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Por Luis Junco

Ayer me escribió un viejo conocido para preguntarme si no tenía prevista alguna actividad con mis libros ante la celebración del Día del Libro. Le contesté, con sinceridad, que no me gustan esas fiestas, desde las ferias hasta esas celebraciones casi institucionales en torno al libro. Lo que no supone que las condene -cualquier pretexto que ayude a fomentar la lectura está bien-, sino que no me siento cómodo en ellas. Él no es autor, pero sí un buen y avezado lector, y que, como añadido a su respuesta, dijo algo muy sentido: “Para mí, el libro sigue siendo el mejor cobijo ante las inclemencias y aridez de la vida.” Algo que conectó con una reciente experiencia mía y así se lo conté.

Pues verás,_, bien sabes que tengo un solo nieto, que aún no llega a los dos años. A pesar de eso, ya tiene bastante vocabulario, usa tiempos verbales, expresiones que nos asombran, conjunciones, adverbios… En resumen, tenemos una comunicación que podríamos calificar de bastante fluida y rica en matices. Viene a visitarnos a menudo y para esas ocasiones, en el salón de casa y para sus juegos, compramos una de esas alfombras plegables, reversibles y acolchadas. Hace unos días, en una de esas visitas, estábamos los dos tirados sobre la alfombra y a mí se me ocurrió levantarla y meterme debajo. Él me siguió al momento y, ya ambos debajo, me preguntó que qué había en aquellas penumbras. Solo se me ocurrió contestarle que a pesar de que apenas se veía, allí abajo había muchas cosas. Y no solo eso, sino que era un sitio mágico, en el que podríamos viajar a lugares muy lejanos y desconocidos. Si hacíamos un viaje desde allí abajo, cuando saliéramos de debajo de la alfombra descubriríamos cosas que él aún no conocía. Pareció pensárselo unos momentos, pero al poco apoyó la espalda contra el mueble de la tele que nos hacía de parapeto y me dijo: “Vámonos.” Yo simulé el encendido de unos motores y emprendimos el viaje. Duró unos segundos, y salimos de debajo de la alfombra. Y fue él quien hizo los primeros descubrimientos. En los propios dibujos de la alfombra. Estaba harto de verlos, pero ahora eran nuevos: monos, patos, leones, árboles, carreteras, casas… Todo me lo señalaba y nombraba con asombro. Se tiró sobre la alfombra y con su dedito índice fue siguiendo la trayectoria de un cochecito allí dibujado, mientras que con su lengua de trapo iba diciendo muchas cosas, sin parar. Con su recién estrenada imaginación me estaba contando algo, una historia, algo que antes del viaje no existía porque estaba escondido debajo de la alfombra. Él lo había descubierto y ahora quería compartirlo conmigo. En realidad, lo estaba creando. 

A mi entender, querido _, los buenos libros son eso mismo: fértiles imaginaciones que sacan de debajo de la alfombra historias que nos hacen la vida más llevadera. 

1 Comment

  1. Ampa dice:

    Cierto, los libros, la literatura, son tambien un refugio

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