Perder el tiempo, un recital para escuchar tumbado. Se pretende propiciar la escucha activa pero de modo directo, ancestral, sin erudición de por medio, para todo tipo de público de nuestra sociedad actual. En un sosegado proceso desfilan pequeñas piezas que conforman un amplio y unitario arco, una serie de variadas piedras que construyen un monumental puente que nos transporta, gratuita e inútilmente al mismo lugar de donde partimos pero quizás transformados o renovados por el descansado viaje.
Incluye obras de: Chopin, Bach, Satie, Schumann, Mompou, Debussy, etc. Pedro Mariné: Pues bien, de todos las idealistas de La Discreta, tengo para mí que el más idealista es Pedro Mariné. Pedro no acepta algo tan sencillo e inapelable como el hecho absurdo y cansadísimo de que la organización hodierna del trabajo, y la cultura y la noción de tiempo que la sostienen, sean la causa de nuestra angustia temporal, de que apenas nos quede tiempo para la ternura, para escuchar música y soñar despiertos. Por eso Pedro propuso su concierto como una indagación sobre el ser-ahí, o sobre cómo el ser podía, gracias a la música, dejar de estar ahí. Pedro hace con su concierto una propuesta para que nos liberemos, aun sea momentáneamente, de esa contradicción insoportable de que para ser tengamos que estar, de que para ser libres tengamos que ser/estar sujetos. Me asombra la estricta correspondencia del planteamiento concertístico de Pedro Mariné con la reflexión filosófica sobre el Ser y el Tiempo que llevó a cabo hace ya demasiados años el filósofo Martin Heidegger. El principio de su Ser y Tiempo es perfectamente aplicable al concierto de Pedro: “...es necesario plantear de nuevo la pregunta por el sentido del ser. ¿Nos hallamos hoy al menos perplejos por el hecho de que no comprendemos la expresión “ser”? De ningún modo. Entonces será necesario, por lo tanto, despertar nuevamente una comprensión para el sentido de esta pregunta. La elaboración concreta por el sentido del ser es el propósito del presente concierto. La interpretación del tiempo como horizonte de posibilidad del ser en general, es su meta provisional.”
Si para Heidegger la casa del ser era la palabra, para Pedro lo es el sonido musical. Por ello, Pedro propone –en consecuencia con la participación cultural que La Discreta busca ansiosamente– un concierto participativo, en el que el público deje de serlo, se disponga a su sabor por todo el espacio donde el concierto se realice, y adopte la postura física que más le convenga para la escucha. Se trata de introducirse en la música y de que la música se nos introduzca fuera de un espacio público de convenciones y normas, atentos todos a la escucha del ser, a esas preintuiciones que tanto exploró el propio Heidegger. Hay un elemento fundamental en el concierto de Pedro: la lámpara de mimbre que se trae de su casa y que pone como única luz de la sala. Así, de nuevo, todo nos lleva a esa casa del ser que Pedro busca, a esa escucha preintuitiva que trata de provocar. Pero todo esto se lo explicará él con mucha más profundidad y belleza.
Yo sólo quiero terminar haciéndoles una confesión y una sugerencia.
La confesión es que oyendo el disco de Pedro en la forma en que Pedro quiere que se oiga he sentido, más allá de mi siempre renovada sorpresa ante los intrincados caminos que las tozudas realidades materiales tienen para aflorar a la consciencia individual y colectiva de las personas, he sentido, digo, que es muy posible que ese retorcimiento, esa complicación, sea la única manera, no sólo de soportarlas, sino también de rebuscar en sus costurones y agujeros.
La sugerencia es que hagan caso de las que el librito del disco hace para dirigir la escucha. Desenchufen el teléfono, alejen a los niños o a los padres, túmbense en la cama bajo un edredón calentito y, si consiguen el tiempo suficiente de tranquilidad y de ternura, escuchen de una tirada los dos emocionantes discos que Pedro nos ofrece. Se percatarán entonces, según creo, de que el concierto Heidegueriano de Pedro Mariné, Perder el Tiempo, más que el resultado de un planteamiento filosófico, es en sí mismo una experiencia filosófica, con todas las contradicciones que juntar ambos términos provoca. La enorme sabiduría musical de Pedro Mariné, su habilidad para disponer la progresión de las diferentes piezas, su sensibilidad en la interpretación, su ternura, nos hacen sentir y comprender que comprender y sentir, lejos del frío y de las luces de neón, pueden ser una y la misma cosa.
Incluye obras de: Chopin, Bach, Satie, Schumann, Mompou, Debussy, etc. Pedro Mariné: Pues bien, de todos las idealistas de La Discreta, tengo para mí que el más idealista es Pedro Mariné. Pedro no acepta algo tan sencillo e inapelable como el hecho absurdo y cansadísimo de que la organización hodierna del trabajo, y la cultura y la noción de tiempo que la sostienen, sean la causa de nuestra angustia temporal, de que apenas nos quede tiempo para la ternura, para escuchar música y soñar despiertos. Por eso Pedro propuso su concierto como una indagación sobre el ser-ahí, o sobre cómo el ser podía, gracias a la música, dejar de estar ahí. Pedro hace con su concierto una propuesta para que nos liberemos, aun sea momentáneamente, de esa contradicción insoportable de que para ser tengamos que estar, de que para ser libres tengamos que ser/estar sujetos. Me asombra la estricta correspondencia del planteamiento concertístico de Pedro Mariné con la reflexión filosófica sobre el Ser y el Tiempo que llevó a cabo hace ya demasiados años el filósofo Martin Heidegger. El principio de su Ser y Tiempo es perfectamente aplicable al concierto de Pedro: “...es necesario plantear de nuevo la pregunta por el sentido del ser. ¿Nos hallamos hoy al menos perplejos por el hecho de que no comprendemos la expresión “ser”? De ningún modo. Entonces será necesario, por lo tanto, despertar nuevamente una comprensión para el sentido de esta pregunta. La elaboración concreta por el sentido del ser es el propósito del presente concierto. La interpretación del tiempo como horizonte de posibilidad del ser en general, es su meta provisional.”
Si para Heidegger la casa del ser era la palabra, para Pedro lo es el sonido musical. Por ello, Pedro propone –en consecuencia con la participación cultural que La Discreta busca ansiosamente– un concierto participativo, en el que el público deje de serlo, se disponga a su sabor por todo el espacio donde el concierto se realice, y adopte la postura física que más le convenga para la escucha. Se trata de introducirse en la música y de que la música se nos introduzca fuera de un espacio público de convenciones y normas, atentos todos a la escucha del ser, a esas preintuiciones que tanto exploró el propio Heidegger. Hay un elemento fundamental en el concierto de Pedro: la lámpara de mimbre que se trae de su casa y que pone como única luz de la sala. Así, de nuevo, todo nos lleva a esa casa del ser que Pedro busca, a esa escucha preintuitiva que trata de provocar. Pero todo esto se lo explicará él con mucha más profundidad y belleza.
Yo sólo quiero terminar haciéndoles una confesión y una sugerencia.
La confesión es que oyendo el disco de Pedro en la forma en que Pedro quiere que se oiga he sentido, más allá de mi siempre renovada sorpresa ante los intrincados caminos que las tozudas realidades materiales tienen para aflorar a la consciencia individual y colectiva de las personas, he sentido, digo, que es muy posible que ese retorcimiento, esa complicación, sea la única manera, no sólo de soportarlas, sino también de rebuscar en sus costurones y agujeros.
La sugerencia es que hagan caso de las que el librito del disco hace para dirigir la escucha. Desenchufen el teléfono, alejen a los niños o a los padres, túmbense en la cama bajo un edredón calentito y, si consiguen el tiempo suficiente de tranquilidad y de ternura, escuchen de una tirada los dos emocionantes discos que Pedro nos ofrece. Se percatarán entonces, según creo, de que el concierto Heidegueriano de Pedro Mariné, Perder el Tiempo, más que el resultado de un planteamiento filosófico, es en sí mismo una experiencia filosófica, con todas las contradicciones que juntar ambos términos provoca. La enorme sabiduría musical de Pedro Mariné, su habilidad para disponer la progresión de las diferentes piezas, su sensibilidad en la interpretación, su ternura, nos hacen sentir y comprender que comprender y sentir, lejos del frío y de las luces de neón, pueden ser una y la misma cosa.