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Por Luis Junco

Paroma

Prodgers sabe que ha llegado al final del viaje. Y también es consciente de que puede haber llegado al final de su existencia. Muchos de los principales de Paroma ya le habían condenado y no le dejarían salir con vida. Pero mantiene la serenidad, la confianza y el ánimo suficientes para describir en su diario el poblado:

Está situado en la cima de una verde colina, con un río que la atraviesa, y las casas y chozas diseminadas por todas partes. Grandes árboles crecen en solitario o en pequeños grupos de ocho o diez haciendo que el conjunto resulte muy hermoso. La vista es espléndida, y la visión puede extenderse a muchas millas a la redonda. Lo primero que llama la atención era un cobertizo largo y elevado, construido sobre pilares de madera y techado con grandes ramas de palmeras. Era el Palacio de Justicia, y muy cerca de ella podía verse una pequeña y hermosa iglesia. 

Le llevan a la casa de Villarde y tiene con él una larga charla. Éste le confirma que muchos hombres de Challana han difundido la idea de que en realidad viene como espía del gobierno de La Paz, con la misión de llevar información sobre el paso el Río Challana, el número de indios que guardan las entradas, las armas que tienen, la munición que poseen, y que a su vuelta con esa información regresaría con un destacamento de 200 hombres armados a las órdenes del capitán Cusiquanqui, con artillería y mulas. El Cacique Mamani había permitido su paso y ahora había convocado a 300 hombres entre los principales de la zona para escucharle y tomar una decisión. Villarde le dice que tiene que probar que ese rumor es falso. Que aunque él (Villarde) y otros están convencidos de ello, muchos más estaban convencidos de lo contrario y dispuestos a condenarlo sin siquiera escuchar sus explicaciones. Después de conversar hasta la medianoche, llegaron a la conclusión de que el rumor había sido difundido por mercaderes de caucho que especulaban con su venta en La Paz. El acuerdo del Cacique con la Compañía supondría el fin de esta especulación. 

Al día siguiente, tras el acostumbrado baño matinal en un arroyo cerca de la casa de Villarde, Prodgers se presenta en el Palacio de Justicia. 

El Palacio de Justicia era un cobertizo largo, con troncos de árboles colocados en círculo como asientos, y una plataforma elevada también de troncos de madera en un lado en donde se sentaba el viejo Cacique Mamani. Villarde se sentaba a un lado, y al otro, otro hombre que se llamaba Portugol; además estaban otros lugartenientes de Villarde, los dos Fernández, y otros dos cuyos nombres he olvidado, y un anciano llamado Jones que me dijo que había permanecido en Challana por cuarenta y dos años y que hasta había olvidado su propia lengua; nunca me explicó por qué había venido a este lugar ni por qué había permanecido en él durante tanto tiempo, y desde luego nunca se lo pregunté.

En el lugar estaban congregados trescientos indios; treinta hombres armados merodeaban en el interior y otros tantos guardaban el exterior. 

Esta primera reunión dura hasta las cinco de la tarde y continuó al día siguiente a las ocho. Se hicieron y contestaron muchas preguntas; los indios discutían e interpelaban a Prodgers en su propia lengua, que Villarde le traducía al español. Él contestaba de la misma forma y Villarde volvía a traducir a su lengua.

Al día siguiente, durante las discusiones, Portugol le dice a Villarde en español: “¿Qué vamos a hacer, don Lorenzo? No vamos a poder contenerlos durante mucho más tiempo”, lo que parecía indicar que muchos de los indios querían condenarlo sin más dilaciones. Villarde entonces decide que es el momento de que Prodgers se levante y les hable directamente. Él les traduciría lo que fuera diciendo. Además, había medio centenar de indios que entendían el español.

Durante más de dos horas Prodgers se dirige en español a la Asamblea. Les habla tratando de convencerlos de sus buenas intenciones y de que nada tiene que ver con el rumor de que sea un espía del gobierno. Tuvo que haberlo hecho con enorme energía y convicción, pues cuando acabó el Cacique se levantó y le abrazó emocionado. Delante de todos alabó su valentía, le mostró su respeto y declaró que era bienvenido, que los indios de Challana estaban dispuestos a escuchar lo que tenía que decir en nombre de la Compañía que le enviaba. 

Prodgers había cumplido la misión. Y había salvado la vida. 

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