Por Luis Junco
Mientras al paso acompasado de la mula cabalgaba sobre las altas planicies, en la mejor atmósfera del mundo, con el cielo azul sobre mi cabeza, detrás la magnífica vista de las montañas piramidales de Yllimani y delante los arrogantes picos de Sorata y del Ylliapo (6.400 m), con el inmenso mar interior del Titicaca a mis pies, pensé que no había nada más maravilloso.
El camino de Sorata lo hace despacio –“según mi costumbre, para no cansar ni a los hombres ni a los animales” –. Como es igualmente su costumbre levantarse al amanecer y darse un baño en la poza, naciente, río, lago que esté a su alcance, independientemente del frío que haya. Su teoría es que a estas altitudes, este hábito es esencial para mantenerse saludable y evitar las fiebres, siempre y cuando luego se seque al sol y se vista con ropas limpias y secas. Y mientras así viaja y se tropieza con rebaños de llamas conducidos por indios, nos da interesantes datos sobre las costumbres indígenas: su vida familiar, lo que cultivan y pescan, las célebres ferias de ganado (llamas, alpacas, ovejas, caballos) que cada año tiene lugar junto al lago Titicaca, en la frontera de Perú con Bolivia.
Al llegar a Sorata le llega el rumor de que mercaderes de La Paz que han estado comerciando clandestinamente con los indios de Challana, ante el peligro que supone para su actividad la misión diplomática de Prodgers, han difundido la falsa noticia de que éste en realidad es un espía gubernamental que viene a obtener información sobre las fuerzas rebeldes y los accesos a Paroma. Si consigue llegar allí, los indios no le dejarán salir con vida. Más que nunca ve necesaria la entrevista con la hermana del capitán rebelde Villarde, como le había recomendado Sánchez en la capital boliviana, y logra verse con ella en Sorata. Debió de ser una reunión memorable, entre dos personas de fuerte carácter y sinceridad, que duró más de dos horas y en la que por lo que parece prevaleció la franqueza y el amable trato de Prodgers. La señora Villaviciosa le prometió hacer todo lo posible por hacer llegar a su hermano las buenas intenciones del inglés con aquella expedición.
Prodgers reemprende la marcha al día siguiente de la Navidad y de los dos posibles pasos para atravesar las montañas elige el camino más difícil, por el que solo puede marcharse en fila india. Lo hace, como él nos dice, por dos razones: primero porque es el más cercano al pico de Sorata, a casi 7 mil de altitud, y segundo, porque el camino lleva a un pequeño lago en el que, según la tradición, y los indios lo creen firmemente, fue arrojado la mayor parte del tesoro de los incas después de que Pizarro asesinara a Atahualpa. (Se dice que una de las mejores piezas de aquel tesoro, la gran cadena con eslabones oro que pesaba cada uno más de un kilo y que había formado parte del rescate de Atahualpa, había sido arrojada a otro lago, el Titicaca, cerca de la sagrada isla de Tia Guanaco.) Mientras pasa por aquel pequeño lago en las proximidades del pico de Sorata, Prodgers nos cuenta que hacía dos años una Compañía había propuesto al Gobierno el drenaje del lago y el reparto de lo que se encontrara en su fondo, pero que la proposición nunca se llevó a cabo “porque habría podido provocar el alzamiento de todos los Indios de América, desde Méjico hasta las Tierras del Fuego, y podría haber causado la mayor masacre nunca vista.”
Nieve, ventisca, un paso tan estrecho en la montaña que obliga ir a pie y con extremo cuidado. Solo se ven cóndores en el cielo. Un indio anciano le previene con seguir adelante, no solo por lo peligroso del camino, sino por la amenaza de los indios de Challana. No le dejarán pasar el río Toro.