Por Emilio Gavilanes
Fernando Molero Campos (Fernán Núñez, Córdoba, 1965) es un experimentado escritor de relatos. La relación de premios que lo demuestran es abrumadora. Ahora ha agavillado en un libro un puñado de ellos, unos inéditos y otros premiados, con una característica común: en todos está presente el mar (aunque en uno de ellos, “El náufrago en su isla”, uno de mis preferidos, el escenario líquido que aparece es un río, un aprendiz de mar). El libro se titula Donde termina el mar, lo acaba de editar La Discreta y se compone de once relatos.
Dice Manuel Moyano en el texto de la contracubierta que “los relatos de este libro beben directamente del mar, de su poder de evocación, del enigma que encierran las profundidades abisales, de su efecto sobre nuestra imaginación. No en vano, Fernando Molero alude en él a los escritores que desde el siglo XVIII han venido conformando la imagen que tenemos del mar: Daniel Defoe, Julio Verne, Emilio Salgari, Robert Louis Stevenson, Joseph Conrad y, por descontado, Herman Melville”. Podríamos añadir el nombre de J. M. Barrie, en cuyo Peter Pan, que también nombra Molero, está asimismo muy presente el mar. Pero además las historias que cuenta Molero son las que ha imaginado alguien que ha leído también a Kafka, a Freud, a Darwin, autores a los que asimismo se alude explícitamente en algunos relatos.
Aunque lo parezcan, no son narraciones tradicionales. Por ejemplo, en “Terranova” somos testigos de cómo un muchacho enfermizo, que pasa mucho tiempo en la cama, se va fortaleciendo física y mentalmente a medida que se hace mayor, hasta que llega un momento en que abandona la cama hecho un mozancón dispuesto a comerse el mundo. Parece que el relato va a ser una historia de superación, la historia de la redención de un niño enfermizo. Pero no. Cuando el muchacho comienza a hacer una vida normal, su padre le regala un perro, Terranova, que será una mascota de la que no querrá separarse y que recuerda a algunos perros que pueblan los cuentos de Jack London. El padre del chico va quedando incapacitado para el trabajo por la edad y el hijo ocupa su lugar. Embarca en un pesquero. Hacia la mitad del relato aparece Manuela, una joven con la que el chico ya se ve viviendo de viejo, retirado de la pesca. El lector se imagina que va a ser un nuevo polo de atención. Y de pronto la historia de este joven, que es lo que hasta ahora parece el cuento, se viene abajo. El barco, y con él toda la tripulación, se va a pique en una tempestad. Solo sobrevive el perro al naufragio, encaramado a un tablón. Entonces el relato se transforma en la historia del perro. Esto me recuerda algunas novelas de Baroja, en las que el narrador sigue las peripecias de un personaje, que de repente desaparece de la novela y empezamos a seguir las andanzas de otro que pasaba por allí y que inesperadamente es el nuevo protagonista. Un barco rescata al perro, le ponen otro nombre y el narrador sospecha, por su comportamiento, que recuerda a su antiguo amo (un narrador que siembra su relato de ecos literarios, pues en algún momento se refiere al perro como un “testigo mudo”, título de una conocida novela de Agatha Christie, y en algún otro alude al “espejo del mar”, título de otro libro de Conrad). El barco, después de años de navegación por todos los mares, sufre una avería y el azar lo lleva a buscar reparación en el puerto del que partió el muchacho del comienzo. El perro, a medida que se acercan al puerto no deja de ladrar. Y en cuando se acercan al muelle, salta a tierra y echa a correr en busca de la casa de su antiguo amo. Allí reconoce al padre y a la madre y ladra sin parar llamando al muchacho. Los padres, en los que ahora se detiene la narración (ahora son ellos el centro de atención) lo llevan al cementerio. Cuando llegan a la tumba, en la que no están los restos del hijo, pues nunca se rescataron, el perro lame la foto del muchacho que hay sobre la lápida y no quiere separarse de ella. Y ahí se cierra la historia. No es un relato canónico, pues ya digo que no sigue las convenciones del género. Tampoco es una historia marinera típica. Este relato, como otros del libro (pienso en “Un hombre en fuga”, también atípico, en el que se mezclan tres historias, que el narrador va alternando de manera diestra y equilibrada, o en “Los desheredados de San Lázaro”), tiene, a pesar de su brevedad, la complejidad de una novela.
Pero por encima de la peripecia, lo que queda de todos los relatos del libro es lo emotivos que resultan. Incluso en los momentos más sencillos, con situaciones más convencionales (pues toda narración pasa obligatoriamente por momentos convencionales, al tratar los temas de siempre de la literatura: el amor, la muerte, la memoria…), Molero consigue llegar al corazón, alcanzar esa cosa tan difícil en literatura que es transmitir emociones. Y eso es porque, aunque a menudo se advierte el gusto por narrar del autor, el gusto por el artificio que supone armar una narración, están escritas con mucha seguridad, sin dudar en la adjetivación, que siempre da en el clavo, eligiendo con acierto cada palabra.
Como corresponde a las buenas narraciones marineras, en estos relatos hay mucha acción, pero muchos personajes tienen un mundo interior más turbulento que el propio mar. Quizá el mejor ejemplo es “Allí donde termina el mar”, en el que asistimos a cómo el sentimiento de culpa es capaz de poner en pie un complejo mundo alternativo con más presencia que el mundo real.
El libro está lleno de detalles poéticos, que a veces se disfrazan de elementos fantásticos. Por ejemplo, en “La soñadora de náufragos”, un hombre conoce en un bar a una mujer que le dice que él y todos los que están en el bar son sueños de ella y se lo demuestra diciéndole lo que cada uno está a punto de hacer, algo que efectivamente se cumple. Y en “En el vientre de la ballena”, una actualización del mito de Jonás, un hombre sale del interior de una ballena con toda naturalidad. Quizá mi preferido aparece en el ya mencionado “Los desheredados de San Lázaro”, un relato en el que un personaje femenino hace creer a un náufrago con amnesia que es un hombre al que ella lleva tiempo esperando. Y a partir del momento en que ella enloquece y comienza a rechazarlo, él le escribe las cartas que piensa que le habría escrito aquel hombre al que ella esperaba. La renuncia a la propia identidad como sacrificio máximo.
Donde termina el mar es un libro con muchas joyas de ese género tan difícil, tan exigente que es el relato.
(El libro será presentado el próximo día 20 de junio, en la Biblioteca Pública de Córdoba -Avda de América, s/n- a las 19 h. Puede adquirirse en librerías o en la propia editorial La Discreta, que lo cursa en pocos días sin gastos de envío, en el enlace: https://www.ladiscreta.com/producto/donde-termina-el-mar/)