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La ecuación de Dios y otras lecturas del estío
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(Nota: este texto recoge las ideas expuestas por el autor en su intervención en la mesa redonda “Poéticas y tecnologías” celebrada el 22 de abril de 2021 en la Universidad Internacional de La Rioja con motivo del Día Digital del Libro)

Empecemos por constatar un hecho: la poesía ha encontrado en Internet un magnífico aliado. Permite el acceso inmediato a búsquedas relacionadas con autores consagrados, facilita la difusión de actividades de todo tipo a través de las redes sociales (recitales, presentaciones, premios literarios) y ofrece la interesante posibilidad de asistir en tiempo real a esas actividades a través de las plataformas más comunes. Más aún: en estos tiempos de pandemia, la creación poética (los textos poéticos propiamente dichos) y las diferentes formas de su recreación (recitales, performances, versiones musicales…) han sido posibles en buena medida gracias a estos medios.
Por otra parte, el medio digital posibilita la difusión de las obras de los autores del momento, y decir “del momento” implica apelar al encuentro intergeneracional que preside la creación poética, es decir, los y las poetas que están creando y difundiendo su creación precisamente ahora independientemente de su edad. Además, es un valioso instrumento para dar a conocer la poesía emergente que tiene que ver, ahora sí, con los nuevos creadores.
A la vista del hecho constatado, puede afirmarse que la creación poética en general y la compartida en Internet en particular gozan de bastante buena salud, y ello a pesar de su proverbial condición de genero minoritario en eso que muy bien podríamos denominar el horizonte de expectativas del lector.
Sentadas las premisas anteriores, cabría preguntarse qué es lo que debería (o al menos podría) tener en cuenta quien siga de cerca la presencia de la creación y la recreación poética en Internet. Me voy a centrar en dos consideraciones, la primera de las cuales se entiende mejor parafraseando a Machado cuando, en su conocido autorretrato poético, se propone distinguir las voces de los ecos. Me refiero, primero, a la presencia de cierto “ruido” poético en términos tanto cualitativos como cuantitativos (ruido que dificulta la posibilidad de acceder a todo y degustarlo o digerirlo debidamente en sus singularidades) y después a que el conjunto ofrece una calidad muy desigual, porque en este espacio convergen autores de primer nivel que comparten su creación y un conjunto nada desdeñable de poetas voluntaristas, en todo caso muy respetables y por supuesto necesarios (suponiendo que los poetas seamos necesarios), que quizá no acaban de elaborar de forma suficiente sus creaciones. Por lo que respecta a la forma, muchos de estos poetas hacen consistir la extrañeza (connatural a la función poética del lenguaje) que deben suscitar sus textos en combinar de forma extraña palabras extrañas, actitud que atenta contra la inteligibilidad y le resta emoción al texto, y por lo que respecta al contenido porque, con todo respeto y con el mayor afecto, hay algunos creadores que parecen empeñarse tenazmente en confundir la poesía con la autoayuda.
La segunda consideración presta atención especial a los autores más jóvenes, a quienes me permito, en voz muy baja, brindar algunos consejos que tienen todo el derecho del mundo a desestimar, porque soy perfectamente consciente de que no soy nadie para brindárselos. Hablo de dos en particular: el primero, que no se aparten de la necesaria humildad (que no siempre es muy común, por cierto, en los autores consagrados). Me harto de decir que los poetas somos insignificantes; otra cosa es que podamos ser significativos, y no es lo mismo. El segundo, y en relación con lo anterior, que renuncien a la fácil tentación de sublimar la pretendida fuerza disruptiva de sus aportaciones, y esto implica valorar debidamente la poesía en su conjunto y en su evolución, porque todo poeta es hijo de una tradición, bien la asuma o bien la supere, y aceptar (y vuelvo a la humildad) que la renovación poética es un ejercicio que ya se ha hecho en diferentes momentos, sin perjuicio de que uno pueda aspirar a una voz propia, faltaría más. El resto es oficio, perseverancia y trabajo, imprescindibles para darles forma a los impulsos de la inspiración, nunca suficiente. Ya lo decía García Lorca: “si es verdad que soy poeta por la gracia de Dios, o del demonio, también lo es que lo soy por la gracia de la técnica y del esfuerzo”.