Por Luis Junco
¿Es la cultura una manifestación de la especie humana?
Para dar una respuesta que vaya un poco más allá de la aceptada por casi todo el mundo, acudo a dos autores que ya hemos citado en este blog.
El primero es el biólogo Stuart A. Kauffman, de cuyo libro Más allá de la física tratamos en la última entrada. En esta ocasión, y para el asunto que nos ocupa, nos referiremos a otro libro suyo, La humanidad en un universo creativo, publicado en el año 2016. En él, Kauffman establece los fundamentos de sus teorías biológicas, pero va un poco más lejos, pues se muestra abierto a un radical pansiquismo.
Viene a decir que desde Descartes, que abrió el melón con la distinción entre res cogitans y res extensa, el debate está abierto entre los que niegan abiertamente esa res cogitans -defendiendo que solo hay materia y energía y que el pensamiento, la conciencia, el libre albedrío son aspectos emergentes de la única realidad existente-, y los que abogan por una conciencia extensiva a todo lo existente, que está presente desde el inicio del universo y que no solo observa -las partículas se observan unas a las otras- sino que “hace” (hay una interpretación de la medida en la física cuántica está basada en todo esto). Y este “hacer” resulta fundamental en la evolución cósmica. Precursores y defensores de esta segunda posición serían John Wheeler, Roger Penrose, David Chalmers, Philip Goff….
Veamos algunos párrafos de esto en el libro citado:
Propondré una nueva triada: Realidades, Posibles y Mente, donde la mente, de manera acausal (sin causa que las origine ni causa que produzca), observa Posibles a través de la medida cuántica (trato de aclararlo en el párrafo siguiente), transformando Posibles en nuevas Realidades, que de manera acausal abre el camino a nuevos Posibles para que la mente vuelva a observar, en un continuo satatus nascendi.
(Pongamos el caso de la posición de un electrón. La ecuación de onda de la física cuántica viene a decirnos que está a la vez en un extremo del laboratorio, con un 55 por ciento de probabilidad; en el extremo contrario del laboratorio, con un 40 por ciento de probabilidad; y el 5 por ciento de probabilidad que queda, en una de las islas Caimán. Solo cuando se hace una medición, se ve con certeza en cuál de las tres posiciones está realmente el electrón. Las otras dos posibilidades desaparecen).
Propondré que esta triada incluye variables cuánticas, como el intercambio de fotones por parte de los electrones, o quizás fermiones intercambiando bosones, conscientemente observando y midiendo uno a otro y actuando con libre albedrío, y la consciencia humana, mente con libre albedrío. Esto nos llevará a un pansiquismo radical: dondequiera que haya una medida, actúa la conciencia y la libre voluntad.
(…)
En esta visión, la conciencia y el libre albedrío son parte de la evolución del universo, que resulta de esta manera emergente y creativo a causa de las decisiones de la libre voluntad sobre las variables cuánticas. Si esto resulta comprobable -y lo es según mi opinión y otros como Roger Penrose-, y esto es confirmado, tendremos que considerar a la conciencia y el libre albedrío no como algo que emergen con la vida, sino una parte del universo, como la presión y la temperatura. La vida, posiblemente sintiente y actuante desde el principio, adquirió en esa evolución una conciencia cada vez más integrada, refinada y diversificada, como la que ahora experimentamos (…) Y con la que, entre otras muchas cosas, creamos nuestra cultura.
Lo que conecta con el segundo autor al que me refería al principio, otro genio de la difusión de este tipo de asuntos, Howard Bloom, al que cité en otra entrada de este blog: https://www.ladiscreta.com/2024/07/25/la-singularidad-esta-mas-cerca-nuestra-conexion-con-la-nube-y-4/
Veamos cómo explica la Cultura y su origen.
La Cultura no empezó hace 45 mil o 280 mil años, como algunos argumentan. La Cultura comenzó hace aproximadamente tres mil ochocientos millones de años. ¡Sí, lo repito, hace miles de millones años! Comenzó cuando el universo tenía menos de diez mil millones de años de edad. Cuando este planeta era todavía tan joven que los planetésimos -esos trozos de roca del tamaño de pequeñas lunas- llovían sobre la faz del planeta, deformándolo de manera tan salvaje como lo hace la patada de una pelota de béisbol.
¿Pero cómo podía ser esto? Hace tres mil ochocientos millones de años ni siquiera existían las protocélulas del cerebro primitivo, ni mucho menos sociedades inteligentes. ¿O sí existían? En realidad la historia de cómo surgió la Cultura empezó con el Big Bang. Cultura significa algo social. Y este nunca ha sido un cosmos de solitarios. Desde el comienzo hace trece mil ochocientos millones de años este ha sido un universo social, un cosmos de grupos apretados e íntimos, de grandes multitudes y enormes comunidades. El Big Bang fue profundamente social. El primer parpadeo hace trece mil millones de años puso en movimiento una turbamulta. Unos 10 elevado a 88 quarks que se precipitaron a socializar -confabulándose en grupos de tres, tríos que llamamos protones y neutrones. Naturalmente, este proceso de socializar en tríos comportaba unas reglas de etiqueta, las leyes de atracción y repulsión que dictan que dependiendo del tipo de quark que seas te abrazas o te das de bofetadas con qué otro tipo de quark con el que te encuentras. A continuación vino otro acto de socialización, hecho a tiro de maridaje de protones y neutrones en familias de entre dos, diez o dieciséis componentes. Y estas familias de protón y neutrón se hicieron por una urgente conveniencia. Selección natural hecha al instante. Cualquier neutrón que no encontrara cabida en una de estas familias quedaba desintegrado en poco más de diez minutos. Cuando esto sucedió, solo los quarks y neutrones capaces de socializar sobrevivieron. Y la socialización -el comportamiento en parejas, tríos, equipos, multitudes, y enjambres- es el corazón de la Cultura.
(Y de esta guisa tan atractiva, divertida y clara continúa la descripción del proceso evolutivo de la Cultura, pasando por la formación de galaxias, estrellas, la vida sobre el planeta, la conciencia e inteligencia humana, hasta lo que normalmente llamamos entre nosotros cultura. Por si no lo había hecho ya antes, de Howard Bloom recomiendo How I accidentally started the Sixties, a la vez divertido, cercano y profundo).