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Notas de lectura de Aventuras en Bolivia, de C. H. Prodgers (1)

Por Luis Junco

 

(Adventures in Bolivia, de C. H. Prodgers, es uno de los mejores libros de viaje que he leído. Editado en Londres en 1922, no encuentro ninguna versión española del libro, por lo que deduzco que por el momento no hay traducción a nuestra lengua. Es por ello por lo que, al tiempo que animo a leer el original a toda persona que pueda hacerlo, decido publicar en el blog estas amplias notas y comentarios que iba tomando al hilo de la lectura.)

 

  

En julio de 1903, fui encargado por la Compañía del caucho de Challana y Tongo para ir y averiguar las condiciones en las que los indios de Challana cosecharían caucho para ellos. En aquellos tiempos era bien sabido que desde 1845 ningún hombre blanco había llegado a Paroma, su capital, y regresado a salvo (…) La última expedición enviada al interior por la Compañía había resultado en un completo fracaso. De los tres hombres blancos que dirigían la expedición, dos habían sido asesinados por los indios; al director de la expedición, Filippo Barbari, italiano, le habían cortado las manos y los pies y lo habían arrojado al río, y a Rodríguez, encargado del avituallamiento, le habían cortado la cabeza. El tercero, Donovan, consiguió escapar, escondiéndose durante el día y siguiendo el curso del río por la noche, hasta salir del territorio indio y regresar para contarnos lo que había sucedido.

 

Así comienza este apasionante relato, que pareciera un libro de fantásticas aventuras si no supiéramos que es la narración exacta y pormenorizada de lo que vivió su autor. Cecil Herbert Prodgers procedía de una familia de origen galés, acaudalada y culta, que fue educado en Eton y que muy joven decidió unir su vida a la aventura. Con diecinueve años se fue a África del Sur, en donde se dedicó a la explotación agrícola y a la búsqueda de diamantes, y participó en la guerra de los Boers; de allí se marchó a América del Sur. Cuando la Compañía del caucho le hizo aquella peligrosa proposición tenía cuarenta años y se dedicaba al cuidado y entrenamiento de caballos de carrera en Chile. No dudó ni un minuto en aceptar la propuesta.   

 

Había varias razones para aceptar la propuesta. En primer lugar, yo estaba ansioso por conocer el Lago Titicaca, el lago navegable de mayor altitud del mundo, y tenía muchas ganas de acercarme al Pico de Sorata, una de las montañas más elevadas (6500 m). Además estaba el reto de la larga e interesante marcha a través del bosque tropical hasta Paroma, la capital de Challana, y regresar, algo que ningún hombre blanco había conseguido desde 1845. Y por último, algo nada despreciable, estaban las diez mil libras que me ofrecían.

 

Como escribe R. B. Cunningham Graham en el Prólogo –otro de los atractivos del libro– C. H. Prodgers “estaba un poco grueso para la virtud de la actividad”. Él mismo lo confiesa:

Mi siguiente preocupación tenía que ver con mi peso, que era de 120 kilos, y pensé que lo mejor era reducirlo antes de emprender la larga marcha sobre las crestas de los Andes.

Y se pasa un mes en los famosos baños de Jura (a 2700 m. de altitud), ya utilizados por los incas, consiguiendo bajar su peso 15 kilos. Después se va a La Paz para preparar la expedición. Prodgers era un hombre meticuloso y antes de partir se documenta todo lo que puede sobre los indios de Challana y las fracasadas expediciones anteriores. Conoce que dos oficiales del ejército boliviano enviados contra los indígenas –el capitán Villarde y un tal Sánchez– habían desertado, habían aprovisionado de armas a los indios y se habían convertido en sus consejeros militares. Sánchez había sido capturado por las fuerzas gubernamentales, encarcelado y posteriormente liberado. Vivía en La Paz y Prodgers consiguió entrevistarse con él. Le prometió comunicarse con los indios y darles cuenta de las intenciones pacíficas de la expedición de Prodgers. A éste también le aconseja entrevistarse con la hermana de Villarde, que vive en Sorata, camino de Challana.

 

Compra una mula fuerte que pueda aguantar su humanidad, alquila otras dos, contrata dos indios para llevar la carga y parte en compañía de Miguel Cadez, su hombre de confianza. No olvida llevar una buena provisión de hojas de coca. “Sin ellas, ningún indio boliviano comenzaría un viaje tan largo.”

 

Y comienza la descripción de un viaje emocionante que Prodgers narra con todo detalle, gracias a un diario que escribe cada día, y que como dice C. Graham en el Prólogo está “escrito en el lenguaje que hablan los hombres reunidos en torno a un fuego de campamento, con los rifles a mano, con las orejas atentas al más leve rumor que provenga de la hierba y los ojos siempre vigilante sobre los caballos que pastan en la cercanía…”

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