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Por Santiago A. López Navia

(Palabras leídas en la presentación de los dos últimos poemarios de Norberto García Hernanz en Aleatorio, Madrid, el 10 de octubre de 2019)

La dicha y el regalo de la poesía sentida y honesta, y la de Norberto lo es, es que puede responder con la misma intensidad, pero también con la misma claridad, a la plenitud de la vida y al dolor de la pérdida sin que medie demasiado tiempo. Eso lo dictan las circunstancias, claro, que son las que surten de estímulos al creador y le hacen pasar de un estado a mitad de camino entre los dictados del azar y la vivencia plena de cada peripecia.

            Si a eso se añade la fuerza del resultado en ambos extremos, el regalo se torna una rareza, y mucho más en un momento en el que parece emerger una poesía de éxito, superficial de puro epidérmica, basada en una cómoda concesión al coloquialismo que acaba revistiendo artificiosamente su inanidad.  La poesía de Norberto está exactamente en el otro lado, y lo está por su sinceridad, su sencillez (fruto, que nadie se engañe, de una sólida elaboración) y su contundencia.

            En Nuevos mapas interiores (Toledo, Editorial Juglar, 2018) encuentro al hombre deudor, pero nunca esclavo, de su circunstancia;  dueño, pero no acaparador, de su destino; sabiamente entregado al juego de la vida, pero sin arriesgar la apuesta ni cargar la suerte. Leo en este poemario intenso y gozoso la voz de un yo entregado al asombro y a la búsqueda de una totalidad más asentada en el disfrute de la inmanencia que en las veleidades de la metafísica, movido hacia una búsqueda radical de la paz -si vale la combinación de palabras- y en los versos de Norberto creo  encontrar a un hombre resuelto en la vivencia feliz de cada momento irrepetible, como una actualización vitalista del tópico horaciano del beatus ille.

            Este poemario de Norberto, de cuya presentación no me fue dado disfrutar el año pasado por estas fechas por una de esas adversidades que encharcan nuestra vida, es un poemario de autoaceptación y autoestima, en cuyo seno fluye el optimismo como el fruto granado de una elección consciente y tenaz en la que el yo del poeta se afirma en el otro aceptando la contingencia y suscribiendo la bendita esperanza de que “no todo esta dicho ni perdido”.

            El segundo de los libros que hoy presentamos –Sé. Itinerario de una despedida (Madrid, Devenir, 2019)– es el más reciente en la aparición, pero es anterior en el tiempo de su escritura. Ya lo conocía desde que, hace unos años, Norberto me distinguió regalándome en su día su primera versión, que hoy se ve gratísimamente escoltada por la traducción al catalán de otro gran amigo común, el magnífico poeta catalán José Luis García Herrera: un diálogo de lenguas y culturas en unos tiempos en los que este ejercicio se hace urgente.

            Debo decir que la hermandad en el duelo me hace muy fácil, dolorosamente fácil, entender este testimonio de desarraigo, porque hace apenas siete meses perdí a mi madre y poco menos de un año antes también se fue mi padre. Entiendo cada palabra, pero también entiendo sobre todo los latidos del dolor que la alumbran, y en la lectura he revivido y también reavivado el mío. 

            En este poemario de pérdida se impone el golpe de lo inexorable, aceptado a veces con una resignación que hunde alguna de sus raíces en un recóndito estoicismo y que no empaña ni mucho menos la herida incurable de la ausencia. La muerte se percibe y se acepta como una experiencia trascendente, que brinda enseñanzas imborrables y que al final lanza al yo de la madre, ya para siempre liberado,  a una intemporalidad que, si cabe, hace que el trance sea más duro. Pero si algo se impone es el legado del amor: los besos -qué bella metáfora, la del libro leve de aire-, los momentos compartidos, la lección de la finitud, las mañanas de hospital. La encarnación, en fin, de la madre sentida en todo, lo que ya no será, pero también, y en grandísima medida, lo que fue en la felicidad de un paraíso presidido por el mar, testigo de la juventud y también de una renuncia generosa en beneficio de los otros. Y por fin la despedida paulatina y anunciada, irremediable, en un regalo de amor que algo cura a pesar de todo:

“Así te fuiste despidiendo para siempre,
en luz oblicua de enero y huida eterna
a qué sitio, sin motivo ni fin,
mirándome a los ojos
en un resumen de amor permanente”

Santiago A. López Navia
Madrid, 10 de octubre de 2019Madrid, 10 de octubre de 2019

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