Novela editada por primera vez en 1949, por Emecé, Argentina, y posteriormente, en 2002, reimpresa para la colección Emecé, cruz del sur, de España.
El doctor Humberto Huberman, médico homeópata y humanista, se propone pasar una temporada en un balneario y hotel de la apartada localidad de Bosque del Mar. Allí piensa llevar a cabo un postergado proyecto: adaptar para el cine y para la época actual y al escenario argentino el Satyricón de Cayo Petronio, del que es entusiasta. Pero allí, a la vista del mar y rodeado de médanos, fracasan sus propósitos, pues durante una tempestad de arena que dura cuatro días y que mantiene a los huéspedes del hotel aislados, se ve envuelto en la trama de un crimen de cuyas consecuencias e intento de dilucidación no puede escaparse.
La puesta en escena y hasta la aparente conclusión remedan a las mejores novelas de Agatha Christie y Simenon, pero ahí se acaban los parecidos. Porque toda la novela está transida por una elegancia, ironía y sensibilidad que marcan el sello inconfundible de estos dos genios de la literatura.
El doctor Huberman, que lleva la voz cantante, está acompañado en la trama por dos hermanas, Mary y Emilia, ésta melómana y aquélla traductora de novelas policiacas; Atwell, novio de Emilia e inspector de la Capital Federal; el doctor Cornejo, conocedor del mar y de la meteorología; Andrea y Esteban, parientes del doctor Huberman y dueños del hotel; el niño Miguel, extraño e introvertido, sobrino de los propietarios del hotel; una anciana dactilógrafa y que parece obsesionada con matar moscas; el comisario Ricardo Aubry, sagaz investigador y aficionado a la lectura de Víctor Hugo; Cecilio Montes, médico de la policía que parece estar ebrio desde su llegada; el doctor Manning, discreto y dedicado a resolver solitarios.
Al tiempo que comienza la tormenta, se produce una muerte -¿asesinato? ¿suicidio?- y como ocurre en las novelas al uso la acción transcurre entre sospechas y sospechosos, descubrimientos y descubridores, hasta la secuencia que recuerda a Maigret o a Poirot rodeados de todos los protagonistas en una sala y aventurando sus deducciones. Pero el desenlace está más allá de la lógica, en una realidad que siempre supera a la imaginación. Como desde las páginas del Satyricón le dice el propio Cayo Petronio al doctor Huberman:
Creo que nuestros muchachos son tan tontos porque en las escuelas no les hablan de las cosas reales, sino de piratas emboscados, con cadenas, en la ribera…
Muchas son las imágenes poéticas memorables en la narración. De todas ellas, elegimos ésta. Comparando con el beso helado que la muerte deposita en los labios de un niño dormido en un cuadro de Alonso Cano: En la soledad central de ese cuarto, en el corazón del silencio y de la quietud de la casa enterrada en la arena, vio en la vacilante luz de los cirios, que parecía proyectar la sombra de un follaje invisible, al niño Miguel besar en los labios a la muerta.
En resumen, una novela que satisfará a los aficionados al género policiaco y dejará en los labios de los exigentes degustadores ese inconfundible sabor que siempre deja la buena literatura.