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Por Luis Junco

 

El tigre comedor de hombres

Ese misma tarde, mientras está con MacKenzie, un indio viene a avisarles de que en su campo de azúcar, siguiendo el río, un gran tigre comedor de hombres ha atacado a su hijo y ha matado a una mula. El muchacho escapó tirándose al  río. Estos tigres son de la especie del jaguar, pero mucho más grandes.

 

Al día siguiente decide atender la solicitud de ayuda del indio y cazar el tigre. Prodgers se pone en marcha, sin perder detalle de lo que se encuentra en el camino:

 

A unas seis millas de la villa vi unos cuantos pájaros, hermosos, posados en un árbol de algodón salvaje, de una especie que nunca había visto antes. Eran del tamaño de palomas, el cuerpo verde luminoso, con alas moradas, pechos escarlata, cabezas amarillas y picos negros. Fue el único lugar en donde los vi, y a mi vuelta estaban en el mismo lugar.

 

Llegan al lugar en donde vive el indio con su mujer e hijos, y es acompañado al lugar en donde vieron al tigre la última vez.

 

El lugar es uno de los más hermosos que he visto en mi vida. A la izquierda está el poderoso y rápido curso del Tipuani, a la derecha un arroyo, y rodeándolo todo está el bosque y las altas colinas coronadas de verde con valles entremedias. Había palmeras muy altas por todas partes, y grandes árboles verdes en forma de corazón, todos en flor, que destacaban contra el verde oscuro del bosque. Hermosas flores y enredaderas crecían en las riberas del río, y espléndidas mariposas azules de unos 20 cm de envergadura, y loros de colores verdes y amarillos, y verdes y azules, volaban continuamente de un lado al otro del río. En el cielo azul planeaban enormes buitres aguardando la ocasión de caer sobre los huesos de algún animal muerto. Pensé  que qué extraño era saber que este hermosísimo lugar era un foco de malaria, en el que solo los indios podían vivir sin miedo a esta enfermedad mortal.

 

Llegan al lugar en donde el tigre mató a la mula. Parte de las entrañas del animal y todo un flanco habían desaparecido, y tenía la garganta abierta. Le pregunta al indio si la han envenenado (parece que es la costumbre india, para intentar acabar con la fiera), aunque sabe que la mayoría de los tigres, cuando vuelven sobre la presa, detectan de inmediato si ha sido envenenada y buscan nuevas presas. Armado de su rifle y en la compañía de Miguel, Prodgers se esconde cerca de la mula muerta y aguarda el regreso del tigre. Cuatro horas más tarde, sobre las 10 de la noche, aparece el tigre, que de inmediato detecta la presencia humana. Prodgers intenta disparar su Winchester pero el cartucho falla, lo intenta de nuevo y vuelve a fallar. El animal parece a punto de abalanzarse sobre los dos hombres y solo tienen un machete para defenderse. Pero, tranquilamente y silenciosamente, el animal se vuelve al bosque. Les cae un aguacero que hace subir el nivel del arroyo a los pocos minutos. Están mojados hasta los huesos. Prodgers se desnuda por completo, hacen un fuego y se seca al calor de la lumbre. Miguel no lo hace y a los pocos días padeció de las fiebres. Prodgers sigue sano.

Al día siguiente hace intento de cazar y aguarda en solitario muchas horas. Durante todo ese tiempo es testigo de la llegada al lugar de muchos animales salvajes, pero el tigre no vuelve a aparecer. Las descripciones de esos animales que se acercan al lugar son espléndidas.

 

A la vuelta, acompaña a MacKenzie en su batea en busca de oro, y dice que consiguen cosechar casi 100 gramos en poco tiempo.

 

Entretanto los indios de Challana no han dado señales y los indígenasa de la zona se niegan a acompañar a Prodgers, conocedores de la hostilidad de los de Challana. Tanto Naboa como MacKenzie le aconsejan no continuar el viaje. Pero él no está dispuesto a desistir. Confía en que cuando llegue al gran río Challana habrá gente de Villarde que le permitirán el paso.

 

1 Comment

  1. Emilio dice:

    Esta parte me recuerda un poco las fabulosas narraciones del gran Jim Corbett a la caza de los tigres devoradores de hombres en la India (y las de Kenneth Anderson).

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