cuya piel segrega un veneno).

El último capítulo es uno de los más interesantes del libro. Plantea la pregunta de por qué se drogan tanto los animales como los humanos. Tolstoi escribió un ensayo en el que decía que las personas buscan las drogas para evadirse de la realidad y para esconder o sobrellevar los problemas de conciencia, es decir, para esconderse de sí mismos. Samorini no acepta esta explicación. En primer lugar, el consumo de drogas no es ninguna anormalidad. Los animales, con cerebros y sistemas nerviosos sanos, las buscan espontáneamente. La búsqueda de ebriedad para Samorini es una fuerza de motivación primaria, como es la satisfacción del hambre y la reproducción, seguramente porque la ebriedad tiene un valor evolutivo adaptador. Para Samorini, tanto humanos como animales buscan otro estado de conciencia, más “místico”, digamos. De unión o fusión con el universo. No en vano muchas drogas ocupan un lugar central en muchas religiones. Lo que se busca es comprender mejor la realidad, signifique esto lo que signifique en el caso de los animales. En su apoyo, Samorini trae al antropólogo J. M. Fericgla, que dice que las drogas ayudan a adaptarse cognoscitivamente al entorno, psicológica, sociológica y ambientalmente. Al final del libro, como alternativa a estas explicaciones, Samorini rescata una teoría elaborada en la década de 1960 por un médico, Edward de Bono, que hablaba del factor de desesquematización o “factor PO” (Provocative Operation Factor/Factor de funcionamiento provocativo). Según De Bono, así como el lenguaje consolida los modelos, las drogas facilitan la fuga de esos modelos (como hacen el humor y la intuición). Las drogas alucinógenas funcionaríann como factor PO: permiten usar ideas no coherentes con la experiencia, ideas que no se rechazan  y que se pueden usar como puntos de apoyo hacia otras ideas. Las drogas serían un dispositivo liberador de la rigidez de las ideas, de los esquemas, de las categorías, de las clasificaciones establecidas. Aumentarían la posibilidad de encontrar nuevos recorridos mentales. Ese factor de desesquematización presente en la mente humana podría estar en todos los seres vivos. Todos los animales tienen unas funciones primarias básicas (nutrición y reproducción) indispensables para su perpetuación, pero que no son suficientes para que la especie se perpetúe mucho tiempo, pues continuamente necesitan adaptarse a los incesantes cambios ambientales, y para ello hacen uso de algo que les permita romper los esquemas rígidos con los que se conserva la especie, un instrumento que en algunos momentos se opone al principio de conservación (como en el caso de los petirrojos, de los caribúes, de las moscas, de los ratones… que descuidan su supervivencia). El comportamiento de drogarse estaría relacionado con ese “factor PO” desesquematizador.

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