Por Luis Junco

En la línea que defienden Stuart Kauffman y Howard Bloom, y que comentamos en las últimas entradas de este blog, descubro con sorpresa y mucho agrado que se anuncia la próxima aparición en español de The Romance of reality, de Bobby Azarian. (Y digo sorpresa y agrado porque es raro y muchas veces incomprensible que autores y asuntos tan interesantes como los que a veces comento en estas páginas no tengan eco en el mercado editorial de nuestro país). 

Bobby Azarian es un neurocientífico norteamericano y un magnífico comunicador de asuntos punteros de relevancia científica. Este libro, que saldrá en español bajo el título El romance de la realidad, fue publicado hace más de dos años y tuvo un gran repercusión. Yo lo leí el pasado año, en su versión original, y me resultó enormemente didáctico, entusiasta en la defensa de las ideas principiales y muy creativo en la manera de exponerlas. Sin duda alguna lo recomiendo. 

Veamos algunos párrafos que puedan dar una idea más clara de lo que podemos encontrar en él. (En cursivas, texto traducido del original).

Contra la opinión reduccionista, que defiende que todas las formas de vida, incluida la humana, no son más que una colección de átomos que están obligados y determinados por leyes fijas y matemáticas, hay un nuevo paradigma que nos llevará a una conclusión muy distinta y que transformará de manera radical la forma que tenemos de pensar el universo y nuestro papel en él. En particular, se descubrirá que eso que llamamos vida, conciencia e inteligencia adquieren un significado cósmico profundo. 

Y esto se mostrará a través de una nueva disciplina científica, conocida como “ciencia de la complejidad”: la unificación de las mayores ramas científicas del momento, que incluyen física, biología, neurociencia, ciencia de la computación, teoría de la evolución y estadística. 

Uno de los resultados de esta nueva disciplina ha sido explicar, tanto de manera teórica como experimental, cómo emergen y evolucionan los denominados “sistemas naturales dinámicos”. Bajo este concepto general se considera cualquier sistema -físico, químico, biológico, cognitivo, social o tecnológico- formado por un conjunto de componentes que interactúan para producir una variedad de funciones. La ciencia de la complejidad estudia sistemas dinámicos de todas las escalas, desde lo más pequeño a lo más grande, incluyendo el mayor sistema dinámico de todos, el propio universo. 

(…)

Este tipo de sistemas dinámicos tienen la particularidad de ser capaces de adaptarse a los cambios de su entorno, por lo que también se les llama sistemas complejos adaptables. Podemos por ejemplo pensar en la vida como una forma de complejidad adaptable, distinguiéndola de otras formas de complejidad no adaptables, como las que forman por ejemplo los cristales o los copos de nieve, que son estructuras fijas y no funcionales. Este término, complejidad adaptable, nos permite por ejemplo hablar del conjunto de la biosfera como una red integrada e interconectada de sistemas dinámicos adaptables. 

(…)

Stpehen Hawking ya dijo que el siglo veintiuno sería “el siglo de la complejidad”, a través de la cual se nos revelaría una nueva narrativa cósmica que modificaría nuestra comprensión tanto de nuestros orígenes y como nuestro destino como especie. Un nuevo panorama de lo que es la realidad y nuestro papel en ella. 

(…)

Este libro clarificará por qué no solo es nuestra biosfera, sino el universo en su conjunto lo que está transformándose de manera adaptable. La suposición de que nuestro universo deriva gradualmente hacia un mayor desorden, azaroso, y hacia un último aliento sin vida es el resultado de una profunda errónea interpretación de la ley de la termodinámica. (La Segunda Ley de la Termodinámica predice que como sistema cerrado, nuestro universo continuará expandiéndose y enfriándose, las galaxias alejándose unas de las otras, las estrellas apagándose, los agujeros negros evaporándose, hasta que esa temperatura llegue 273,15 grados Celsius, cero absoluto, fin de todo movimiento y final de toda actividad y vida).

Pero lo que se sostiene en este libro es todo lo contrario. 

Con la evolución cosmológica, el universo se hará cada vez más organizado, más funcional, y, puesto que la vida emerge como resultado de una integración de la complejidad y la información, también se hará más sensitivo. A través de la evolución y la aparición de la conciencia, como la nuestra, y la capacidad de organizar la materia en maneras nuevas de computar y procesar la información, el universo está literalmente despertando. Un despertar no independiente de nosotros, sino a través de nosotros, de la misma manera que la materia que conforma la vida fue anteriormente inanimada. Como declaró en su día el cosmólogo y comunicador científico Carl Sagan: “Somos la manera en la que el universo se conoce a sí mismo”.