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Robert Walser y Winfried G. Sebald, algo más que una simple afinidad

Por Luis Junco

De nuestra experiencia lectora a través de los años, todos, en mayor o menor medida, acabamos sintiendo una especial afinidad con unos pocos escritores. Una afinidad que, más allá de la calidad literaria, tiene que ver con el modo en el que estas personas estuvieron en el mundo, en la manera en que respiraron y sintieron la vida. En ocasiones, esta relación manifiesta vínculos estrechos y singulares, que, en sus similitudes, algunos denominan coincidencias y atribuyen al azar, pero que yo prefiero llamar “entrelazamientos”.

En mi caso, y entre la decena de autores y autoras por los que siento algo parecido, destaco a dos (ya fallecidos) en particular: Robert Walser (1878-1956) y Winfried G. Sebald (1944-2001). A ambos ya me he referido en este blog: ( http://naufragosentiemposagrafos.blogspot.com/2012/03/el-paseo-una-inspiracion-para-robert.html y http://naufragosentiemposagrafos.blogspot.com/2012/09/austerlitz-de-wg-sebald.html )

Creí haber leído todo lo que habían escrito y publicado (incluyendo, en el caso de Walser, el estupendo libro de Carl Seelig Paseos con Robert Walser), pero no hace mucho descubrí otro libro de W.G. Sebald, A place in the country, seis ensayos entre los que destaco aquel en el que el escritor alemán da cuenta de las curiosas relaciones que le unen a Robert Walser. 

Sebald comienza señalando las similitudes del Robert Walser de sus últimos años (cuando ya residía en el asilo de Herisau) con su abuelo (el de Sebald) Josef Egelhofer, a quien adoraba. Y no solo en la fisonomía de ambos, que pueden compararse en las fotografías que muestra en el libro, sino en el hábito de pasear, en el modo de vestirse y los modelos de sombrero que les gustaba, en las formas de gesticular y mover las manos, y hasta en la extraña costumbre de llevar un paraguas o impermeable a pesar del buen tiempo. Los dos morirían el mismo año, 1956, y en un paisaje similar cubierto por la nieve. 

Después Winfried G. Sebald dirige nuestra atención a una extraña coincidencia entre uno de sus libros –Los emigrantes- y la última novela de Walser –The Robber-, que en el momento de escribir Los emigrantes él aún no conocía. Nos la explica así:

Muy cerca del inicio del libro, el narrador nos cuenta que la protagonista cruzaba del Lago Constanza a la luz de la luna. Exactamente como, en una de mis historias, la tía Fini imaginaba al joven Ambros cruzando el mismo lago (…) Apenas dos páginas más adelante, en la misma historia, Ambros, que trabajaba como ayudante en el servicio de habitaciones del Savoy, en Londres, traba amistad con una señora de Shanghai, de la que, sin embargo, la tía Fini solo conoce su predilección por los guantes marrones de niño que marcó el inicio de su Trauerlaufbahn (carrera de duelos). Una misteriosa mujer muy similar, vestida en colores marrones, y a la que el narrador se refiere como la mujer de Henri Rousseau, es la que, dos páginas después de la escena del Lago Constanza, la Ladrona (protagonista de la novela de Walser) conoce en un bosque… Y no solo es esto: sino que siguiendo un poco más en el texto (de Walser), aparece, no sé a través de qué vericuetos, la palabra Trauerlaufbahn, un término que, cuando lo escribí al final del episodio del Savoy, yo creía que era enteramente de mi invención. 

Sebald añade que estas “coincidencias” o “casualidades” no le ocurrían a Robert Walser solo con él, y, refiriéndose a otro libro que mencioné anteriormente –Paseos con Robert Walser, de Carl Seelig-, relata la siguiente anécdota:

Robert Walser

Carl Seelig nos cuenta que en un paseo con Robert Walser por las afueras de la aldea de Balgach, él había mencionado a Paul Klee y apenas lo había pronunciado, justo en la entrada del pueblo, su mirada se fijó en una inscripción que había en el escaparate de una tienda en la que se decía: “Paul Klee – tallador de candelabros”. Seelig no trata de ofrecer una explicación a la extraña coincidencia. Simplemente da cuenta de ello, quizás porque son precisamente las cosas más extraordinarias las que se olvidan más fácilmente. 

Y Sebald reflexiona:

¿Cuál es el significado de estas similitudes, superposiciones y coincidencias? ¿Son misterios de la memoria, burlas de nuestros sentidos, o más bien los esquemas y síntomas de un orden subyacente a las relaciones humanas, aplicable tanto a los vivos como a los muertos, y que está más allá de nuestra comprensión?

Para concluir:

En mis obras, siempre he intentado mostrar mis respetos por aquellos escritores con los que siento afinidad, quitarme el sombrero, por así decirlo, tomándoles prestado una imagen atractiva o unas cuantas expresiones; pero una cosa es una señal de respeto hacia el colega ya fallecido y otra muy diferente cuando uno tiene la persistente sensación de ser reconocido desde el otro lado.  

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