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Por Eduardo Sanz Iglesias

La primera vez que hice pan tenía dos años. Era amigo del nieto del panadero. Nos quería mucho y nos enseñó más. En plan jocoso nos llamaba Zipi y Zape. Mi madre ya sabía de todo esto e invitaba a mi amigo Jesús todas las tardes a merendar. El día que tocaba membrillo con chocolate era una locura. Y bajábamos a celebrarlo jugando con todos los animales que habitaban cuadras y corrales: conejos, cerdos, gallinas, corderos, cabras, burros, mulas, tortugas, palomas; y hasta un ternero tuvimos una vez.

Por no hablar de los cangrejos,  caracoles, ratas de agua y hasta perdices que cogía mi padre de vez en cuando. 

Pero su máxima habilidad era la de cazar a lazo las liebres. Un día cogió siete en un par de horas. Y al entrar al pueblo me pasó dos para que me las colgará de la cintura. Henchido por tal regalo y como si se tratara de un trofeo le sonreí mientras miraba ufano y altivo a todo vecino con el que nos cruzábamos. 

Además de cazador furtivo, era el matarife del pueblo en época de matanza. Salía al amanecer con el gancho, los diferentes cuchillos y el caldero de zinc y llegaba después de comer. Se sacaba un extra para poder sobrevivir a las penurias de la agricultura. 

Un día, el primero y único durante la EGB, me permitió hacer pellas o novillos como se decía en la comarca de Aranda de Duero. A los 6 años fui ungido por la Real Orden de Los Jotillas (apodo de la familia) como ayudante de matarife matancero.

1 de febrero de 1968, cuatro días antes de mi cumpleaños y tres meses antes de las protestas estudiantiles en París, mis ojos atónitos descubrieron la anatomía porcina en el laboratorio de la calle. Mi padre me iba explicando uno a uno todos y cada uno de los pasos a seguir hasta subirlo al banco de madera. Sus lamentos y chillidos eran estruendosos. Y además se multiplicaban por la reverberación del portal de la casa en cuestión. Era difícil mantener la presión sobre los lomos con semejantes gruñidos o guarridos que se dice por allí. Cuando mi padre tenía sujeto con el gancho a la garganta del cerdo, se giraba y metía la otra abertura en su pantorrilla. Entonces es cuando yo me movía de la trasera del banco a la zona del hocico del animal esperando que mi padre hundiera el cuchillo en la garganta para recoger en el caldero toda la sangre que brotaba. Aquí era el sonido agónico del animal más insoportable. Y apareció mi amigo Jesús que le había echado el maestro. Le indiqué que cogiera el palo y moviera la sangre para que esta no se cortara y se nos estropearan las morcillas.

No pasaban ni cinco minutos en que el puerco diera sus últimos estertores. Y entre todos lo sacábamos a la calle para tostarle la piel prendiéndole fuego. Una vez apagado el fuego se rascaba con una teja para eliminar todo tipo de vellosidades. Se le limpiaba con una manguera o a base de cubos de agua y se le volvía a meter al portal colgándolo de las partes traseras, pasando la soga por un agujero cercano al ano. Aquí los niños nos aprovechábamos y cortábamos el rabo. Lo compartíamos chupándolo como si fuera regaliz. Estaba buenísimo. 

Mientras, al animal se le abría desde la soga a la garganta y se dejaban caer las vísceras a un barreño o balde metálico, poniendo unos mimbres  a lo ancho para que permaneciera completamente abierto el cerdo.

De las vísceras se seleccionaban el riñón, corazón e hígado para que los analizase el veterinario y poder proseguir con el resto de las labores que duraban tres y hasta cuatro días: morcillas, chicharrones, tocinos y pancetas, chorizos, lomos, jamones y demás. Hasta la cara del cerdo se asaba a la parrilla. Por cierto, delicioso plato que acompañaban con un vino clarete a porrón.  Cuando se descuidaban los mayores nos echábamos un pequeño trago.

La primera vez que vi una excavadora tenía 8 años. La conducía mi primo. Fue en las obras del cambio del frontón del lateral de la iglesia al patio de las escuelas. El Ayuntamiento la compró en propiedad para facilitar el transporte del cerdo en la matanza.

Jesús y yo seguíamos de juegos y chanzas a veces en casa de sus abuelos, otras en la panadería y la mayoría de veces en mi casa. Una vez vino mi madre con un zipi y zape de hojaldre que le había regalado el panadero.

Con las obras del frontón teníamos en frente un auténtico arsenal de piedras, guijarros, cantos y cascotes. Mientras las niñas jugaban a la comba o a la goma nosotros hacíamos auténticas batallas campales. Una tarde un tal Goyito me tenía harto y con la zurda cogí un canto y apunté a su cabeza. El muy cabrón se agachó y la piedra dio en la sien de mi amigo Jesús. 

No me dejaron ir al entierro.  Su abuelo,  el panadero,  murió a los tres meses. La panadería se cerró y desde entonces no hay obrador de pan en mi pueblo y lo traen del pueblo de al lado. 

No hay noche que no me acuerde de Zipi.

16 Comments

  1. Helena dice:

    Bonito relato, regado de detalles y descripciones que nos transportan en el tiempo. Que cosas se hacían y nos parecían de lo más normal

  2. Violeta dice:

    Relato breve en el cual el lector se imagina lo que están haciendo en ese momento los personajes e intuyen lo que harán.
    Deseando leer tu próximo relato.
    Felicidades Eduardo.

  3. Lourdes dice:

    He disfrutado mucho la lectura….me ha hecho rememorar con nostalgia esa tradición, ya perdida, que yo también viví de pequeña y que esperaba cada año con ilusión: los olores, los platos matanceros, esa camaradería de familiares y vecinos (hoy también ya perdida)….Recuerdos imborrables. Gracias, Eduardo.

  4. Vicente dice:

    Estupendo minicuento en el que destaca la descripción de la matanza, minuciosa, llena de detalles. Página de un mundo prácticamente desaparecido y del que van quedando pocos testigos. Enhorabuena.

  5. Pilar Calzada dice:

    Me ha transportado a mi infancia, muchas veces he visto al matarife de mi pueblo.
    Los que tenemos pueblo sabemos mucho de todo esto..
    Me encanta Eduardo!!
    Enhorabuena

  6. german rodriguez somolinos dice:

    Me ha encantado, Eduardo. ¡Qué final! Abrupto y duro, me ha cambiado el paso totalmente. Espero que sea ficción, un abrazo.

    • Eduardo dice:

      Muchas gracias
      Efectivamente es ficción con un toque autobiográfico

      • Eduardo dice:

        Muchas gracias
        Efectivamente es ficción con un toque autobiográfico

      • Espe dice:

        Muy bien descrita la vida de un pueblo de Castilla y León, sobre todo la matanza del cerdo. Enhorabuena por tu habilidad de describir los hechos tan bien que parece que lo estás viviendo.

        Fíjate qué casualidad que yo soy también de la zona, un pueblecito a 25 kms de Aranda de Duero, dónde por cierto, le han sembrado de viñedos y bodegas en los últimos años.

        A lo que iba, en mi casa se hacía matanza, en el corral, 3 cerdos se mataban, Eduardo has descrito la matanza tal cómo la recordaba, no se te ha olvidado ningún detalle. Mi casa se convertía en un matadero, en la bañera dejaban el vientre del cerdo, en el salón plantaban el banco de hacer chorizos, y todo el día haciendo chorizos, de comer y el de botageña, que se utilizaba para el cocido. Esto si me gustaba hacerlo, poner la tripa del cerdo en la boquilla de la picadora, dar a la manivela y llenar la tripa, que según se llenaba se iba enroscado y se iba formando la sarta de chorizo, y luego, por supuesto, con una aguja de punto, pinchabas la tripa para que se curara bien el horizo, después al desván a colgarlos en un palo que había de pared a pared. Esto y comer la matanza es lo que me gustaba, la parte de matar el cerdo la odio, después de haberle visto matar una vez me quedaba en la cama, metida la cabeza entre las sábanas para no oírle, pero seguía oyéndole. Creo que la primera vez que ví matar al cerdo debía de ser pequeñita. Ahora a nuestros hijos les llevaríamos a otro lugar para que no lo vieran. Cuánto ha cambiado todo.

  7. Cristina dice:

    La descripción es tan vívida que por eso nunca fui a ninguna matanza por muy festiva que pareciera. El final… qué inesperado. Bonito relato.

  8. Cristina dice:

    La descripción es tan vívida que por eso nunca fui a ninguna matanza por muy festiva que pareciera. El final… qué inesperado. Bonito relato.

  9. Carlos dice:

    Qué interesante relato, con tantas vivencias del pasado y con ese inesperado final. Enhorabuena Eduardo!!!

  10. Bego dice:

    Para mí era traumática la matanza, pero desde entonces me huelo los dedos cuando como chorizo. Me gusta como escribes, frases cortas, mucha fuerza, palabras hermosas y sin subjuntivos. Y el giro del final, sorprendente.
    Por favor, si en un relato nos conmueves tanto, escribe una novela para los que te admiramos.

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