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Por Luis Junco

En el prólogo de La muerte del artista, de William Deresiewicz, hay algo que me llama la atención.

 Y es que el propio autor del libro se declara ser un escritor pero no un artista. 

Me gusta describir el tipo de trabajo que hago como no creativo y no de ficción, y eso porque considero que en un mundo en el que la palabra “creatividad” está en boca de todo el mundo, que al menos haya una persona que declare con orgullo “no soy creativo”, es muy necesario.

Y me lleva a esta reflexión: ¿No es cierto que en nuestro panorama literario hay muchas personas que escriben y dedican mucho esfuerzo y tiempo a escribir, pero que hay muy pocas que en realidad sean creativas, que sean artistas? ¿Que a pesar de todas sus ganas y sus buenas intenciones, a pesar de los cursos de formación, de participación en talleres literarios, etc., no son ni nunca serán creadoras? 

Entiendo que para ser un buen escritor en este sentido tienes que trabajar mucho, sí, pero, sobre todo, tienes que tener esa especial virtud, algo que tiene que ver con tu forma de ser, sentir y estar en el mundo. Solo las personas que la tienen pueden ser creadoras. Y hasta me atrevo a decir que esa especial capacidad es algo que se manifiesta tempranamente en la vida de las personas. No lo buscas, te encuentras con ella, la llevas a la práctica por impulso y solo más tarde eres consciente de que tienes ese don.

Y todo esto que digo para la literatura, lo aplico a cualquier forma de arte o creación. Incluso a la creación científica. Me parece que hay muchos físicos, por ejemplo, que se preparan, estudian mucho, adquieren unos buenos fundamentos teóricos, y llegan a hacer un buen trabajo como físicos, pero no son creativos. Pocos son los capaces de abrir nuevos cauces que revelan aspectos escondidos de la realidad física que nos rodea. De la misma manera, hay pocos escritores capaces de abrir, a través de la palabra, significados escondidos del mundo que vivimos.

En ambos casos, como ocurre con muchas personas que no son artistas, no significa que no sean sensibles a la creatividad, a ver el arte que los demás le ponen delante. Y en cierta manera, entiendo que esa sensibilidad -del buen lector, del buen degustador de la música o de la pintura- es un reflejo de la auténtica creatividad, pero no llegan a ser creadores en su aspecto más pleno.

Y acabo con algo que algunas personas que hayan leído esto ya se hayan preguntado. ¿Y yo, que escribo, me considero un artista? Imagino que, a diferencia del honesto Deresiewicz, la mayoría nos respondamos: Claro, yo soy un creador. 

¿Cómo eludir el sesgo inevitablemente subjetivo? Y solo se me ocurre recurrir al dicho evangélico: Por sus frutos (obras) los reconocerás. 

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