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España literariamente invertebrada. Una reivindicación integradora de la enseñanza de la literatura española.

 

Por Santiago López Navia

 

Después de tantos años estudiando y facilitando el estudio de la literatura española, constato con sincera tristeza cómo han cambiado los criterios de la asignatura y cómo la riquísima diversidad lingüística y literaria de nuestro país ha acabado alejándose, cuando no desapareciendo, del horizonte de nuestros estudiantes. Me refiero en concreto a la desafortunada desaparición o pérdida de valor de las otras literaturas en el currículum de nuestras diferentes comunidades autónomas, entendiendo por “otras”, evidentemente, las que no se expresan en el idioma cooficial correspondiente, sea el que sea.

Crecí como estudiante en un momento en el que la libertad recién descubierta de un estado que caminaba decidido a la democracia iba ligada a la reivindicación y el reconocimiento de las diferentes lenguas, culturas y literaturas de España. Y en esos años de mi adolescencia estudié en mis libros de literatura española, como quien disfruta un brevísimo aperitivo que hoy ya ni se sirve ni se solicita, los grandes nombres de la literatura catalana, gallega y vasca. Así supe por ejemplo, entre otras cosas valiosas que atesoré y puse en limpio durante mi formación universitaria, lo que para la literatura española significó la publicación, tan próxima en el tiempo, de La pell de brau (1960) de Salvador Espriu, Longa noite de pedra (1962) de Celso Emilio Ferreiro y Harri eta herri (1964) de Gabriel Aresti, algunos de cuyos poemas degusté con unción gracias a la transcripción bilingüe de mis libros de texto.

Como profesor de lengua y literatura española, como profesor de profesores de esta asignatura, y como lector, estudioso e investigador, me pregunto con tristeza por qué ahora muy pocos estudiantes españoles conocen y reconocen a Jacinto Verdaguer, Eugeni D´ Ors, Josep Pla, Castelao, Curros Enríquez, Lertxundi o Aresti, o en su caso reducen el interés inmediato del estudio literario a las literaturas no siempre bien llamadas “nacionales”, también, por supuesto, en perjuicio de la literatura expresada en español; me pregunto con preocupación qué hemos hecho para invertebrar nuestro patrimonio literario, tan fecundo y rico, amparándonos en una visión pretendidamente especializada de lo que nos es más próximo o inmediato en vez de mirar con mayor amplitud y saber ver cuánto hay de íntimamente español en lo que a veces nos empeñamos en percibir como diferente. Y mi única respuesta está en la voluntad de seguir hablando a mis alumnos de Espriu, Celso Emilio y Aresti con la admiración y el afecto que merece la gran literatura española.

 

 

(Este texto fue publicado por primera vez en el blog de Revista UNIR en 2015, y al no estar ya disponible en la publicación original se reproduce ahora en Náufragos en tiempos ágrafos.)

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