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Por Luis Junco

Paseaba yo no hace mucho, al anochecer, por las calles de la ciudad vieja. Salía de un hospital y de la visita a una persona muy querida, que allí convalecía. Apenas había gente por la calle y desemboqué en una plaza antigua y pequeña en cuyo centro la boca de un caño vertía agua en el cuenco pétreo de una fuente. Enfrente, a menos de un metro de distancia, un hombre de mediana edad permanecía sentado en un banco. Tenía el semblante plácido y la mirada perdida, a mucha distancia en tiempo y distancia de donde estaba. El único sonido perceptible era el del agua que manaba y caía y nos envolvía. Compartí el sosiego del lugar y de aquel hombre, y de nuevo fui consciente de que todo está relacionado. 

(Durante todo este tiempo nunca me faltó la lectura: Fantastes, de George MacDonald; El aroma del tiempo, de Byung Chul-Han; Notas sobre la complejidad, de Neil Theise; Los pueblos, de Azorín. Precisamente, de este último, después de aquella visita a la plaza antigua, leí como un eco: 

Y en medio, la fuente deja caer sus cuatro caños, con un son rumoroso, en la taza labrada. Yo me he detenido un instante, gozando de las sombras azules, de las ventanas cerradas, del silencio profundo, del ruido manso del agua, de las torres, del revolar de una golondrina, de las campanadas rítmicas y largas del vetusto reloj).

Días más tarde estaba de vuelta en la megápolis. Y otra vez, a pesar de la situación ya repetida, me chocó la actitud de los pasajeros del vagón de metro en que viajaba desde del aeropuerto. Nueve de cada diez permanecía con la atención puesta en el teléfono móvil: mirando, escuchando. Y no sólo dentro del vagón, sino que los que permanecían en las estaciones de paso, sentados o de pie, en reposo o en movimiento, no apartaban su atención de la pantalla. Es también un tipo de relación con todo, sin duda alguna. 

(Pero ¿acaso no es el arte lo que redime a la naturaleza de las miradas cansadas y ahítas de nuestros sentidos y de la degradante injusticia de nuestra dolorosa existencia cotidiana; y, a través de la imaginación, que habita en otro reino, nos descubre el verdadero aspecto de la naturaleza, como ante los ojos de un niño que, sin temor ni ambiciones mundanas, contempla el auténtico significado de este mundo rebosante de maravillas y se regocija sin ningún tipo de cuestionamiento? De Fantastes, de George MacDonald.

Pero la sociedad actual no solo está privada del andar sosegado del flâneursino también de la ligereza flotante del vagabundear. Las prisas, el ajetreo, la inquietud, los nervios y una angustia difusa caracterizan la vida actual. En vez de pasear tranquilamente, la gente se apremia de un acontecimiento a otro, de una información a otra, de una imagen a otra.

(…) La aceleración es el intento de hacer desaparecer el intervalo temporal necesario para la superación del intervalo espacial. Desaparece la prolífica semántica del camino. Es más, el propio camino desaparece. Este ha perdido su aroma. La aceleración conlleva un empobrecimiento semántico del mundo (…) La instantaneidad del correo electrónico se debe a que este acaba con los caminos como intervales espaciales. Se libera del propio espacio. Los intervalos son suprimidos en pos de una proximidad y simultaneidad totales. De El aroma del tiempo, de Byung Chul-Hahn).

Ya en casa en los siguientes días, pongo la tele y veo a Elon Musk con gorra y su hijo en hombros en el despacho oval, junto a un presidente de la supuesta mayor democracia del mundo contemplando y planeando qué hacer en el mundo como quienes planifican sobre un tablero qué fichas mover a su antojo.

Desalentado, me voy un rato a los escalones que dan al jardín y contemplo a mis pies una fila de hormigas. Siguen el rastro de feromonas que sus compañeras han dejado hasta el alimento. Todas van disciplinadamente, salvo unas pocas que se salen de la fila. Después estar un rato contemplándolas, no puedo evitar preguntarme quién está al mando y sobre todo qué importancia tienen esas pocas indisciplinadas. 

(Las conductas complejas emergen de relaciones locales (…) En los sistemas humanos, a menudo pensamos que algunos de nosotros tenemos un control global de arriba abajo. Un autócrata, por ejemplo, puede pensar que tiene un control de arriba abajo. Pero es una ilusión. No se da cuenta de que él mismo forma parte de la misma red que lo une todo. De esa manera, por ejemplo, no será consciente del susurro escondido de los insurgentes y la creciente revolución que acabará con su liderazgo. De Notas sobre la complejidad, de Neil Theise).

Los libros citados son aparentemente muy distintos, en disciplinas, asuntos, formas. Y también desconectados de lo que nos pasa en nuestra vida cotidiana. 

Pero si somos capaces de tener pausa y reflexión, pronto nos daremos cuenta de que no es así; que, aunque no lo parezca, todo está relacionado y adquiere sentido. 

(La teoría del orden implicado fue desarrollada por el físico David Bohm. Por cierto, una persona de vida azarosa, disidente, acusado de comunista en la dura etapa de la represalia política contra Oppenheimer).

Nota añadida

Eran las 12.30 del lunes 28 de este mes de abril de 2025 cuando acabé esta entrada y me propuse publicarla. Pero en ese momento se produjo el apagón que ya formará parte de nuestra historia. 

Ahora son las 21 horas de este mismo día. Poco a poco se va restableciendo la energía eléctrica. Lo que ha sucedido, además de extraordinario, pone de manifiesto algo que tiene que ver con todo lo hasta aquí escrito. Por una parte, desde luego, resulta deplorable y hasta dramático en algunas situaciones -como de hospitales, transportes, trabajos y pérdidas materiales- lo sucedido a muchas personas. Pero, por otra, también ha ocurrido algo positivo. 

¿Qué habrá sucedido con todas esas personas que iban en los vagones de metro o estaban en las estaciones atentos a la pantalla del móvil? Sólo puedo imaginarlo. Primero se habrán quedado un tiempo desconcertadas; después se habrán mirado unas a otras y habrán empezado a preguntar, a preguntarse. Lo mismo que ha pasado en otros muchos lugares y situaciones, incluso en mi caso. Salí del cascarón de mi casa a la calle, al pequeño pueblo en donde habito y ahí, en la plaza, empezamos a preguntarnos unos a otros: ¿qué está sucediendo? A mí me pareció algo maravilloso, la verdad. Muchas personas se habrán dado cuenta, por fin, de que esta “relación con todo” que propicia la tecnología es algo aún muy precario, casi ilusorio. Al menos durante las más de seis horas que ha durado el apagón, ha habido una pausa, una reflexión; el espacio y el tiempo han recuperado una antigua cualidad para algunos casi olvidada. Y se ha mostrado que hay otra relación con todo lo que nos rodea mucho más profunda y perdurable. 

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