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Por David Torrejón

Escribo estas líneas por un deber de agradecimiento a Rafael Cansinos Assens (1882-1964), autor de “La novela de un literato”. Sus tres hermosos tomos (en la edición de Alianza) me han acompañado durante muchos meses hasta que he dado cuenta de ellos a pequeños y sabrosos sorbos, como un buen caldo. Es una de esas obras que uno encuentra citadas en todas las bibliografías de estudios y ensayos sobre literatura española pero que, sospecho, pocos se han animado a leer.

Quizás el propio Cansinos tenga algo de culpa pues el título, si bien seguro que encierra alguna clave personal, es más bien anodino, aunque el subtítulo sea más explicativo (“Hombres-Ideas- Efemérides-Anécdotas”). Mejor le habría ido uno parecido al que le he puesto a esta entrada de Náufragos: “Testimonio del Madrid literario”, seguido de “desde 1898 a 1936”. Eso es en realidad esta obra: el testimonio de lo que era el ambiente madrileño en esas décadas a través de un testigo directo, un joven que llega desde Sevilla a la Corte siendo un adolescente con ínfulas poéticas y que termina por ser una voz consagrada cuarenta años después.

No son unas memorias, puesto que Cansinos habla poco de él mismo y sus circunstancias, solo cuando viene al caso de la narración. De hecho, el lector no deja de hacerse preguntas sobre la propia vida del narrador. Está construida la obra como si fuera lo que hoy llamaríamos un blog: entradas cortas de unas líneas a unas pocas páginas. En su gran mayoría están dedicadas a sus encuentros con personajes de la bohemia literaria madrileña, así como a anécdotas vividas en primera persona o recogidas de otros.

No sería sensato desmenuzar tan extensa obra, así que voy a destacar aquellas cosas, ideas, impresiones, que más me han seducido de su lectura.

La primera es la integridad y bonhomía del escritor. Probablemente fue escribiendo estos episodios a lo largo de décadas (habría que tener una memoria fotográfica para recordar sucedidos de diez, veinte, treinta años atrás), sin una vocación muy clara de publicarlos alguna vez. Serían más bien un divertimento, unas anotaciones que fue acumulando para quién sabe qué. 

Pues a pesar de ello, creo que en sus más o menos mil páginas, apenas hay un par de atisbos de mala baba contra alguno de sus personajes. Es verdad que sus retratos están cargados de ironía, pero también de comprensión. Y siempre distingue a la persona de la obra (cuando la hay) para bien, o para mal. Amigos queridos de los que no salva nada de su producción, o tipos abyectos de los que alaba su obra. Dice la Wikipedia que fue un duro crítico. Me cuesta creerlo.

Descubro también la enorme importancia que tuvo la poesía a principios del XX. Podríamos decir que la literatura era entonces básicamente la poesía y los auténticos literatos, los poetas. Los novelistas venían a ser considerados por como simples perseguidores del vil metal. El prestigio lo daba la poesía. Esto se traducía entre otras cosas, en que la poesía era motivo de discusión no solo en los ambientes literarios, sino en la misma prensa. ¿Quién puede ahora imaginar una polémica en los diarios nacionales por una nueva una corriente poética? En el primer volumen vivimos de su mano la irrupción del modernismo y la reacción de los defensores del clasicismo y el romanticismo. Un poco más adelante, la llegada del ultraísmo, del que el propio Cansinos fue practicante e impulsor. 

También sorprende saber que en los diarios había poetas en plantilla, bien oficiando de periodistas, bien de críticos literarios, de teatro o simplemente publicando poesías y cuentos. O todo a la vez. Y es que, ahora que lo pienso, aún habría sido más descriptivo el título “Testimonio del Madrid literario y periodístico de Madrid” pues, aunque lo intenta, el bueno de Cansinos no consigue alejarse del todo de las redacciones como fuente de subsistencia para completar sus labores de traductor. Críticos, poetas, periodistas, eran entonces casi una misma casta. Escribir era lo que les unía. Lo que les separaba era la materia escrita que producían y, desde luego, las muchas pullas que se dedicaban cada día.

Y. por supuesto, frente a “Luces de Bohemia” en la que Valle retrata una idea idealizada de la bohemia literaria, Cansinos nos la describe con realismo y rasgos mucho menos poéticos, comenzando por el propio Alejandro Sawa (Max Estrella). Son muchos los retratos que hace de  esos “hampones de la bohemia”, como los llama: arribistas, sablistas, traidores, ingenuos creídos de su genio, licenciosos en todos los aspectos, chulos de cualquier mujer enamorada, aduladores de todo el que soltaba dos perras gordas. El puzle de personajes y situaciones que nos va describiendo ayudan a montar un escenario vivo en el que casi nos vemos acompañándole por los cafés, la Plaza de Sol (la auténtica red social de entonces), las tertulias o los lugares donde llegaban las noticias nocturnas, como Correos.

Ahora que parece obligado hablar de este tema, es destacable la ausencia de sexismo en su mirada crítica. Admirador de Colombine (Carmen de Burgos), Emilia Pardo Bazán, Concha Espina o Victoria Kent, nunca deja en el tintero otros nombres femeninos hoy perdidos en la pléyade de secundarios enterrados por el polvo del olvido y solo vivos en parte gracias a sus páginas.

Diríamos que es un libro delicioso, aunque por su extensión, si fuese delicioso como el chocolate, habría que consumirlo de onza en onza para no terminar con el hígado perjudicado.

En cuanto tenga oportunidad me pondré con la lectura de “El divino fracaso”, según un Borges ya maduro, el libro que más le había impresionado en su vida. Sin duda, palabras mayores.

1 Comment

  1. Emilio dice:

    Es una obra en la que uno se puede quedar a vivir. Magnífica reseña. David.

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